Día del Maestro

“La escuela serena”, el proyecto de las santafesinas Leticia y Olga Cossettini


Como homenaje a todos las maestras y maestros, reeditamos este artículo.

“Un buen maestro debe ser la luz que alumbra a todos”.

Buscando cambiar la rigidez del sistema educativo, estas dos docentes santafesinas, nacidas en San Jorge pero que desarrollaron su labor en Rosario, lograron una de las experiencias pedagógicas más importante del país en la primera mitad del siglo XX.

 

Hay que tener en cuenta que en ese tiempo no existían los maestros especializados y había muy pocos recursos, sin embargo entre 1935 y 1950 en una escuela pública rosarina, donde asistían hijos de obreros, pescadores, obreros de las fábricas, familias acomodadas y comerciantes de clase media que vivían a pocas cuadras del río Paraná, en el barrio de Alberdi, en Rosario que se conocía como la “escuela de la señorita Olga”, ellas dieron el puntapié inicial para transformar el ámbito escolar y su proyecto se conoció como “la escuela serena”.

Olga fue nombrada directora de la escuela N.° 69 Doctor Gabriel Carrasco y su hermana Leticia fue la que puso en marcha toda esta innovación al frente del aula.

La pasión de ambas por la educación venia desde muy pequeñas ya que sus padres Antonio Cossettini y Alpina Bodello, también habían sido fundadores de escuelas: en Gálvez y San Carlos, también en la provincia de Santa Fe. Al respecto de su pasión por la enseñanza Leticia expresaba “Traigo un bello origen, vengo de una larga familia de maestros. Mi padre era un maestro italiano residente en la Argentina”. Ella nació en el año 1904 y se recibió en la Escuela Normal Domingo de Oro, de Rafaela, en 1921.  En 1986 fue nombrada ciudadana ilustre de la ciudad de Rosario y recibió el Premio Konex a la Educación. También fue distinguida por los gobiernos de Italia y Estados Unidos por su labor. Falleció en el año 2004 cuando ya había cumplido 100 años.

Tomaron la costumbre de llevar registro de sus clases en los diarios, guardaron los cuadernos de los alumnos, dibujos, fotografías y hasta las cartas que intercambiaron con los grandes intelectuales de la época para poder llevar adelante su misión. En uno de esos diarios de clase de quinto grado del año 1940, Leticia Cossettini escribía: “Estos niños que me miran tienen los ojos claros y clara la sonrisa. La alegría nos une. Un maestro que sabe sonreír con el corazón y ausculta el corazón de un niño puede ayudarlos a crecer. Vamos diciéndonos nuestros pensamientos y el cristal de la reserva, de la timidez o de la desconfianza se rompe y un hilo pequeño, pequeñito comienza a fluir. Es el acercamiento con estas criaturas lo que deseo. Poco importa en verdad el cúmulo de conocimientos claramente asimilados”.

El establecimiento no poseía campanas, los alumnos sabían que llegaba el recreo por una música que venía desde el patio, lo que sucedía era que Leticia creó un Coro de Niños Pájaros que imitaban el sonido de las aves que habitaban las barrancas del río Paraná. Lo que se ponía en práctica en las clases era estimular la creatividad de los niños, que imaginaran, se expresaran eligieran el lenguaje para hacerlo. Pero no sólo se pensaba en los niños que asistían sino también en el resto de la comunidad por lo tanto también crearon un Teatro de Títeres y cada quince días había conciertos donde se escuchaba a Mozart, Schubert, entre otros grandes compositores.

Aprender fuera del aula

Implementaron una educación integral, no existía la “hora de” dibujo, gimnasia., etcétera, sino que para borrar esa costumbre rígida y lograr que los alumnos disfrutaran del aprender para dar geografía, matemáticas o biología salían por los alrededores. Algunos pensaban que iban de paseo pero en realidad lo que hacía Leticia era llevarlos a tomar el radio de circunferencia de la fuente de la plaza o caminar por los alrededores y aprender sobre el canto de los pájaros y las historias de vida de los habitantes. Además recurría a los pinceles, la poesía y la música para desarrollar todos los contenidos.

Estas son otras de las palabras escritas en cuadernos de clases por Leticia. “Desde que comenzamos las clases hemos escrito poco, hicimos pocas matemáticas, no nos hemos preocupado por el martirio del repaso ajustado a la definición, al mecanismo de tal o cual lección asignada. Hemos estado creando un clima de armonía, el placer por la limpieza, la gracia de escuchar y decir, la alegría de ayudar, de dar, de ser, de hacer. Desde que llegaron a la escuela, les puse en sus manos las acuarelas que muchos, la mayoría casi nunca usará, la mancha de color va adquiriendo matices que el tiempo depurará y la madurez precisará y suavizará los contornos. Pintan, gozosos. Este nuevo lenguaje tiene para ellos extraordinario encanto. Están en ese período del descubrimiento del mundo y de su mundo. ¿Ha visto usted la luz en el plátano? ¿Miró el cielo esta tarde? ¡Qué lindos los verdes después de la lluvia! Y si la acuarela hoy no traduce bien, la luz en el plátano, el añil del cielo o el verde jugoso de la hierba el ritmo del color, está por nacer, nacerá”.

Fueron pioneras en intentar un cambio profundo en la escuela clásica y se puede decir que sus métodos son los mismos que predica en la actualidad el educador y pedagogo Francesco Tonucci  cuando habla de una escuela abierta y creativa.

Querían poner en práctica un sistema de educación distinto y lograr aplicar el amor por sobre todas las materias, en un reportaje que le hicieron a Leticia cuando celebró sus 100 años dijo: «Un buen maestro debe ser la luz que alumbra a todos. La gente nos recuerda por los viejos maestros que fuimos. Porque enseñamos con amor».

Mario Piazza realizó un documental titulado “La escuela de la señorita Olga”, en este video se ven fragmentos del mismo