La columna de Paula Winkler

¿Vidas circulares?


Por Paula Winkler

Suele decirse que no hay casualidades, solo causalidades. Voy a contarles una historia autobiográfica.

Me gusta la palabra “vieja” porque lo soy y algunos eufemismos como “adulto mayor”, “ser grande” o “avanzado en edad”, etcétera, se me hacen  deprimentes. La existencia, seas joven o vieja, es un regalo de Dios (si la sabés transitar y agradecer), aunque hay momentos en que se parece a un ramo enorme de orquídeas negras. 

Nací y me eduqué entre distintos mundos. Alemanes, catalanes, argentinos. En casa se hablaba solo español (algo de inglés): mi padre se negaba obcecadamente a que su hija aprendiera la lengua de Goethe y de Schiller. Mi abuela paterna, en cambio, pagó mis estudios en un colegio alemán y en el Instituto Goethe después, pues según ella era injusto denostar un idioma que ya habían pisoteado la idiocia, el odio, el racismo y la crueldad. Pude hablar y escribir fluidamente, al fin, en alemán, me gradué de abogada y me casé con un argentino amoroso, con quien tuvimos una hija. 

Todo marchaba sobre ruedas. Íbamos superando el drama europeo de la guerra y el nazismo, trabajábamos, nos ocupamos de la educación de nuestra hija. Y los fines de semana visitábamos a mi suegro en Olivos o salíamos a navegar en el Delta. Hasta que a mis treinta años, contraje una hepatitis que me obligó a quedar en un cuarto aislada para no contagiar, sobre todo a mi niña. Para abreviar esas horas de estupor, mi esposo me regaló “Senderos”, de Liv Ulmann, donde la actriz noruega cuenta sobre su vida con el cineasta sueco Ingmar Bergman, sus entredichos y tristezas. Me fascinó el texto, me di cuenta de que también yo era una mujer de silencios, menos latina que mamá.

Gracias a los cuidados intensivos de mi marido, la dieta rigurosa y la visita médica, me repuse y pude jugar con mi hija. Para celebrar, vino papá. Me trajo una autobiografía de la actriz sueca Ingrid Bergman. Fue entonces cuando me di cuenta de que, durante mi embarazo, mi esposo y yo habíamos estado escuchando al grupo Abba, conservo aún esos casetes. 

Mi hija se graduó de publicista. Hizo un postgrado en Norteamérica, donde también se empleó y ocupó arduamente. Al poco tiempo, se casó y divorció. Volvió a Argentina, supongo que para compensar su separación con nuestros abrazos, pero acostumbrada a la eficacia americana, prefirió volver a ejercer su profesión en el extranjero. Hubo llanto, hubo renovado dolor pues dejó tras de sí nuevamente al nido vacío y emigró a Europa. Hoy, tiene dos hermosos hijos con un abogado sueco. El mayor, cariñoso y detallista, es un semidiós esquiando y cuando patina. El menor, fascinado con el fútbol, es distinto a su hermano, también alegre y divertido. Ambos, muy bellos. 

El alemán de mi padre y abuela continuó solo en mi generación, pero mi hija se ocupa de que sus hijos hablen el castellano. El mayor, ingresó este año al Instituto Cervantes. 

El mundo se achicó para mí desde que enviudé. A menudo da vueltas, la calesita de mis años y me quedo con la sortija; otras, la dejo pasar… No me molestan los surcos de mi piel ni las venas que sobresalen, orgullosas, por entre la piel de mis manos. Recuerdo, sin embargo, haber abierto armarios vacíos, llevando y trayendo a mamá al hospital, tomar de la mano a mi padre para calmar el pasado bélico en Alemania que nadie terminaba de espantarle. Pero busco todavía el cielo de que él me hablaba, un firmamento que exhibe alguna constelación en forma de dragones y la nieve que no hay en Buenos Aires. 

Tengo en claro que algunos parientes, amigos argentinos y españoles,  alemanes, se han ido construyendo en afecto o amistad entre las costuras del tiempo. Y me pregunto si fue casual esa lectura temprana de Ulmann y Bergman sobre Escandinavia. Lo que sí sé es que soy la Oma, la mormor, la abuela de dos niños cuya historia comenzó en Berlín, pasó por el Río de la Plata y arribó hace unos años a parajes lejanos.

Velaré por ellos sean cuales fueren, luego, sus territorios. Y lo haré desde donde se encuentren los que a mí Dios me depare…