Por Paula Winkler
Argentinos de cierto poder adquisitivo decidieron “superar” la crisis de precios en el mercado yéndose a Brasil, Chile y Norteamérica, sobre todo a Miami, en busca de mercadería barata, de marcas inaccesibles en Argentina (aunque se hayan abierto las importaciones) y también, por qué no, de baratijas, souvenir y esas cosas. Otros imposibilitados de viajar adquirirán copias indebidas de marcas o productos ilegales, de contrabando fronterizo.
Cuando joven, recuerdo, viajé con mi familia a Blumenau (íbamos allí a descansar de la vorágine argentina aunque, a decir verdad, nosotros habíamos ido a esa hermosa ciudad en busca de un medicamento para la salud de mi hija que, entonces, se vendía solo en Brasil). Conocimos la zona costera aledaña, donde en sus grandes tiendas una muchedumbre de habla porteña gritaba: “déme cuatro, déme seis”. (Buenos Aires no tenía en la época esos grandes establecimientos, ni vendía el algodón de la icónica calidad brasileña). Los menos desaforados exigían “déme dos”. Desde zapatillas y sábanas, hasta televisores a color, aviones de regreso cargaban en bodega (y cabina) todos esos objetos, algunos en bolsos inflados a fin de evitar el sobreprecio del pasaje debido al peso máximo autorizado por la aerolínea para despachar valijas.
Ignoro si atribuirlo a la melancolía del tango, pero Argentina parece insular aunque no es una isla, sino una parte importante del continente del cono sur. Sin embargo, nuestro vasto territorio se encuentra más cerca del “fin del mundo” que Brasil. Por esta razón geográfica, supongo, o acaso porque muchas generaciones (me incluyo) provenimos de los barcos que amarraron aquí pensando en un futuro mejor, cada vez que hay inflación, crisis financieras, baja en la actividad económica y tal, si debemos salir de algún drama que desestabilizó nuestra moneda, nosotros, los argentinos, compramos “afuera”, viajamos fascinados al extranjero o consumimos imitaciones de marcas sin autorización.
Los inmigrantes escapados de la guerra civil española o de las dos guerras mundiales nos enseñaron a querer estas tierras. Nuestras añoranzas por conocer las de los ancestros, su cultura y bienes, nunca cesaron ni lo harán. (Algunos no hablan, siquiera, el idioma de origen familiar, pero gestionaron, orgullosos o por mera ambición o desespero, su pasaporte…). Y es común encontrar personas que han viajado por el mundo más que en Argentina. Nunca vieron los paisajes de provincias enteras de que, en cambio, muchos extranjeros disfrutan y lo declaman, felices, a cuatro vientos.
Es sabido que lo más barato siempre resulta caro. La flexibilización del régimen de importación de equipaje del Código Aduanero, facilita hoy la compra a menor precio de bienes de análoga especie. Sin embargo, se dificulta la ejecución en su caso de garantías. Comprando afuera también se perjudica la industria y al empleo. Y si se ve las cosas solo desde el egocentrismo, habría que calcular la inversión en transporte, pasajes o en la nafta o gas y alojamiento en rutas; organización y planeamiento del viaje en familia con más los gastos en hotelería o alquileres. Se advertiría que no todo lo que brilla (afuera) es oro.
Por lo demás, el diseño y las grandes marcas mantienen precios parecidos en todas partes. Puede que haya una diferencia entre Miami y Santiago de Chile, o entre París y Sao Paulo por razones de flete, gastos adicionales de márquetin o publicidad de las casas de alta costura y diseño. ¿Cuál es el ahorro en definitiva si antes de viajar y de comprar a lo loco se hacen, con sosiego, las cuentas privadas de cada consumidor? El tiempo vale…
La inflación en Argentina habrá bajado. Los precios suben. Y no sería inoportuno registrar este pequeño detalle: en nuestro país bajan las reservas y aumenta el precio de la divisa cuando ésta se utiliza a calzón quitado. Algunos dirán: ¿qué nos importa si somos libres y nos hemos ganado nuestras tenencias honestamente? Todo ese razonamiento está muy bien si no fuera que, se presume, en Argentina estamos saliendo de una emergencia económica y si el país se hunde, nosotros, también. ¿U olvidamos la “emergencia”?
La libertad de entrar y salir para adquirir lo que se nos dé en gana, es un derecho constitucional inalienable. Claro que hay que respetar los topes legales de ingreso de mercadería al país y la vía para hacerlo, pues no es lo mismo traer tres o cuatro remeras baratas que cientos de estas, escondidas y como “incidencias de viaje”, para comercializarlas después, arguyendo (ingenuamente) que son regalos para amigos de difícil probanza por ante el órgano aduanero de control.
Todo esto de comprar afuera sería poco noticiable si no fuera que finalmente gastamos más de la cuenta… Sería loable evitar, pues, exageradas pulsiones en el consumo de suntuarios, de mercancía masiva o de baratijas.
¡Viajen, conozcan, compren! Mi sugerencia aquí, allá y acullá: no abandonen su sentido común, poniendo en riesgo sus billeteras… No vale la pena. Y, además, el país y sus hijos y nietos se los agradecerían.