Por Ana Soteras
El 2020 ha sido el año del coronavirus, sin duda. Pero también ha sido el momento de la inmunología, una disciplina que se ha colado en nuestro día a día. ¿Quién no ha hablado de anticuerpos o de las nuevas vacunas? Además, si hay un deseo que comparta todo el planeta ese es lograr la inmunidad frente al SARS-CoV-2.
La pandemia de coronavirus ha puesto en primera línea el anhelo de inmunidad, pero también abre un camino de incógnitas por resolver y, sobre todo, ha constatado la importancia de la respuesta de nuestro sistema inmune contra cualquier agente infeccioso.
Con el SARS-CoV-2, más del 80 por ciento de las personas infectadas responden inmunológicamente bien. La enfermedad cursa de forma leve, como si tuvieran una gripe, incluso muchos ni se enteran porque son asintomáticos.
Pero el otro 15-20 % padecen la enfermedad de manera grave, con neumonía y con una inflamación generalizada, sobre todo de las vías respiratorias, que les puede llevar a la muerte.
¿Por qué esa respuesta inmunológica tan dispar?
“Esa es la pregunta del millón”, asegura la inmunóloga Carmen Cámara Hijón, secretaria de la Sociedad Española de Inmunología (SEI). La ciencia se afana en dar una explicación.
Al principio, las investigaciones se fijaron en la inmunidad adaptativa, aquella que se genera cuando entra el virus y produce anticuerpos contra él, pero también activa nuestros linfocitos T de forma específica, generando la memoria defensiva que reacciona ante un invasor.
La gran mayoría de convalecientes de covid producen diferentes niveles de anticuerpos, sobre todo frente a dos proteínas del virus, la Spike o llave de entrada del patógeno a la célula humana, y a la Nucleoproteína, que está en su núcleo asociada a su material genético.
¿Cuánto tiempo duran en sangre esos anticuerpos? Otra respuesta desigual: hay personas que los pierden al poco de la infección y otras que los conservan casi un año después.
Pero ahora, sin dejar de lado la inmunidad adaptativa, las miradas de la ciencia se dirigen a la inmunidad innata, la primera línea de defensa (compuesta por células como neutrófilos o dendríticas) que se activa en cuestión de horas tras cualquier ataque microbiológico de forma más inespecífica y que puede llegar a frenar la infección sin dejar memoria en el sistema inmunitario.
Según explica la inmunóloga, estudios realizados este año han detectado que en un diez por ciento de pacientes graves se produce un fallo en su inmunidad innata: tienen unos anticuerpos que bloquean a una de las moléculas que nos defiende contra el coronavirus, algo que no se da en los casos leves.
Pero también se ha conseguido averiguar que en otro 5% de los pacientes graves existen varias mutaciones genéticas que afectan a la efectividad de la inmunidad innata.
“A lo mejor, en el estudio del sistema inmune innato es dónde podría estar la respuesta a por qué ese 10-15% de pacientes desarrollan las formas más graves de la covid”, asegura la también doctora en la Unidad de Inmunología del Hospital Universitario La Paz de Madrid.
La detección de esos “anticuerpos dañinos” de la inmunidad innata en determinados pacientes permitiría eliminarlos de su sangre mediante una plasmaféresis o retirada del plasma y recibir una donación de plasma compatible sin la presencia de esos anticuerpos.
Estas vías de investigación abren un amplio campo. “Debemos conseguir caracterizar perfectamente la respuesta inmune al coronavirus: en qué se basa, cómo la podemos medir, cuánto dura…”, señala la experta.
¿Por qué hay menos casos de niños que de adultos?
La inmunidad también es el centro de diferentes investigaciones en marcha. El papel que juega el coronavirus en los niños ha sido una de las grandes controversias: los pequeños se contagian pero solo una minoría desarrollan las formas graves de la covid.
“El principal mecanismo de defensa en los niños frente a los virus es la inmunidad innata, que es más potente que la de los adultos, y, además, se refuerza mediante la inmunidad entrenada: efecto multiplicador de la respuesta innata conseguido por el calendario vacunal”, apunta Cámara.
“Los niños -añade- reciben 26 dosis vacunales en los primeros quince meses de vida frente a diferentes agentes infecciosos, lo que además de protegerles de esas infecciones, estimula la inmunidad innata hasta dos años después”.
Y es más, se ha visto que dado que son más propensos a los catarros comunes, normalmente generados por virus de la familia de los coronavirus, pueden presentar una reactividad cruzada en su inmunidad adaptativa frente al SARS-CoV-2, frenando en parte su entrada o haciendo que sean más leves sus consecuencias en el organismo.
Ese tipo de anticuerpos contra el resfriado común aparecen en el 40% de los niños y alcanza el 60% en la franja entre los 6 y los 16 años, el grupo de edad más protegido por las vacunas, mientras que solo se han detectado en el 5% de los adultos, según los estudios desarrollados.
“Los niños llevan varias corazas: una potente inmunidad innata, una inmunidad entrenada por las vacunas y una inmunidad cruzada generada por los anticuerpos de los coronavirus del catarro común”, destaca la inmunóloga.
¿Cuánto dura la inmunidad?
Y la tercera pregunta todavía no tiene respuesta: ¿Cuánto dura la inmunidad, tanto la generada tras pasar la infección, con los anticuerpos, como la que pueda proporcionar las vacunas?
La inmunidad ante los coronavirus de los catarros comunes suele durar menos de un año. ¿Quién no se acatarra alguna vez?
Pero con la gripe pasa lo mismo. Las campañas de vacunación son anuales porque su inmunidad no es permanente, presentándose además cepas diferentes que cambian cada año.
Con la gripe ya existe inmunidad de grupo o rebaño, hemos conseguido que la inmunidad desarrollada por la mayoría proteja a quienes no la tienen.
Eso ocurrirá también con el coronavirus. La carrera para dar con el antídoto ya ha dado resultados, tanto de seguridad como de efectividad, más del 90% de los pacientes han respondido inmunológicamente en la mayoría de las vacunas en marcha.
Reino Unido, Estados Unidos o Rusia ya han comenzado a vacunar y el 27 de diciembre se dará el pistoletazo de salida para los países de la Unión Europea.
Las vacunas nos protegerán de la infección por SARS-CoV-2. Pero…¿durante meses, años, para siempre?
“No tenemos una bola de cristal para saber lo que dura el efecto de las vacunas. Tenemos que dejar avanzar el tiempo”, precisa Carmen Cámara, quien plantea que es posible que haya que vacunarse cada cierto tiempo, como pasa con la gripe.
Vacunas, enseñar al sistema inmune
Las vacunas significan prevención. Suponen enseñar a nuestro sistema inmune a reconocer a un agente infeccioso para poder defenderse y acabar con él.
Por eso, frente a las dudas que siente parte de la población española ante la vacunación contra el coronavirus, la secretaria de la SEI afirma con rotundidad: “si las agencias reguladoras aprueban las vacunas, es que son seguras”.
“Debemos vacunarnos para poder recuperar nuestra vida normal, para volver a abrazar a nuestros seres queridos. Y aquellos que no quieran vacunarse creo que cambiarán de opinión cuando haya un porcentaje vacunado y vean que no ha pasado nada”, opina.
Saber si las vacunas pueden responder a nuevas variantes del virus, como la detectada en el Reino Unido, o necesitan ser modificadas y avanzar en el conocimiento de las reinfecciones, por ahora muy pocas en el mundo, son otros de los retos que la inmunología tienen por delante.
Mientras la población mundial comienza a recibir vacunas y la ciencia prosigue con su investigación en inmunología, en nuestro día a día del 2021 seguiremos hablando de test serológicos, de anticuerpos, de vacunas y, por supuesto, de inmunidad, nuestro mayor deseo para recuperar la normalidad.
Fuente: EFE/Salud