Las pantallas se han colado en nuestras vidas y no solo forman parte de la decoración de nuestros hogares, también se han infiltrado en nuestros bolsillos alarmándonos con frecuencia por una llamada o un molesto anuncio, pero ¿nos damos cuenta de cómo ha cambiado nuestro tiempo y nuestra forma de vida y de pensar? ¿Somos conscientes que una realidad virtual está suplantando a la real? o ¿hemos dejado de lado a un amigo para tener por compañero un ordenador?
Juan Carlos Pérez Jiménez, escritor y profesor, doctor en Ciencias de la Información y sociólogo, explica a EFE el contenido de su libro, “Ultrasaturados”.
En él, analiza cuestiones sobre el comportamiento humano y el cambio de vida que ha procurado el uso y abuso de los ordenadores y de todo tipo de pantallas que consiguen aferrarnos a ellas mediante prácticas hasta hace poco tiempo inusitadas.
“Este libro tiene por objetivo ahondar en cómo nos afecta el vínculo que nos hemos creado con las nuevas tecnologías y con el móvil en particular que, en unos años, se ha convertido en un objeto ubicuo, inseparable de nuestro cuerpo, del que no podemos desprendernos apenas unos cuantos minutos, que mantenemos a nuestro lado mientras dormimos y que atesoramos casi como una prótesis”, señala Pérez Jiménez.
El sociólogo manifiesta que advertía que él mismo se estaba convirtiendo en otra persona a la hora de relacionarse con los demás, “en la manera de vincularme a mi entorno inmediato, incluso de percibirme, y quería hacer esa reflexión desde la posición de un usuario intensivo de las pantallas, por mi formación, por mi trabajo durante muchos años en los medios de comunicación y audiovisuales, pero también como usuario”.
El profesor expone este ejemplo: “El otro día hablaba con un grupo de alumnos que consideraba que están ‘enganchados’ (como término patológico), y todos coincidían en que hacen un uso de la tecnología por encima de su deseo, que estos dispositivos nos han fagocitado más tiempo y más atención de nuestra vigilia de la que queríamos darles en nuestras vidas”.
Por un lado, sostiene el profesor, ya le dedicamos mucho tiempo a la conexión virtual, a la pantalla, a la cuestión telemática desde el trabajo, pero ahora más que nunca, en este último año, no sólo la relación profesional ha estado muy mediatizada por la pantalla, también el tiempo de ocio está mucho más vinculado a estos dispositivos de lo que lo estaba hace diez o quince años.
Las horas de consumo de televisión ya entonces se consideraban alarmantes, “se hablaba de tres horas, 20 minutos por persona y día – dice Pérez Jiménez-, pero ahora estamos hablando de 8 y 10 horas de consumo de pantalla al día, que es prácticamente todo el tiempo en el que estamos despiertos o todo el tiempo que tenemos disponible y que, en la actualidad, lo vinculamos a un dispositivo”.
‘La niñera electrónica’
El cambio sustancial y más evidente se observa, según el escritor, en los niños. “Ellos cambian por comodidad de los padres y, a veces, por su terror a dejarlos solos, por eso, en cualquier resquicio de tiempo libre su ocupación favorita es mirar el móvil o una tableta, estar aferrados a las pantallas”, señala.
En este sentido, apunta que “estos aparatos se convierten en la niñera electrónica que resuelve que el niño no dé guerra, que esté calladito, entretenido y controlado en un sitio cerca para que no se despiste y se pierda de vista”.
“Los niños antes jugábamos todo el rato, íbamos a la calle y desaparecíamos de casa durante horas. Eso ya no pasa y hay muchos pedagogos que hablan de cómo está afectando esta falta de movilidad, de capacidad de atención porque se está centrando sólo en la pantalla, con un estímulo visual muy potente”, asegura Pérez Jiménez.
El escritor continúa su exposición añadiendo que los niños siguen teniendo el mismo interés que antes por jugar y por el relato, pero esa tarea requiere más esfuerzo, dedicarle tiempo al niño a contarle una historia o jugar con él y eso es más difícil.
“Aunque las pantallas resulten un recurso muy asequible, que tiene unos efectos muy deseables para que el niño esté controlado y tranquilo, creo que eso puede afectar a sus capacidades cognitivas y también físicas”, apunta.
La protección del vidrio de la pantalla supone un resguardo y eso tiene también sus ventajas porque son muy antifóbicos, muy ansiolíticos, es el recurso de las tecnologías que nos ponen a salvo en entornos seguros, controlados, familiares, pero que también tienen la desventaja de separarnos de la vida real.
“Entre los adolescentes, se ha construido un modo de socialización a distancia vital. Se relacionan mucho a través de portales como Instagram, colgar fotos y recibir comentarios, se establecen auténticos flirteos en relaciones sociales de comunidad, de interés, de amistad, vínculos a distancia en los que no existe la presencia física como un factor imprescindible, de hecho, pueden ser relaciones en las que las dos personas no se han visto jamás en el mundo presencial”, afirma el sociólogo.
De esta forma, se ponen en juego aspectos que se pueden transmitir a través de una fotografía o un vídeo, en los que hay un componente enormemente narcisista; como define Pérez Jiménez, “mercadeo de imágenes y de relaciones”.
Un cómodo seno materno
“Entre los adultos -continúa el profesor-, lo que hay es un porcentaje de personas que están tendiendo a recluirse, lo hemos visto con esta ‘comodidad’ de estar en casa, que ha proporcionado pereza a muchos para salir al mundo y nos ha devuelto a una especie de seno materno, controlando ciertos perfiles de la vida que resultan más agresivos”.
Para este sociólogo lo que cotiza es algo mucho menos valioso de lo que han sido históricamente las relaciones humanas.
Antes, el valor de una persona residía en su calidad humana, su cultura, su carácter, su manera de tratar a los demás en sus vínculos, también en su talento.
“Ahora, los valores son otros: el aspecto, la apariencia, la capacidad de conectar con muchos, es ese factor fama que te convierte en valioso en función de tus seguidores”, señala.
De esta forma, prosigue, “estas tecnologías generan mucha angustia, lo que se ve en estudios realizados sobre todo entre la población adolescente”.
“Desde que existen redes sociales aparecen datos escalofriantes del número de chicas jóvenes y adolescentes, entre 12 y 19 años, que se autolesionan y cuyo número de suicidios se ha duplicado. Esto coincide entre el pico de los años 2009 al del 2019 que es cuando empiezan a popularizarse redes como Instagram”, apunta.
“Me parece relevante lo que está sucediendo con los jóvenes y esa cantidad de angustia que generan los medios sociales por esta exhibición permanente de una vida plena y feliz que es completamente artificial, que propone como factibles cuerpos idealizados, a través de filtros, producción y edición, y de vidas relatadas a partir solo de los momentos estelares, como si todo lo demás no existiera y eso está teniendo un efecto demoledor”, analiza.
Pero Juan Carlos Pérez Jiménez se muestra optimista: “En mi pronóstico sobre el futuro contemplo la posibilidad de que el mundo nos sorprenda, de que nos sorprendamos, e igual que ha habido una revolución feminista en estos últimos años, también va a haber una revolución muy necesaria, que es la revolución de la salud mental en la que todas estas cuestiones de la angustia, los miedos o las depresiones que influyen en el bienestar psíquico dejen de ser un tabú vergonzante y haya un discurso que lo recupere, lo visibilice y normalice”.
“Confío en que hay indicios de que empieza a vislumbrarse una demanda social en esa dirección”, asegura.
Quizás los adolescentes, que hasta ahora no han tenido ningún papel pero que se han dado cuenta de los efectos de esta pandemia, hayan incorporado estas vivencias como algo que hay que tener en cuenta, que puede pasar, y quizás “nos sorprendan con propuestas y con actitudes que sean más emancipadoras y más liberadoras de lo que ahora se nos ocurre a los que ya somos adultos”, concluye.
Por: Isabel Martínez Pita
Fuente: EFE Salud