Gordon Matthew Sumner, el hombre que desde los `70 quedó oculto bajo el seudónimo de Sting, con el que emprendió una suerte de cruzada del buen gusto musical, más allá de las diferentes escenas por las que le tocó transitar, cumple éste sábado 70 años.
Demasiado jazzero para el punk en tiempos de «The Police», demasiado rockero para los aires jazzeros que le imprimió a su primera etapa como solista y demasiado convencional para los círculos rockeros, Sting siempre se caracterizó por las inquietudes musicales planteadas a cada paso de su carrera, lo que permitió enriquecer las distintas escenas que revisitó.
Pero todo ello lo hizo fundamentalmente con la búsqueda estética como factor común y una especie de sabiduría zen que despertó el respeto de estar en presencia de un artista con objetivos firmes y claros.
Así, a lo largo de su rica historia musical y más allá de contextos, Sting dejó un buen puñado de canciones, de variadas sonoridades pero delicadas estéticas y perfectas confecciones, como “Roxanne”, “Message in a Bottle”, “Every Breath You Take”, “Moon Over Borboun Street”, “Fortress Around Your Heart”, “Englishman in New York”, “They Dance Alone”, “Fragile”, “Shape of My Heart”, “Fields of Gold” y “Brand New Day”, entre decenas de éxitos.
Más allá del frenesí inicial con el memorable trío The Police, el artista también cultivó desde mediados de los `80, en coincidencia con su acercamiento al jazz en el plano musical, un perfil ligado a un estilo de vida casi zen, y atento a causas humanitarias.
Prueba de esto fue cuando en diciembre de 1987, en su primera visita a la Argentina como solista y luego de su paso siete años antes con The Police, invitó a bailar sobre el escenario de River Plate a las Madres de Plaza de Mayo durante el tema “They Dance Alone”, en homenaje a los desaparecidos, en uno de los primeros grandes reconocimientos que tuvo este grupo a nivel popular.
La escena se repetiría casi un año después cuando el músico regresó, pero esta vez junto a otras grandes luminarias, como Peter Gabriel y Bruce Springsteen, en la gira de Amnistía Internacional.
Seguramente esas inquietudes ya podrían verse de alguna manera en medio de la efervescente escena punk de Londres de 1977, en el joven inglés amante del jazz que intentaba ganar espacio al frente de un trío de blondas cabezas y sonidos que mezclaban la furia de moda con sutiles ritmos jamaiquinos.
Es que más allá de los altos tempos que predominaban, el grupo que se hacía llamar «The Police» marcaba diferencias por el acercamiento a estructuras armónicas que daban cuenta de una apertura hacia sonidos más estilizados y a liricas con sustento en lecturas sobre filosofía, arte y ciencia, en muchos casos.
Su líder, a esa altura, ya había dejado olvidado su nombre legal detrás del apodo ganado por el uso habitual de un suéter negro con rayas horizontales amarillas que se asemejaba al cuerpo de una abeja –la palabra sting se traduce como aguijón-.
La sofisticación en la música de «The Police» fue creciendo a lo largo de sus cinco años de reinado, con cinco brillantes discos, a la par de su enorme fama mundial. Cuando el grupo había alcanzado su mayor grado de madurez sonora en 1983 con “Synchronicity”, y algunos críticos ya comparaban su suceso con el de Los Beatles, la sociedad se rompió y Sting inició un camino solista.
Se rodeó de músicos de la escena jazzera de Nueva York y puso en marcha una etapa de alto nivel que lo ubicó entre las figuras indiscutidas del rock de la década.
A la par, dejó de lado ciertos excesos propios de la locura que generaba el éxito de «The Police», y se volcó al yoga y la meditación, una imagen que le da un aura relejada que aún conserva.
A nivel musical, a partir de los `90, se convirtió en un clásico, su música viró en forma y sonido hacia lugares más convencionales y transitó -como ocurre con todas las grandes figuras- algunos momentos intrascendentes, aunque nunca faltó alguna gran canción de refinada belleza.
Actualmente, con una familia constituida de manera sólida desde el final de la etapa más salvaje con «The Police», Sting pasa gran parte de sus días en la mansión que tiene en la Toscana Italiana, en donde fabrica sus propios vinos.
Pero entre meditación y meditación en medio de su paraíso terrenal, por suerte suele hacer discos y salir de gira, como para recordarnos que es el responsable de un estilo único regido por el buen gusto.