Sofía Loren, el ocaso de la diva italiana que vive recluida en su mansión suiza y casi no puede andar


Ayer, hoy y mañana. Tres espacios temporales en los que Sophia Loren (87) sigue reinando como la última gran estrella viva italiana -con permiso de Gina Lollobrigida (94), que vive recluida en su mansión de la Via Appia Antica de Roma- aunque se prodigue poco en actos públicos. A pesar de ello, el famoso escote de Jayne Mansfield durante la cena de su presentación en sociedad en Hollywood sigue causando estragos.

La diva de Nápoles se está marchitando poco a poco. En su querida RAI se quedaron atónitos cuando recogió el David de Donatello a la mejor interpretación por La vida por delante (2020), dirigida por su hijo Edoardo Ponti, que la acompañó hasta el escenario porque tenía la espalda encorvada, a duras penas podía caminar y mucho menos subir las escaleras. También necesitó de la ayuda del presentador. La edad se le ha echado encima de repente.

Su última gran aparición pública fue hace cinco meses, cuando inauguró en Florencia su primer restaurante, Sophia Loren Original Italian Food, vestida impecablemente con un traje chaqueta blanco (probablemente de su amigo Giorgio Armani) que hacía resaltar los rescoldos de una belleza que aún permanece. Fue vitoreada por decenas de fans, que a los gritos de «Sophia, Sophia» capturaban tan idílico momento con sus móviles. Mientras, la protagonista de Dos mujeres (1960) saludaba y estrechaba amorosamente algunas manos. Aquello le hizo feliz. Siente mucha gratitud las muestras de admiración y cariño de la gente; jamás perdió su esencia humilde a causa de la celebridad. En cierto sentido, aún sigue siendo aquella niña de Pozzuoli (Nápoles) que sintió los bombardeos de la II Guerra Mundial, padeció hambre y sufrió el abandono de su padre.

En aquel multitudinario acto estuvo permanentemente agarrada de la mano de su acompañante o apoyaba sus manos sobre su hombre por miedo a caerse. Los problemas de movilidad eran visibles. La ganadora de dos Oscar es más consciente que nunca del inexorable paso del tiempo, lo que le provoca una sensibilidad a flor de piel que suele desembocar en impulsos en forma de lágrima. Llora con facilidad.

Sus cuatro nietos son la mayor riqueza que la vida le ha dado (además de su marido, Carlo Ponti, y sus dos hijos, Edoardo y Carlo) y quiere disfrutar de ellos todo lo que pueda. Recluida en su mansión a las afueras de Ginebra, donde la recientemente fallecida Raffaella Carrà la entrevistó para uno de sus programas, Sophia hace una vida muy normal. Sale a pasear por el amplio jardín de su casa, prepara ella misma sabrosos tipos de pasta, suele cenar hacia las siete de la tarde, se va a dormir pronto y, si alguien consigue su teléfono, ella misma lo descuelga.

Fuente: El Mundo