Por Jessica Jannete Báez Márquez y Claudia Rodríguez Ibarra
El dos de noviembre como cada año en México, se conmemora el Día de Muertos, una festividad que amalgama la tradición prehispánica con la española, y un día antes, se comienza con la celebración del Día de los Angelitos (cuando se conmemora a los Santos inocentes, muertos por instrucciones de Herodes, según las escrituras); cuando las almas de los niños regresan para disfrutar con sus familiares.
El otoño, anuncia en ese día una celebración cargada de simbolismo para los mexicanos; es el día en que los muertos regresan a la tierra para convivir con los vivos, con sus parientes que los acogen en sus casas o panteones con altares llenos de flores, que pintan de colores los cementerios y las salas de las casas. El calor de las cocinas mexicanas se enciende para elaborar los platillos y dulces favoritos, tanto de los vivos como de los seres queridos que partieron antes y a quienes se agasaja en tan basto menú que se prepara para el altar de muertos. Hoy en día permanece la tradición, que no es ajena a otras tradiciones en distintas partes del mundo, pese a que las civilizaciones prehispánicas, no tuvieron acercamiento alguno con otras como la oriental, pero existen similitudes.
La gente se amontona en las iglesias, calles y panteones con cempasúchil, crisantemos y calaveritas de dulce sonrientes de colores. Las oraciones se elevan a los cielos entre canciones y calaveritas en forma de rimas, deleitan los oídos para alegrar los corazones de los dolientes, que rezan porque sus parientes ya fallecidos, hayan logrado llegar al tan anhelado cielo eterno frente a Dios. Es el Día de Muertos, pero más allá de su colorido y de la estética que ya ha logrado conquistar al mundo, esta festividad encierra un elemento clave que le ha dado sentido y permanencia: el sincretismo. Cuando hablamos del Día de Muertos, se resignifica una tradición profundamente mexicana que nace del encuentro de dos mundos, el indígena y el europeo. Las creencias sobre la muerte tanto de los indígenas como de los europeos, era un tanto compleja, por lo que la fusión sobre la muerte, el alma y el más allá, se han transformado poco a poco, pero sin desaparecer. Ahora con la globalización y el marketing, la festividad ha cobrado más fuerza en México para su difusión a los ojos del mundo entero.
Estas tradiciones en lugar de ser reemplazadas por completo para la enseñanza del catolicismo fueron mezcladas con las cosmovisiones indígenas aztecas. La celebración Azteca comenzaba en los meses de Julio y agosto, pero a la llegada de los españoles en la conquista, al ver que los indígenas tenían la tradición de honrar a los muertos, decidieron cambiar la fecha a la festividad cristiana del Día de todos los Santos, para transformar sus costumbres. Los antiguos pueblos como los mexicas veían la muerte como una continuación de la existencia, no como una connotación negativa, sino como un tránsito hacia otros planos, como el Mictlán, el Tlalocan o el Tonatiuhichan, cada uno con su propio significado según la forma en que había vivido y muerto el difunto.
Esta concepción sobre la muerte era profundamente ritual y significativa: los muertos necesitaban ser acompañados, alimentados y recordados por los vivos para completar su viaje. Por eso, desde antes de la conquista, se les ofrecían alimentos, objetos personales, flores e incluso música, para ayudar al ser querido a trascender. Sin embargo, los conquistadores y religiosos vieron como paganas, aquellas prácticas indígenas, por lo que de inmediato intentaron erradicarlas, pero sin éxito alguno. El espíritu de la celebración indígena sobrevivió, escondido entre velas, imágenes de santos y rezos en español, que ahora se ha transformado en algo moderno, donde el cuerpo de los vivos es utilizado como lienzo para pintar calaveras, disfrazándolos en las tan exaltadas Catrinas que José Guadalupe Posada aún inspira.
Hoy en día, ese sincretismo se manifiesta de forma tangible, en esos altares que son microcosmos de la historia mexicana. Ahora bien, en los altares modernos podemos observar que, junto a una imagen de la Virgen de Guadalupe, puede haber una calaverita de azúcar con el nombre del difunto y sus fotografías, junto a una cruz de sal se puede ver un papel picado de colores con esqueletos bailando. El altar no es solo una decoración; es un espacio sagrado donde los mundos convergen, donde lo indígena y lo cristiano dialogan y conviven en armonía como una sinergia del sincretismo.
Los elementos que componen los altares de muertos tienen una carga simbólica muy particular, por ejemplo: La flor de los muertos, cempasúchil, guía con su color y aroma el camino de regreso de las almas al plano terrenal. El copal purifica el ambiente y crea un vínculo espiritual con el más allá. Se ofrece comida a las almas que viven de visita con la comida que más les gustaba y la presencia de figuras cristianas evocan la esperanza de vida eterna que la vincula con Dios y nuestras creencias católicas, herencia de los españoles, la luz de las veladoras alumbra el camino y los altares son representados en forma de pirámides o escalinatas, recordando las ciudades prehispánicas, pero también haciendo referencia a la tierra, el purgatorio y el cielo. Esta tradición es transmitida de generación en generación.
Uno de los aspectos más controversiales para otras culturas sobre esta tradición mexicana, es la forma en que los mexicanos se relacionan con la muerte de forma irónica. En muchas culturas, la muerte es motivo de temor y solemnidad, en cambio, en México, la muerte se humaniza, se le pone nombre, se le viste de colores, se le invita a comer y se le canta. Otra tradición que acompaña a estas festividades son las tradicionales calaveras literarias, rimas sarcásticas que se escriben para anunciar la forma en que la muerte querrá llevarse a los vivos , son ejemplo del humor con el que se mira a la muerte, manteniendo ese espíritu festivo ante lo que se teme. Este gesto humorístico no le resta importancia y asombro a la celebración, al contrario, le da una carga de honestidad emocional y alegría al recuerdo de la pérdida de un ser querido. Pero ¿por qué se puede reír de la muerte? Quizá se le ha entendido, aceptado y se ha aprendido a convivir con ella o ¿es acaso el temor a lo desconocido lo que mueve estas festividades?
En muchos pueblos de México, como los de Michoacán, Guanajuato, Chiapas y Oaxaca, la noche del 1 de noviembre es una vigilia que reúne a las familias en los cementerios, entre rezos en español, náhuatl o mixteco, cantos tradicionales y platillos típicos. Los altares se adornan no solo de pan de muerto y tamales, sino también de figuras de barro, papel, flores, velas y alfeñiques de azúcar que remiten tanto a lo ancestral como a lo moderno. En estos espacios se vuelven importantes para la memoria de la identidad de un pueblo.
Esta tradición no es igual en todas las regiones del país lamentablemente, ya que la globalización ha permeado de tradiciones distintas que se vinculan a las nuestras y que a veces opacan, por lo que se corre el riesgo de perderse, por ejemplo, en el norte de México, la tradición se ha ido debilitando frente a celebraciones extranjeras como la de Halloween. Sin embargo, los esfuerzos por conservar el Día de Muertos se multiplican y también en esas regiones del país las personas buscan volver a esas tradiciones, en busca de una identidad perdida que se diluye poco a poco en los límites de las fronteras. Gobiernos locales, escuelas y comunidades han impulsado concursos de altares, catrinas, ferias culturales y actividades escolares para mantener viva esta celebración. Cabe señalar también que José Guadalupe Posada (1852-1913), artista mexicano del grabado, dedicó gran parte de su obra al tema de la muerte, tomando como sátira a la huesuda, en el día a día de la vida y política de los mexicanos durante el régimen del dictador Porfirio Díaz. En tono de burla hacia la sociedad aristócrata de costumbres europeas, creo este personaje, sin saber que su arte inspiraría con las catrinas a que la tradición del Día de Muertos permaneciera con más fuerza, hoy los disfraces de “Catrina” están en boga gracias a la mercadotecnia y el internet.
El Día de Muertos nos recuerda que la identidad mexicana es una amalgama de tiempos, creencias y culturas que han aprendido a convivir y ya forma parte de nuestra identidad. El sincretismo que lo define no es una traición a las raíces indígenas, ni una imposición europea, más bien es una muestra de adaptación, de resiliencia y de creatividad cultural mexicana. Gracias a este sincretismo, el Día de Muertos no forma parte del pasado, sino que es una celebración viva, emotiva y profundamente humana.
En estos tiempos convulsos donde la inmediatez del mundo digital y tecnológico amenaza con borrar lo que no es rentable o popular, el Día de Muertos persiste como un acto de resistencia y tradición, buscando formar parte de ese mundo tecnológico a través de la tradición y el arte. Es una declaración de amor y memoria a los que se han ido, pero también a los que estamos aquí, intentando no olvidar de dónde venimos. Porque mientras pongamos flores, platos de barro con mole y pan de muerto en el altar, encendamos velas y contemos historias de quienes nos precedieron, las tradiciones y fotos de nuestros familiares que se han ido vivirán; en un país donde lamentablemente la muerte sigue siendo un tema con el que el mexicano tiene que lidiar día con día, ahora más con la inseguridad que atraviesa nuestro país.
“Yo Netzahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
Solo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Percibo lo secreto, lo oculto:
¡Oh vosotros señores!
Así somos,
somos mortales
todos habremos de irnos
todos habremos de morir en la tierra …
Como una pintura
nos iremos borrando.
Como una flor,
nos iremos secando
aquí sobre la tierra.
Meditadlo, señores águilas y tigres,
aunque fuerais de jade,
Aunque fuerais de oro,
al lugar de los descarnados.
Tendremos que desaparecer,
nadie habrá de quedar”.
Poema de Netzahualcóyotl de Tezcoco
Fotografías Alberto Alejandro Gómez López

