“Cuando suena el despertador, los ojos de John se abren y miran el libro que leía la noche anterior: Una guía para tener un esperma sano. Él y su mujer llevan meses intentando tener un bebé y ambos están haciendo todo lo que está en sus manos para aumentar las posibilidades…”. Así empieza el último libro de la socióloga estadounidense Rene Almeling, Guynecology: The Missing Science of Men’s Reproductive Health (”La ciencia perdida de la salud reproductiva masculina”, en inglés). John se cepilla los dientes con pasta ecológica y lava la ropa con detergente sin perfumes para evitar el contacto con sustancias químicas. Camino al trabajo ve una valla publicitaria en la que se alerta de los riesgos para la reproducción que supone el reloj biológico masculino. Come “superalimentos” (eco, por supuesto) mientras lee un artículo en una revista masculina sobre formas de tener unos espermatozoides más fuertes y sanos… John no existe, aclara Almeling por Zoom, sonriente, desde su despacho en New Haven (EE UU). “Los hombres no están sometidos a interminables consejos sobre su semen”.
“Decidí empezar un libro muy académico con una historia absolutamente ficticia porque no se me ocurría una manera mejor de ilustrar la incongruencia de no pensar que la salud y el cuerpo de los hombres importa en la reproducción”. La historia se ha desarrollado de otra manera: “El conocimiento científico sobre la reproducción, al menos durante el último siglo, se puede englobar en un contexto de responsabilidad de género. Es decir, se ha centrado principalmente en el cuerpo de la mujer y no se le ha prestado demasiada atención a los factores que puede dañar el esperma de tal manera que puede afectar a la salud de sus hijos”, como la edad, la salud y la exposición de los varones a productos químicos.
Esta diferencia de trato de la ciencia y la falta de estudio en lo que respecta a la salud reproductiva es curiosa, según señala la socióloga en su libro. Sobre todo teniendo en cuenta que el hombre blanco ha sido históricamente el foco de estudio para la mayor parte de investigaciones relacionadas con la salud. De hecho, los Institutos Nacionales de Salud (NIH por sus siglas en inglés) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) no pusieron como requisito que se incluyera a las mujeres y a las personas afroamericanas en los ensayos clínicos hasta la década de los noventa. Y esto a pesar de que el colectivo feminista lo pidió unos treinta años antes.
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Para Almeling, el motivo de esta brecha en la investigación es una cuestión de ideas de género. “Si coges cualquier libro de un médico que estudie género y medicamento, es probable que encuentres las siguientes afirmaciones: el cuerpo del hombre es el estándar y el de la mujer, el reproductivo. Estos enfoques se deben en parte a una creencia cultural en el sexo como un dualismo, que consta de dos categorías no superpuestas —masculino y femenino— y opuestas”, dice.
Así dentro de la medicina se han asentado dos grandes ramas: la ginecología y la obstetricia, que prácticamente toda mujer conoce y visita con regularidad (en torno a una vez cada dos años) desde su primera regla (que es, de media, a los 12 años). Y no es que el hombre no tenga sus médicos, que los tiene, sino que —salvo que haya un problema— no pisa un urólogo hasta los 50 (edad a la que se suele recomendar la primera colonoscopia, quizás la palabra andrólogo ni siquiera le suene (es el especialista dedicado a tratar los problemas de función sexual, fertilidad y reproducción masculina).
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Almeling no pretende cargar contra los hombres: “No es cuestión de echarles la culpa o estigmatizarlos como se ha hecho con las mujeres, al hacerles listas de lo que pueden y no hacer. Esto solo genera ansiedad y sensación de culpa. De lo que se trata es de pensar en la salud reproductiva como una cuestión pública y de todos, y entender que todos los cuerpos son capaces de reproducirse. Esto incluye a las mujeres, a los hombres y a las personas que no se identifican con ninguno de estos géneros”. Para la socióloga, lo importante es que, aparte de que se haga una mayor inversión para investigar más a fondo, se eduque y transmita más el conocimiento que hay. Es poco, pero no estamos completamente a oscuras.
Desde la década de los setenta, “se empezaron a desarrollar pequeños estudios sobre cómo determinados factores pueden influir en la capacidad reproductiva del hombre y la salud de sus hijos”. Y es que, al igual que todo lo que ocurre en el cuerpo de la mujer antes y después de las 40 semanas de embarazo afecta al bebé, lo que ocurre en el del hombre parece afectar a los espermatozoides, esas células tan importantes que transmiten la mitad de la información genética.
No solo a las mujeres se les pasa el arroz
Mucho se habla del reloj biológico de la mujer y poco del tictac del hombre. Es bien sabido que a partir de los 35 los embarazos se consideran de mayor riesgo. Por no hablar de la llegada de la dichosa menopausia, momento a partir del cual una mujer no puede volver a quedarse embarazada. Un hombre sano, en cambio, produce espermatozoides toda su vida. Pero eso no significa que el tictac no le afecte. Lo hace, y a partir de la década de los 40 los espermatozoides van perdiendo potencia de forma progresiva. Es lo que se llama como subfertilidad, es decir, que su movilidad y calidad son peores.
“La edad del hombre en el momento de la concepción afecta a la salud del hijo. Cada año que pasa aumentan las posibilidades de que se produzcan mutaciones en su esperma que se relacionan con cuestiones como el autismo o la esquizofrenia”, continúa. Según una investigación estadounidense, ser padre de forma tardía (con más de 35 años) aumenta las complicaciones durante el embarazo y las posibilidades de parto prematuro. Y a más avanzada la edad, más riesgo de defectos cromosómicos y de enfermedades como el cáncer infantil.
Esto último también aumenta con el hábito de fumar, explica la socióloga: “Las investigaciones de los últimos diez años han descubierto que los hombres que fuman previamente a la concepción tienen en su esperma más mutaciones que afectan a las probabilidades de que los niños tengan cáncer. Las revistas de epidemiología llevan años recomendando a los hombres que quieren tener hijos que dejen de fumar, pero no es un conocimiento que se traslade al público general”. Además de afectar a su fertilidad, como apuntan diversos estudios.
“Otro problema son los químicos a los que se pueden exponer tanto en el trabajo como en casa (como los pesticidas), también pueden afectar cuestiones ambientales como la contaminación, y factores como la nutrición o los hábitos de vida. Sobre estos últimos hay estudios en ratones, aunque es más complicado ver sus efectos aislados porque suelen ir relacionados entre sí, así que es difícil saber qué es lo que produce el problema”, concluye la socióloga.
Fuente: El País