Por Romina Halbwirth

Psicólogos y terapia: entre la exigencia de perfección y el compromiso real


Por Romina Halbwirth*

«¿Estudiás psicología y no hacés terapia? ¿En serio?»
Quienes transitamos la carrera sabemos que esta pregunta aparece con frecuencia en sobremesas familiares, charlas informales o comentarios en redes sociales. Aunque a veces se responda con humor, no siempre resulta inocua: instala la idea que la terapia personal es un requisito obligatorio para ejercer, cuando en realidad no lo es.

La confusión detrás del mito

En muchas formaciones —especialmente dentro de enfoques como el psicoanalítico— se promueve la terapia personal como parte esencial del proceso académico, lo que ha generado la creencia de que todo psicólogo “debe” estar en terapia.

Sin embargo, la Ley Nacional de Ejercicio de la Psicología N.º 23.277 no establece la terapia personal como requisito habilitante. Sí exige título universitario y matrícula profesional, pero el trabajo personal queda en el plano ético, reflexivo y voluntario.

Esto no significa restarle valor. Por el contrario, es una herramienta de enorme importancia para nuestra práctica. Más allá de las corrientes teóricas, existe un consenso fundamental: acompañar a otros requiere un compromiso ético y humano que incluya cuidar nuestra propia salud mental.

La exigencia de perfección y la realidad humana

A menudo se espera que el psicólogo encarne una estabilidad emocional inalterable, como si su rol implicara tener la vida perfectamente resuelta. Esta idea no solo es falsa, sino que deshumaniza.

Los psicólogos también atravesamos momentos de incertidumbre, dolor o cambio. La diferencia radica en que el compromiso profesional nos impulsa a buscar espacios de cuidado —ya sea terapia, supervisión, formación continua o autocuidado— que fortalezcan nuestra presencia y nuestra coherencia interna. No existe un único formato válido, pero sí la responsabilidad de sostenernos para poder sostener.

Acompañar a otros exige conciencia, no perfección. La terapia personal puede ayudarnos a detectar sesgos, procesar vivencias y optimizar nuestras intervenciones. Sin embargo, creer que es una obligación universal nos desvía de lo esencial: la responsabilidad de formarnos, actualizarnos y cuidarnos para cuidar mejor.

En este sentido, vale la pena detenernos en algunas preguntas clave:

  • ¿Qué hago para cuidar mi salud mental mientras cuido la de otros?
  • ¿Cómo garantizo que mis vivencias personales no interfieran en el ejercicio profesional?
  • ¿De qué manera sostengo mi capacidad de escucha y presencia?
No solo terapia: supervisión y autocuidado

La terapia personal no es el único camino para el cuidado profesional. La supervisión clínica, los espacios de intercambio con colegas, la formación continua y las prácticas de autocuidado son igualmente valiosas. No se trata de cumplir con una fórmula única, sino de construir un sostén personal y profesional sólido que nos permita estar disponibles y presentes para quienes confían en nosotros.

Cerrar la grieta entre mito y realidad

La pregunta “¿Hacés terapia?” podría evolucionar hacia otra mucho más significativa: «¿Qué hacés para cuidar tu salud mental mientras cuidás la de otros?»

Este cambio de foco nos permite dejar de lado juicios o exámenes morales y abrir un diálogo genuino sobre bienestar profesional. Porque lo que debería ser universal no es la terapia en sí, sino el compromiso con el propio cuidado y la coherencia ética.

No somos perfectos, somos responsables. La terapia no es un mandato universal ni legal, pero sí una de las herramientas más potentes para sostenernos y estar a la altura de quienes confían en nosotros.

*Psicóloga (MN 26553), especialista en terapia sistémica integrativa, hipnosis ericksoniana y orientación vocacional