Opinión – ¿Qué será de nuestros hijos?


 

Por Carlos Duclos

Un pequeño, como de unos 8 años, camina animadamente con su padre por una plaza de la ciudad. Van tomados amorosamente de la mano y se ve que mantienen una charla interesante, posiblemente compuesta de preguntas que siempre tienen los chicos a esa edad y respuestas que los padres dan desde el mejor conocimiento que poseen o con dibujos verbales que realizan, porque a menudo los chicos hacen preguntas profundas que no son fáciles de responder con la verdad a rajatablas para no herir la pureza y la mirada de ese mundo ideal que ellos poseen.

El niño mira, de pronto, con ojos de asombro e inquisidores, a un hombre en situación de calle que está desarrapado y tirado debajo de un árbol. La escena me hace pensar en una situación semejante dentro de 50 años, solo que el hombre ya no es ese hombre que el pequeño mira hoy asombrado, sino él mismo. De inmediato lanzo un deseo al espacio hecho pensamiento: ¡Dios no lo permita! Sin embargo, no puedo evitar una pregunta: ¿Qué será de nuestros hijos?

La Argentina atraviesa graves problemas: inflación, pobreza, inestabilidad de todo tipo. El costo del acceso a tratamientos de salud, por aludir a una patética circunstancia social, es cada día más alto, las prepagas y las obras sociales están por las nubes, mientras los salarios van reptando o caminan como las lombrices por debajo de la tierra. Y si no fuera por la sublime entrega de médicos, enfermeros y personal de salud en general, los hospitales públicos (desposeídos de todo, salvo excepciones) serían el triste destino final de muchos pacientes. El precio de medicamentos es inmoral. Comprar una vivienda en Argentina -Por dar otro ejemplo- solo existe en los sueños y alquilar es toda una odisea muy amarga.

De precios de esas cosas que se necesitan para la vida cotidiana… ni hablar. Y encima en estos días hay faltantes. De trabajo y salarios…, bueno, el lector posiblemente sea una víctima en esa tenebrosa realidad. Claro, es odioso hablar de estos temas porque nos sumergen en las sombras de la existencia humana. Pero si no se habla, si no se expone el panorama, el cambio necesario será imposible.

¡Cuidado! Esta realidad no es solo de ahora, esta Argentina pobre es histórica. Y esta cuestión de la pobreza no pasa únicamente por lo económico; no, por supuesto que no. Hay pobreza cultural, pobreza de justicia, de seguridad, educativa, ética, moral. La degradación es de magnitud. Días pasados me decía un profesional de la salud, alarmado por la situación, que “donde uno toca sale pus”.

Sí, la infección es importante. Lo que funciona bien en otros países no funciona en Argentina ¿Por qué? Porque el problema argentino de estos días es sobre todo moral y cultural. Ninguna receta, sea liberal, socialista, radical o peronista, de derecha o de izquierda, podrá funcionar en una sociedad mezquina, dividida, en donde el prójimo es considerado una cosa que se debe usar o un sujeto digno de ser aplastado. Nada funcionará en una sociedad en donde el respeto y la solidaridad están estampadas contra el piso y en donde la corruptela baila ufana ante la justicia que a menudo mira para otro lado.

A la Argentina le hace falta que los adultos empecemos a mirar con más detenimiento a los chicos y pensar en la sociedad que les dejaremos. A la Argentina le hace falta «gente de abajo» que entienda que por la vía de la división, del fanatismo y el enfrentamiento nos vamos derechito a la mierda. Si, así como suena. Gente de abajo digo, para que los conocidos de siempre de arriba sientan lo que tienen que sentir de una vez por todas. A la Argentina le hace falta gente que se vista de empatía, que mire a sus chicos y se pregunte: ¿Qué será de nuestros hijos?