Por Ane Amondarain
La escritora y periodista cántabra Nuria Labari regresa al género del cuento, después de quince años, con No se van a ordenar solas las cosas, un compendio de relatos en los que pone contra las cuerdas las contradicciones sociales y las desigualdades de clase, género y raza de nuestro tiempo para denunciar que «hay un vacío de responsabilidad con los privilegios» que ostentan las personas en las sociedades occidentales.
«Me parece que en este momento se habla poco de hacernos responsables de nuestros privilegios. Una puede ser mujer respecto al privilegio de los hombres, pero a lo mejor esa misma mujer no piensa en su privilegio respecto de la mujer a la que ha contratado para que se ocupe de todas las tareas domésticas y tener así una relación más igualitaria. Cada uno se aferra a su parte más frágil sin revisar cuáles son las relaciones de poder que está ejerciendo sobre otras personas», asegura Labari en una entrevista con Efeminista a propósito de su última publicación de la mano de Páginas de Espuma.
En estos relatos, el público lector se encuentra con la condescendencia de una señora hacia la trabajadora del hogar que cuida de sus hijas y limpia su casa, la fugaz relación amorosa entre una mujer mayor y un joven inmigrante, la vigorexia y el culto al cuerpo que llevan al límite a un adolescente o los prejuicios que afloran cuando una familia occidental viaja a tierras lejanas.
La autora percibe que la falta de perspectiva crítica con respecto a los privilegios que ostenta cada cual «se ha agudizado» en los últimos años y es por ello que con estos cuentos evidencia la necesidad de poner en práctica la responsabilidad social, lo que «implica hacer algo con ese privilegio que uno tiene, y que puede ser algo tan sencillo como escuchar» al otro.
«No hacerse cargo de los privilegios nos hace sordos y ciegos respecto de las personas que tenemos delante. La escucha es muy necesaria. Vivimos tiempos muy narcisos, hay mucha conversación del yo. Todas y todos lo sentimos, pero es difícil salir de ahí porque ese yo está muy sediento de justicia personal respecto de lo que le pasa a cada uno, porque efectivamente a todos nos está pasando algo», afirma la escritora.
Cada personaje de estas páginas tiene sus heridas, pero Labari advierte que el diálogo entre las personas dañadas está aún por inaugurar, tanto en sus cuentos como en la vida real. En este sentido, reconoce que, por fortuna, al interior del movimiento feminista ya se están dando estas conversaciones, si bien comparte que aún quedan muchos retos por conquistar.
Pero Labari también denuncia ese otro «privilegio de la mujer feminista blanca, luchadora y defensora de sus ideas y de la igualdad para todas las mujeres que, sorpresa, recibe ayuda de otra mujer para cuidar de sus hijos, sus padres o de sus plantas».
«Esa mujer en España suele ser una inmigrante que a veces no tiene papeles o que no tiene derechos y la feminista blanca que la contrata convive muy dulcemente con esta realidad», agrega.
En la construcción de estos relatos cortos el encuentro con el otro y, por tanto, consigo misma es central, adelanta la autora. Después de la escritura de La mejor madre del mundo (Literatura Random House, 2019) y El último hombre blanco (Literatura Random House, 2022), dos novelas escritas en primera persona, Labari quería saber a qué sonaba el mundo «si hubiera muchas voces hablando y si esa música no fuera ruido».
«Quería saber a qué sonaba el mundo si hubiera muchas voces hablando, si esa música no fuera un ruido y si diera sentidos cruzados de unas a otras voces con algo común que no es una trama, no es una peripecia, sino que lo común de estas voces es un desorden casi mental o un malestar. Es un malestar que habita casi cada persona que vive en este mundo», expresa.
Pero la escritora es consciente de que cada malestar tiene un lenguaje propio y es por ello que este libro recoge una diversidad de lenguajes e idiomas que enriquecen las historias.
Ejemplo de ello es el relato Como si te hubieras olvidado del sentido de vivir, donde la cántabra se sumerge en la mente de un adolescente con problemas de salud mental y vigorexia y adopta el lenguaje de un joven inmerso en la esfera digital y obsesionado con el ejercicio físico. Para escribirlo necesitó de la ayuda de su hija y de su sobrino adolescentes.
«Este desorden íntimo y mental lo están contando los periódicos desde el lenguaje más adultocentrista posible. Sabemos que la adolescencia lo está pasando especialmente mal, pero me di cuenta de que nos lo están contando desde una voz única que maneja una gramática y que tiene una ideología determinada que suprime la voz de los protagonistas», denuncia.
En 2009, el libro de relatos Los borrachos de mi vida le valió a Labari el VII Premio de Narrativa Caja Madrid. Desde entonces no había vuelto a publicar una obra de cuentos hasta ahora, pero la escritora y periodista reconoce que nunca abandonó este género y que siempre ha seguido escribiéndolos.
Preguntada por si estas historias son un llamado a la acción, señala que de ser así habría escrito un manifiesto, pero reconoce que el lenguaje dogmático no llega tan lejos como el literario.
Y admite que hay algo de querer movilizar a la gente detrás de estas páginas: «En reconocer ese desorden y el hecho de que no se van a arreglar solas las cosas hay un mandato. Y lo siguiente es hacer algo como, por ejemplo, escuchar o mirar desde otro lugar. Es una oportunidad para tomar conciencia», expresa
Fuente: EFE (efeminista.com)
Foto portada crédito El País