Por Paula Winkler
“Soy todas las mujeres que en mí habitan”. Fuera de la ficción, incluyo a las que voy descubriendo a medida que envejezco: mujeres escondidas debido a la lucha por la vida, la profesión, el amor, los afectos y la familia, que mi conciencia desconocía… Es que la existencia se nos presenta a menudo como una aventura frente al mundo y en un mundo en el que los otros (y las otras) acompañan u, otras veces, parten sin avisar o simplemente nos dejan.
Y es este instante preciso, seas joven o vieja, cuando el tiempo y tu historia in expropiable terminan por advertirte: “aquello a lo que tanto temías, ¿ves que no es tan peligroso?”
En mi opinión, no hay “la mujer” ni “las mujeres”. Hay mujer-una-a-una. Por ejemplo en la maternidad, mujeres koalas cuyo dar a luz reconocen como desarrollado a ciegas del destino (de hecho las crías de estos simpáticos animalitos australianos nacen sin ver), mujeres jirafas –bellas y elegantes pero de gesto torpe aunque porten esos cuellos largos destacables- cuyos “cachorros” caen en altura –si me permiten la analogía- pero sobreviven del golpe gracias a su mamá que los dejó caer hacia la vida, obligándolos a respirar; también existen mujeres-Medea pues devoran a sus hijos. Mujeres solteras, viudas, divorciadas, en pareja o desinteresadas de todo ello. Profesionales, obreras, funcionarias, empleadas; artistas, jefas de familia, artesanas. Incansables bordadoras de sus tramas o perezosas inocentes; soberbias, generosas, envidiosas, intrigantes, malas.
E ignoro si las mujeres poetas trabajan con los significantes de la alta poesía por el solo hecho de serlo o si escriben prosas maravillosamente delirantes como las de Leonora Carrington o precisas sobre el terror como las de Mariana Enríquez; con ironía y elegancia como Silvina Ocampo, o si su prosa erótica se asemeja a la de Marguerite Duras, en tanto femeninas. Y me refiero a tantas y tantísimas escritoras y poetas internacionales y locales, de varios registros.
Dejarnos hablar en plural, no solo en el arte, responde a un deseo colectivo que va mucho más allá de las etiquetas y del logos. Y lo que asoma en libertad es irreprochable, es cierto: vivimos en sociedad.
Sin embargo, hoy la pregunta que, a mi juicio, se impone es: ¿qué esperan los hombres de nosotras, todavía somos “su” síntoma? Las mujeres (inteligentes, reflexivas) no esperan mucho de los hombres. Cada mujer va construyendo su esperanza como puede. Sola o acompañada, querida o desdeñada. Nosotras lo aprendimos a hacer con ayuda de otras mujeres o aguantando las tormentas disruptivas en soledad, con precisión o a los tumbos. Y aunque alguna extranjera estalle aún de vieja en nosotras o se exhiba felizmente cambiada o distinta y por esto asombre al entorno, lo relevante es que somos (además de hacer, de carecer o de tener).
¡Que tengan una brillante semana!
Foto portada tomada por la autora de la nota en el Museo Thyssen-Bornemisza, junio de 2025, Madrid.
