Por Paula Winkler- Narradora y ensayista
Algunas mujeres para vestir se guían por las marcas, por los consejos de “influencers” o de las revistas especializadas. Otras, preferimos el diseño al que veneramos: ciertos trajes son verdaderas obras de arte.
La moda es una práctica social cuyo producto inocula impulsos de compra y emociones. La industria instituye a la moda; su uso la singulariza. Ambos aspectos se deben el uno al otro. La industria en nuestro país continúa siendo fuerte. En otras partes del planeta son un signo irrefutable de cultura (Francia, Italia, Finlandia, etc.). Se atribuye a los franceses el inicio de esta aguja.
Cuando se exporta, se generan divisas al tiempo que empleo local. Modelos publicitarias o de pasarela, modistas, sastres, costureras, fotógrafos, “buyers” personales; arquitectos y diseñadores de imagen; fashion groups y programas radiales y televisivos son sus agentes. Y como práctica cultural, la moda forma parte del patrimonio estético de su país de origen.
Un clásico publicado por primera vez en 1967, “Sistema de la moda”, inicia los estudios semiológicos separados de los lingüísticos: Roland Barthes vierte su experiencia y conocimiento, en efecto, después de haber investigado cientos de fotografías y sus abreviados textos escritos al pie; entrevistas y estadísticas publicadas en “Elle” y “Jardins de Mode”, alzándose como el primer semiólogo del rubro.
Roland Barthes
Barthes no quería ser absorbido por los estudios saussureanos vigentes y se concentró en dos estructuras: el lenguaje (visual y escrito) y la indumentaria como práctica convertida en “moda” sobre la base de sus usos y costumbres. Quedaron abiertas a partir de él investigaciones de sociólogos, psicólogos sociales y disciplinas afines (incluso abordajes filosóficos). Se trataba de develar su signo de comunicación específico, pues la cuestión no se limitaba a identificar a sujetos tras la apariencia del vestido sino ciertos síntomas (en la postguerra los diseños se transformaron en austeros, en los países de emergencia económica el vestido se democratizó y comenzaron a utilizarse moldes igualitarios y transversales a todas las clases sociales con la diferencia de texturas e insumos; hoy, atento a los problemas climáticos del planeta, aun las grandes marcas y los diseñadores del traje suntuario reciclan y desechan telas cuyos insumos perjudican la naturaleza y al medio ambiente).
No solo la mujer, también el hombre, gustan de la indumentaria. Al portar el traje se incluye la mirada ajena: “soy lo que parezco y puesto que parezco, soy”. Texturas, colores, diseño y tela completan la percepción que tiene el sujeto de sí mismo, que asimismo los adapta circunstancialmente según las reuniones profesionales, eventos sociales o familiares y tal. Cuando tal sujeto se desnuda también participa de la moda, sólo que por razones estéticas, de rebeldía o necesidad de controversia, elige su piel para mostrarse en forma directa e inusual o a través de francas transparencias.
El vestido constituye en sí un signo de cuyo significante participa quien lo porta. La moda es una práctica institucional, y cada uno lleva su ropa, sea porque decide realzar sus rasgos individuales sea porque quiere ocultarlos. Por tanto, hablamos de una práctica vinculada al cuerpo.
Sin embargo, a diferencia de otros campos de estudio, en la moda es más difícil reconocer lo ontológico puro, en tanto si nos referimos a “hombros anchos”, verbigracia, la cosa va más allá del fenómeno anatómico: el cuerpo se acopla al diseño y al molde del traje. Incluso con daños de salud colaterales, como el caso de las sandalias de plataforma, cuyo uso es desaconsejado por médicos traumatólogos, se advierte que el cuerpo está semantizado por el sujeto y su moda. Paradigmas: Grace Kelly; entre nosotras, cada una en su estilo, Mirta Legrand y Juana Viale.
Lo institucional (las tendencias de las marcas, casas de diseño, boutiques, etcétera) y lo singular del sujeto que lleva la ropa se interrelacionan. A veces la moda es “derogada” por el diseñador que innova y decide no usar botones en su temporada o por el usuario en particular que los quita para sentirse original, novedoso. El desgaste de cada prenda pertenece al ámbito de lo singular; el diseño, a la moda institucionalizada. Todo, investigado por Barthes y presentido por aquel poeta del mal, Charles Baudelaire, respecto del valor efímero de la belleza.
Sin embargo, pese a que la moda no prescinde del cuerpo, nunca oculta o solo exhibe: alude y semantiza. Lo propio sucede con las palabras que, por metaforizar o reducir sentido (metonimia) jamás son literales. Las fotografías (imagen visual fija) o el cine (imagen visual en movimiento) tampoco reproducen: siempre se trata un encuadre, aun en los inicios del cine mudo o en el de aquellas imágenes obtenidas con betún de Judea sobre una placa y de las del daguerrotipo del siglo XIX. Es decir, la moda crea signos, por lo que no debe minimizarse su lenguaje.
Estamos en presencia, pues, de un signo de la comunicación (estético), del que ya hablara el poeta francés: búsqueda de belleza eterna, paradojalmente mediante su naturaleza cambiante y por esto, transitoria.
¡Amen la moda! Efímera, subsiste y no quita profundidad puesto que cuando hay intención, al pensar, de no desvalorizar ninguna práctica, todo es signo. Y si el diseño es artístico, todo será sentido.