Día de la Mujer

Líderes indígenas que han transformado la vida de miles en América Latina


En el marco del Día Internacional de la Mujer, BBC Mundo recordó la vida y obra de tres mujeres, líderes indígenas de América Latina, que han trabajado y luchado incansablemente para transformar las vidas de la gente. Se trata de Tarcila Rivera Zea, de Perú, Lottie Cunningham Wren, de Nicaragua y Rosalina Tuyuc, de Guatemala.

«No me gusta la victimización. Las mujeres indígenas no podemos presentarnos siempre como las pobrecitas, las que no sabemos, no podemos», dijo Rivera Zea al encabezar el Foro Internacional de Mujeres Indígenas.

«A eso nos llevó la negación de oportunidades, pero cuando levantamos esa barrera, tenemos todas las capacidades para desarrollarnos y aportar a la economía de la familia y del país», añadió.

En las últimas décadas, las mujeres indígenas han conquistado múltiples espacios y con sus liderazgos han tenido un impacto clave en sus comunidades y países.

Rosalina Tuyuc, por la paz

«Por más de 30 años, Rosalinda Tuyuc ha trabajado por la paz de Guatemala», le dice a BBC Mundo Adriana Quiñones, representante en ese país de ONU Mujeres, la entidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer.

Con la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (Conavigua), «puso en la agenda global lo que estaba pasando» en su país. «Ellas empezaron la búsqueda de desaparecidos y poco a poco le dieron a conocer al mundo fosas comunes y matanzas de miles de personas», aseguró.

Se estima que el conflicto armado en Guatemala (1960-1996) dejó aproximadamente 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos.

«Como ningún gobierno se ha comprometido con las víctimas del genocidio para buscar a los desaparecidos, las mujeres tomamos un azadón, una piocha, para escarbar en los cementerios clandestinos y buscar a nuestros padres, esposos, hijos», le señala Tuyuc a BBC Mundo.

«Es duro abrir una fosa clandestina y no encontrar al familiar, pero una de las grandes satisfacciones es ayudar a otras familias a encontrar a sus muertos», dijo.

Además de la exhumación de cadáveres, el proyecto que lidera Tuyuc ha construido un monumento en honor a esas víctimas.

«En la cosmovisión maya no puede haber descanso hasta que haya un entierro apropiado y ella le ha dado esa paz a más de 300 familias», señala Quiñones.

En 1982, el padre de Tuyuc fue secuestrado y desapareció. Lo mismo sucedió, tres años después, con su esposo. Cuando pensaba que ya «no podía aguantar más dolor», sacó fuerza y, en 1988, ayudó a crear Conavigua.

En los primeros años «la principal lucha era defender la vida y detener las masacres y persecuciones», ya organizadas comenzaron a «preparar mental y espiritualmente a las mujeres para hablar, recordar horas, días, responsables».

«En los años 90, tocamos las puertas de la Justicia. Fuimos 32 mujeres mayas que se atrevieron a dar sus nombres y sus caras a los tribunales para denunciar a los agresores de la violencia sexual y de otros delitos», expresó. Calificó de «muy valiente» ese «peregrinaje» de las mujeres.

«No sólo era hablar del esposo y del hijo desaparecidos, de la quema de la casa y la cosecha, sino de lo que a ellas les pasó».

En 1995, Tuyuc fue electa diputada del Congreso de Guatemala y en 2004 presidió la Comisión Nacional de Resarcimiento para investigar los delitos cometidos durante la guerra civil.

«Generó coaliciones importantes y ayudó a construir toda esa institucionalidad que vino después de los acuerdos de paz. Eso fue para todos los hombres y mujeres de Guatemala».

Esa trascendencia la refleja la periodista Lucía Escobar en una columna de opinión de elPeriódico, titulada «Rosalina, imprescindible».

«A ella le debemos el fin del reclutamiento militar forzoso que afectó negativamente a generaciones enteras de adolescentes indígenas que fueron obligados a entrar en el ejército», se lee en el artículo.

Y Tuyuc se enorgullece de ello, aunque no habla en primera persona: «Hemos contribuido a la desmilitarización de la sociedad. Fuimos las mujeres las que defendimos la voluntariedad del servicio militar. Hoy la juventud se siente libre de caminar, pero durante muchos años no fue así».

Tarcila Rivera Zea, de lo local a lo global

«Una vez, un embajador de Finlandia me invitó a una cena a su casa y me dijo: ‘Ponte acá junto a mi esposa’. Le pregunté por qué, y me respondió: ‘Porque te voy a presentar a tu sociedad'», le cuenta Rivera a BBC Mundo.

«Iban llegando los ministros, las personalidades de Lima, y les decía: ‘Tarcila Rivera Zea es quechua, una lideresa muy conocida, lástima, internacionalmente y no en el Perú'», recordó.

Eso sucedió hace 20 años y aunque hoy es considerada una destacada líder indígena en su país, Rivera dice que aún falta para la normalización: «Nuestras sociedades son fragmentadas. Por eso, ponemos sobre la mesa las diversas expresiones del racismo. El racismo, visto como un ejercicio de poder frente al otro —seas mujer, indígena o tengas otra característica—, se convierte en una forma de discriminación».

La líder ha trabajado por los pueblos indígenas de Perú desde los años 80, una década marcada por un conflicto armado que, en casi 20 años, dejó unos 69.000 muertos y desaparecidos.

«Para el ejército, los indígenas éramos terroristas y para Sendero Luminoso, éramos los lacayos del imperialismo», recuerda.

«No podíamos hablar, yo tenía prohibido ir a mi comunidad» porque para ambos bandos. «Era (considerada) una persona peligrosa».

«Hubo comunidades desplazadas, desaparecidos, perseguidos, asesinados y en ese proceso, las mujeres perdimos mucho: (hubo) niñas y mujeres «terriblemente abusadas».

En 1985, para proteger a niños quechuas cuyos padres habían sido asesinados, fundó la organización Chirapaq. Con sus comedores, ayudó a su nutrición, a reafirmar su identidad cultural y su autoestima, reconoce el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

«Quienes participaron de esta experiencia son hoy padres de familia y líderes positivos para sus comunidades», añadió el organismo.

Al inicio de los 90, Rivera sentía que, pese al esfuerzo de las mujeres, el movimiento indígena las excluía. «Éramos totalmente invisibles porque no había liderazgos claros y, si había, eran masculinos. Ahora no. Hay muchas mujeres de diferentes partes del país que aunque no sepan castellano, leer y escribir, expresan lo que no es correcto, lo que debe cambiar. Levantan su voz por la Justicia, por el respeto a la vida, a la naturaleza», analizó.

Para alcanzar esta nueva realidad, Rivera y su generación fueron fundamentales.

En 1995 participó en la Conferencia Mundial de la Mujer en Pekín, que —según la ONU— fue «un importante punto de inflexión» para la agenda de igualdad de género.

Rivera Zea es presidenta de Chirapaq, presidenta del Foro Internacional de Mujeres Indígenas y Coordinadora del Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas, y entre 2017 y 2019 fue miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas.

«Desde sus múltiples pertenencias y espacios de influencia, el liderazgo de la señora Rivera Zea ha sido primordial para visibilizar y posicionar a las mujeres indígenas como agentes de desarrollo y actores políticos con voz propia», le indicó BBC Mundo Barbara Ortiz, especialista de la Oficina Regional de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe.

Lottie Cunningham, la abogada de la tierra

Una de las ideas más esclarecedoras que he escuchado sobre cómo ven la tierra las comunidades indígenas me la dijo Lottie Cunningham, cuando recordó su participación en la primera causa judicial sobre derechos colectivos de los pueblos indígenas de Nicaragua ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH).

«El presidente del Consejo de Ancianos me dijo: ‘Por ser mujer, vamos a confiar en usted porque la tierra es la Madre Tierra, pero no estamos de acuerdo con el lenguaje de demarcación y titulación.

Nosotros queremos un título como un todo porque si vos hablás de demarcación es como si vos tuvieras tu cuerpo y empezás a desmembrar tus brazos, tus piernas, tu cabeza… Y no, la Madre es un todo, es un cuerpo, por eso no creemos en la demarcación porque queremos tener siempre unida a la familia indígena'».

Cunningham, del grupo indígena miskito, combinó las enseñanzas de sus antepasados con sus conocimientos de historia y derecho para presentarle su perspectiva a la autoridad indígena.

«Le dije: ‘En esta ocasión necesitamos tratar de tener un control sobre nuestras tierras y para eso tenemos que utilizar algunos términos del lenguaje occidental, sin quebrantar los principios y los derechos humanos de los pueblos indígenas'».

En 2001, la Corte IDH había emitido una sentencia a favor de la comunidad Awas Tingni, en la que declaró que el Estado, tras otorgar una concesión maderera sin su consentimiento, había violado sus derechos.

Se le ordenó a Nicaragua demarcar y titular los territorios indígenas y Cunningham inició el trabajo para implementar dicho dictamen.

No sólo fue clave en la presentación del caso, sino en negociaciones posteriores entre los indígenas y el Estado.

Ese proceso y la sentencia «han sido citados a menudo por otros grupos indígenas en procesos judiciales por derechos humanos o derechos de propiedad de la tierra y han contribuido al avance de los derechos territoriales de las comunidades indígenas en todo el mundo», señala la Fundación Right Livelihood Award, que le concedió en 2020 el llamado Nobel Alternativo.

Y es que, como le dijo Cunningham a la DW, «por primera vez en la historia, una corte dictó una resolución con una interpretación evolutiva, donde reconoce el derecho de la propiedad colectiva, con una perspectiva en la que prevalecen el uso y tenencia de la tierra desde la cosmovisión indígena».