Por Agustín Argento – Télam
El umbral entre la vigilia, el sueño, los anhelos y la fantasía se convierte en algo borroso para las personas en situación de calle y el director Marcos Martínez lo tomó para hacer su documental «Sueños», que se estrena este jueves en salas.
«Yo había visto una nota sobre cárceles y me rebotaba lo que decía uno: no despiertes a un preso porque es el único momento en el que está libre. Y quedó en mí la idea de lo sagrado que tienen los sueños. En una ciudad en la que iban creciendo las personas en situaciones de calle, me preguntaba cómo era para ellos soñar», dijo el realizador a Télam.
Martínez, cuyo último largometraje es de 2015, sobre la figura del distribuidor Pascual Condito, investigó en la calle durante un año, en el que se entrevistó con varios de los que aparecen en cámara. Ayudado por ONGs y una asistente social, su objetivo era acercarse a la realidad de la calle con una mirada desprejuiciada.
«Salí a investigar y noté lo complejo que es el hecho de dormir en la calle, contaminado de ruidos y otras cosas. En las charlas surgía que era muy difícil discernir entre el sueño, el estado de vigilia y lo que ellos imaginaban. A partir de lo que ellos contaban se podía conocer una situación más íntima», señaló.
El director no busca el golpe bajo ni apunta a la sensiblería, sino que apuesta a un documental coral en el que los entrevistados solo cuentan lo que sueñan o creen haber soñado. Como en la desorganización que ofrece la realidad, las historias de los protagonistas mezclan realidad, sueños, fantasías y situaciones vividas.
«Hay una ciudad paralela -profundizó-, que quizá uno no ve, que es la vida de estas personas. Una cosa es imaginarlo y otra vivenciarlo. Hay una pérdida de la privacidad que es muy fuerte. El sueño nos une a todos, es donde aparecen los anhelos y los sufrimientos. Me gusta buscar temas menos transitados en temas que quizá ya fueron tratados por otras películas».
—¿Por qué elegiste que no haya un protagonista?
—Me gustaba la idea coral, de muchos testimonios y poder ir abarcando distintas historias de vida de la ciudad. Quería que conozcas algo de sus vidas cotidianas y que entiendas que esto sucede en la ciudad, con muchísima gente. La ciudad es un protagonista más que nos conducía en el relato.
—No hay prejuicios ni juicios sobre lo que mostrás.
—El punto era correrme del lado periodístico o de la información. Buscaba una conexión y escucha atenta para conocer ese estado de estar en situación de calle. La idea era dejarse llevarse llevar, atentos al relato, las marcas de la piel… sin juzgar ni estar preguntando, entiendo que ahí hay algo para entender por qué están pasando lo que pasan. Hay una falta de red de contención por parte de la familia o los amigos, esto es algo común en todos los casos. Quería generar empatía.
—¿Fue un rodaje largo? Hay verano, invierno…
—La idea era poder filmar en distintas épocas del año, porque es muy distinto según las estaciones. Tuvimos una etapa muy larga de investigación. Después de tener el apoyo del Incaa, sumamos a una trabajadora social. Fue un año de investigación y el rodaje fue en marzo, junio y diciembre. La película la terminamos justo antes de la cuarentena.
—¿Cuál es el contacto con la coyuntura que tienen las personas que entrevistaste?
—Es muy diverso el mundo. Te encontrás con personas con alguna formación y oficio y su contacto cotidiano con la realidad la tenían porque hacía poco que estaban en situación de calle. Pero cuando te encontrás con alguien que está hace mucho, están muy afuera de la coyuntura. Pero sí está muy presente el tema de las manifestaciones, ese es su termómetro de la realidad. Hay casos de gente que no sabe ni leer ni escribir. Uno lo sabe, pero es chocante vivirlo.
—Imagino que volver a tu casa, a una cama calentita, no debe ser fácil después de un día de filmación en la calle.
—Yo también doy talleres de fotografía en un programa que se llama Inclusión Social. Estoy un poco curtido, pero sí, volvía muy estallado. Fue un rodaje fuerte. A veces hacíamos jornadas más cortas porque eran duras. Uno intenta tomar distancia, pero te termina llegando la realidad, si bien la película no busca lo más lagrimoso. Tres de los entrevistados fallecieron durante la pandemia y eso es fuerte. No es una película optimista, pero algunos dicen que «es terrible y linda a la vez».
—¿Qué hay que tener para hacer estás películas? Porque, como poco, uno convive al menos tres años con una producción.
—Es difícil esa respuesta. Pero hoy me pasa que después de esta peli estoy paralizado. Saber que el tema te va a envolver te hace pensar cuál vas a agarrar. Ahora voy a buscar una planta para hacer una película (risas). A mí me gusta la adrenalina del cine documental. De lo que estoy seguro es de que entrás de una forma y salís de otra… también hay algo personal, cosas que uno quiere aprender, y eso te mantiene también. También el grupo que formás para trabajar la película.
—Un punto que se destaca es que casi no hay mujeres en la película. ¿Fue una decisión tuya o impuesta por la realidad de la calle?
—La misma realidad me puso más hombres que mujeres en el documental. Muchas mujeres buscan hombres como una forma de protección en la noche y después son ellos los que deciden por ellas no salir en la película porque creen que las exponen. Pero también hay muchos más hombres que mujeres en la calle. Buscarlas fue un desafío. También te encontrás con hombres en situación de calle que tienen su casilla en provincia que están toda la semana en Capital y las familias vienen a ayudarlos el fin de semana. A esas mujeres, después en la semana no las encontrás.