Por Carlos Aletto – Télam
En «Mi obra maestra: la momia argentina del siglo XX», el periodista y escritor Horacio Vargas reconstruye la biografía de Katsusaburo Miyamoto, un hombre nacido en Japón que se radicó en Rosario como veterinario en el frigorífico Swift, introdujo el arte del bonsai en el país, fabricó la hormona auxesina con la que salvó al pino de San Lorenzo –ícono de la historia militar argentina-, y embalsamó animales y a su esposa rosarina, Teresa Colombo, con una fórmula que nunca reveló.
Tras acceder al archivo personal del sabio japonés, el periodista y escritor nacido en Rosario en 1960 vuelve sobre la vida fuera de lo común del veterinario devenido en un especialista en el arte de la momificación. El libro incluye dos anexos con materiales inéditos: una selección de textos escritos en español por Miyamoto y un álbum fotográfico como línea de tiempo.
En «Mi obra maestra», publicado por Homo Sapiens Ediciones y UNR Editora, Vargas relata, además, los motivos por los cuales Miyamoto rechazó embalsamar a Eva Perón. «El sabía que Perón iba a pedirle que le relevara la fórmula. Por eso Miyamoto puso como condición a los enviados del General que solo estaría él en el laboratorio montado en la CGT donde estaba el cuerpo de Evita. Cuando le dijeron que Perón debía estar presente, dio por terminada la charla», dice a Télam.
El autor explica que uno de sus deseos al volver de Japón fue concebir una técnica para lograr la conservación del cuerpo a través de un delicado trabajo de momificación, objetivo que alcanzó ya que en el Museo de Anatomía de Rosario se exhibe «la momia argentina del siglo XX», como se conoce al cuerpo de su esposa embalsamada.
Además de escritor y periodista, Vargas también es productor discográfico y prosecretario de redacción del diario Página/12 y co-fundador de Rosario/12. Tiene publicados varios libros entre ellos «Gente con swing», «Desde el Rosario», «El Negro Fontanarrosa» «Crónicas de Rosario». En 2019 fundó la revista cultural Barullo. BlueArt Records, su otro emprendimiento, cumplió 20 años.
—¿Cómo llegó esta particular historia a tus manos?
—Gracias a un encuentro en una fiesta de fin de año. Dos de las personas que compartían la mesa familiar habían resultado ser los hijos del empresario rosarino al que Miyamoto consideraba su «padrino», que debe entenderse como protector, manager. Oliva -ese era su apellido- fue el hombre que se encargó de coordinar con los militares el trabajo para que salvara el pino histórico de San Lorenzo, organizar la primera muestra en Argentina de los maravillosos bonsais de Miyamoto en 1961, y llevarlo a vivir con su familia a su casa cuando tuvo un infarto de corazón. Esos hijos –hoy personas que tienen más de setenta años- me sorprendieron con la historia del japonés que se hacía querer. Cuando nos fuimos de la fiesta, le susurré a mi mujer que alguna vez iba a escribir la historia de Miyamoto. El tiempo pasó y un día me llaman por teléfono para avisarme que tenían algo para mí: una pobre valija de inmigrante con un tesoro en su interior: el archivo Miyamoto. Fotos de sus familiares japoneses, la tarjeta de embarque a la Argentina, textos en japonés, un diario personal, sus documentos personales (como inspector de sanidad, su libreta de enrolamiento que certificaba que era un argentino naturalizado, la libreta de casamiento), medallas, postales, cartas… Ahora sí tenía un punto de partida para iniciar el proyecto de un libro.
—¿Qué fuentes usaste para documentarte?
—La primera fuente fue, obvio, el archivo hallado. A partir de allí comenzó el proceso de consultas en bibliotecas públicas y privadas, y entrevistas con la dificultad que significó hacerlo en medio de la pandemia. Creo que esos meses de encierro y miedo se transformaron en días con mayor tiempo destinado a la escritura, casi como un acto de sanación. Di con una traductora japonesa en mi propia ciudad a la que debo mucho por sus sugerencias a la hora de abordar ciertos capítulos, y también encontré fotos de Miyamoto que se conservan en la escuela de Museología de Rosario y en el archivo del Museo de la Ciudad, un trabajo silencioso pero que garantiza que nada está perdido.
—¿Por qué embalsamó a su esposa?
—Por amor. Suena cursi la respuesta pero estoy convencido de ello. Ella, la futura momia argentina, es la que le pide que la eternice para que el mundo sepa, alguna vez, de su existencia. Y él cumplió con el deseo de Teresa. Trabajó un largo año con el cuerpo hasta que vio concluida su obra maestra. La técnica de conservación era perfecta: un cuerpo sin cortes, vísceras intactas, color natural del cuerpo, con sus cabellos, sus uñas y sus ojos. Sólo le ha inyectado un preparado que obtuvo tras varios años de estudios. «No es un milagro, es ciencia», respondía Miyamoto a quienes se interesaban por su proceso.
—¿Por qué se negó a hacerlo con Eva Perón?
—Su rechazo a embalsamar a Evita tiene que ver con un dato no menor. Sabía que Perón iba a pedirle que le relevara la fórmula. Por eso Miyamoto puso como condición a los enviados del General que solo estaría él en el laboratorio montado en la CGT donde estaba el cuerpo de Evita. Cuando le dijeron que Perón debía estar presente, dio por terminada la charla.
—¿Cómo podrías describir a Katsusaburo Miyamoto?
—Un sabio con una ética profunda, prácticamente desconocido para comunidad japonesa argentina. Espero que el libro lo ponga en el lugar que se merece.
—¿En tus libros siempre trabajás con historias que transcurren en Rosario?
—Mis libros están atravesados por la historia de la ciudad. No soy historiador pero me encanta una frase de David Viñas de la que me he apropiado: «No hay historia sin contexto». Me defino como un difusor de la rosarinidad, con sus luces y sus sombras, con su río, Central, la música y los monitos. He escrito biografías de personajes célebres como Fito Páez y Roberto Fontanarrosa, o del día que quemaron la aldea hace doscientos años, me siento cómodo cuando entro a la zona del periodismo narrativo, donde se cruzan los datos reales y la literatura, la no ficción. Y me sorprende y me agrada que muchos colegas a los que valoro me hayan dicho que «Mi obra maestra» se lee como una novela. Pero a mí -con permiso del Negro, uno de mis biografiados-, lo que más me desvela, lo que quiero contar, es una buena historia.
—¿Tenés alguna expectativa sobre la repercusión que tendrá en Rosario?
—El libro salió a fines de julio y la repercusión ha sido sorprendente. Basta con leer algunas opiniones que dejó la gente en las redes sociales o comentarios en las versiones digitales de los diarios. Por ejemplo, una lectora de La Capital, María Evelina de Santis, recordó que su padre, cuando era chico, se trepaba a la pared de su patio y podía verlo a Miyamoto «embalsamando en su comedor a diferentes animales y tenía a su mujer embalsamada sobre la mesa». Un comprador del libro me contó que un antiguo propietario de la casa de Miyamoto y Teresa –que como tal no existe, ha sido demolida- estaba obsesionado con los supuestos «ruidos extraños» que escuchaba de noche, algún otro vecino se enojó porque no fue entrevistado, una señora me mandó un link a YouTube donde aparece junto a su marido de nombre Norberto. Cuenta que había recibido un regalo especial por cuidar la casa de Miyamoto cuando éste decide regresar a Tokio para visitar a sus familiares: una mulita transformada en cartera para la dama. Pero lo más emotivo para mí fue un mensaje que recibí por WhatsApp de alguien que creció escuchando las historias de Miyamoto. Dice así: «Hola Horacio he terminado de leer tu libro y quiero felicitarte por el gran trabajo que hiciste. Me conmovió leer cosas tal cual las escuchaba de mi padre durante toda mi infancia. Claramente en él la vida de Miyamoto también dejó su huella como en la de tantos». Así empieza el mensaje que me mandó Luis Machín, el gran actor argentino. Su papá vivía enfrente de la casa de Miyamoto.