La formación reactiva es un mecanismo de defensa. Ocurre cuando alguien experimenta un deseo instintivo o, en todo caso, inconsciente, que rechaza conscientemente. Esto le lleva a desarrollar el impulso opuesto al que rechaza.
Un ejemplo puede ayudarnos a comprenderlo mejor. Supongamos que una mujer no está de acuerdo con la forma de ser de su madre, que es controladora. Ese rechazo la lleva a incubar odio por la manera como la mamá trata de intervenir y de limitar su vida. Tal odio también le resulta repulsivo: en el fondo siente que es una mala persona por sentir odio hacia su madre. Entonces desarrolla una conducta de formación reactiva: se desvive por cuidar y complacer a la mamá.
Obviamente, este mecanismo de formación reactiva se forma y tiene lugar en el inconsciente. La persona no se da cuenta de que lo ha desarrollado. Simplemente, como ocurre en nuestro ejemplo, se siente un fuerte impulso a actuar de determinada manera. Lo que delata este proceso es lo exagerado de las manifestaciones.
Formación reactiva, sobreprotección y laxitud
Uno de los casos más típicos de formación reactiva es el opuesto a nuestro primer ejemplo. Ocurre cuando una madre o un padre guardan resentimientos o sentimientos ocultos de rechazo por sus hijos. Todos los mandatos sociales les aseguran que deben amarlos sin condiciones. Por eso la hostilidad hacia los hijos da lugar a sentimientos de culpa inconscientes.
Lo usual es que en estos casos la formación reactiva dé lugar a una fuerte necesidad de sobreprotegerlos. ¿De qué los protegen tanto en realidad? De su propio sentimiento de hostilidad hacia ellos. Temen que su rechazo les haga daño. Sobreprotegerlos es una manera de evitar ese daño, o de repararlo. Surgen entonces las madres o padres controladores, que fomentan la dependencia en sus hijos.
También ocurre lo opuesto. Los sentimientos inconscientes de culpa dan origen a una laxitud sin límites. Básicamente, dejan hacer a los hijos lo que quieran. No les ponen límites como una manera equivocada de compensar el rechazo que sienten hacia ellos. Al final, fomentan en ellos actitudes irresponsables y comportamientos perniciosos. Los convierten en personas demandantes y dependientes.
Otros casos de formación reactiva
Otros casos muy comunes de formación reactiva se dan en los hombres llamados “machistas” o en las mujeres mal llamadas “feminazis”. A veces un hombre no tolera su propia fragilidad, porque se le ha enseñado que toda muestra de sensibilidad o ternura pone en duda su masculinidad. Por eso se convierten en personas falsamente duras y temerarias, imponiéndose angustias y desafíos innecesarios. Algo similar ocurre con las mujeres que son hipersensibles a cualquier manifestación de la masculinidad.
También se dan casos que llegan un poco más allá. Son realidades en las que el mecanismo de defensa es más intenso y profundo, dando lugar a comportamientos sumamente rígidos, que se vuelven compulsivos.
Aparecen entonces lo que comúnmente llamamos “personas fanáticas”. Sienten fuertes impulsos sexuales y se vuelven los abanderados de la castidad. Se fustigan, incluso, por tener un “sueño húmedo”. O quienes viven sacrificándose por los demás, llegando a extremos. Probablemente intentan librarse de un sentimiento de culpa inconsciente.
Conocerse, siempre conocerse…
Es importante insistir en el hecho de que las personas no son conscientes de todo ese proceso. Ni reconocen los sentimientos o deseos que rechazan, ni tampoco se dan cuenta de que desarrollan impulsos para encubrirlos. Existe un autoengaño y también una conducta poco clara hacia los demás, pero todo esto no es deliberado.
A veces la formación reactiva cobija no solo a una persona, sino a todo un colectivo. Una familia, un grupo ideológico, un equipo de trabajo, etc. Esos entornos a veces alimentan la culpa frente a ciertas realidades subjetivas. Por ejemplo, idealizan el amor y lo ponen en un plano de perfección y no en términos humanos, es decir, imperfectos. Esto favorece la formación de estos mecanismos de defensa.
Hay casos en los que la formación reactiva se convierte en un obstáculo muy fuerte para avanzar. Se impone e incluso llega a incidir sobre el conjunto de la vida de una persona. En esas situaciones, puede convertirse en un riesgo para la salud física y mental. Llegados a ese punto, la única solución razonable está en una psicoterapia que facilite la emergencia y apropiación de los contenidos inconscientes.
Por Edith Sánchez
Fuente: La Mente es Maravillosa