Entrevista

Isabel Allende: “Existe una verdadera guerra contra la mujer”

Comenzó a publicar con 40 años, pero a su primer éxito mundial, La casa de los espíritus, le han seguido casi 30 libros de los que ha vendido alrededor de 70 millones de copias en 42 idiomas. Hoy, a punto de cumplir 80 —nació el 2 de agosto de 1942 en Lima—, Isabel Allende vive medio recluida en San Francisco sin nostalgias poco fértiles que le aten a lamentarse en tiempos de pandemia. Más bien esas nostalgias le han servido para hilvanar Violeta (Plaza & Janés), su última novela después de haber publicado Mujeres del alma mía. Su nueva obra comienza en los años veinte, con la gripe española, y termina 100 años después, en medio de este panorama. Una elipsis perfecta para rendir homenaje a la generación de su madre. Aunque dentro de sus páginas bulle también ella misma con sus temas de siempre: la dominación, el poder, las aspiraciones de las mujeres por conquistar espacios vedados, la libertad, la lealtad, el amor… Cree que Chile merece su oportunidad con Gabriel Boric, se muestra orgullosa de haberse convertido en una anciana apasionada, habla sin tapujos de sus matrimonios y relaciones, de la muerte de su hija Paula, de que su hijo Nicolás le haya prohibido incluirle más en sus libros de memorias, de sus experiencias afrodisiacas, del miedo a complicarse la vida por amor que ve en la generación de sus nietos… “Tienen que sufrir; si no, ¿cómo van a saber lo que es la vida?”.

Su nueva novela, Violeta, comienza con la mal llamada gripe española y termina en tiempos de covid. Qué buena herramienta la literatura para trazar elipsis históricas, ¿no cree?

Mira, fue casi natural que saliera de esa manera. La idea nació cuando murió mi madre, un año antes de la pandemia. Si hubiera vivido un año más, habría cumplido 100 años, un siglo. Nació en una pandemia, porque la gripe llegó a Chile en 1920, y habría muerto en otra. Cuando falleció, muchos me dijeron que escribiera su historia. Teníamos una relación extraordinaria. Pero su existencia no lo fue porque siempre estuvo sometida, primero a su padre y después a su marido. No existe realización personal para una mujer si no puede mantenerse sola. Si dependes de que otro te pague las cuentas, hay que agachar el moño. Y ese fue el destino de mi mamá, a pesar de ser una mujer supercreativa. Al escribir, sin saber en lo que se convertiría Violeta, creo que en el fondo es esa mujer que a mí me hubiera gustado que fuese mi mamá.

¿Su madre era artista, pintaba?

Pintaba y tenía un ojo para el negocio… Sí, si su padre y su marido le hubieran hecho caso, habrían terminado ricos. Ella instintivamente sabía dónde invertir.

¿Qué diferencia a su generación de la de su madre? En poco tiempo se creó una gran brecha.

Mi generación salió a la calle, muchas fueron a la universidad, aunque yo no; buscaron trabajo, justamente eso, se ganaron la vida. Pero en una clase social concreta. Las más humildes y trabajadoras han mantenido a su familia siempre, yo hablo de aquella clase en la que educaban a las muchachas para ser esposas y madres.

¿Usted siempre se ha preocupado de inventar mujeres de rompe y rasga?

¡Estoy rodeada de ellas! Mujeres extraordinarias. Muchas veces encuentro un modelo humano para desarrollar como personaje, pero me sobrepasa la realidad porque logran cosas que yo nunca hubiera soñado.

Ya sabe, la propia realidad, a menudo, es una exageración… ¿Debemos reprimirla con la ficción?

Exactamente. Cuando escribí El plan infinito, basado en mi segundo marido, William Gordon, aparecieron críticas que sostenían que a nadie le podía pasar todo eso, y yo había tenido que cortar para que fuera creíble. La ficción debe ser creíble, y la vida, en ocasiones, no lo es.

¿Ha hecho el ejercicio de pensar cuáles son las obsesiones de su obra? ¿Qué preguntas siguen en ella vigentes y qué respuestas no encuentra?

Siempre son las mismas: el amor y la muerte. La violencia, la necesidad de la justicia, la lealtad y el coraje. Y un tema que me obsesiona: el poder con impunidad, tanto en la familia como en la sociedad.

Se ha dejado en el tintero el feminismo. ¿Usted dice que la clave de ese movimiento no es lo que tienen las mujeres entre las piernas, sino entre las orejas?

¡Claro, eso ha marcado mi vida! Vivimos en un patriarcado. La moral, las leyes, todo lo hacen en su mayoría los hombres. Las mujeres debemos encontrar resquicios para dejar oír nuestra voz. Cada vez lo logramos más. Pero falta. Existe una verdadera guerra contra la mujer.

El problema en Occidente es que existe una ultraderecha que sostiene que ese patriarcado peligra y que esos resquicios a los que alude usted son ya demasiados. ¿Qué hacemos?

¿No te digo que vivimos bajo un patriarcado? En esa lógica, cualquier conquista del otro lado no conviene. Pero las mujeres han ido arrancándole a la situación pedacitos de a poquito. Y lo lograrán, pero yo no estaré viva para verlo. Aun así, voy sintiendo bajo tierra esa energía de los jóvenes. Mira lo que acaba de pasar en Chile. Ha ganado un joven como Gabriel Boric, de 35 años… ¿Quién votó por él? El 63% de las mujeres, tres de cada cuatro jóvenes también. Yo siento esa energía, por eso soy muy optimista respecto al futuro. No se van a quedar cruzados de brazos en manos de estos carcamales que manejan el mundo. De estos ancianos.

¿Qué cree que cristalizaron estas elecciones?

Lo que lleva ocurriendo hace muchos años. La desigualdad, el descontento, la corrupción y la impunidad produjeron el estallido social de 2019. No sabían muy bien qué estaban reclamando. No fue el precio del metro solamente, aunque aquello sirvió de excusa: eran las privatizaciones, el estado de la educación, las pensiones escandalosamente miserables, la corrupción completa de todo el sistema. Exigían una nueva Constitución. Democrática, no impuesta desde arriba como ha ocurrido con todas desde el principio, pero menos que ninguna la que emanaba de una dictadura. La pandemia mandó a todo el mundo a su casa y aquello pareció quedar congelado, pero llega la elección y resurge aquello que no se había olvidado, ni mucho menos. Pasan cosas allá. Si Boric consigue hacer la mitad de lo que pretende, ya será un avance. Su discurso de aceptación resume en 17 minutos las grandes aspiraciones que yo tengo para Chile: inclusión, igualdad, las mujeres, diversidad, democracia, respeto a la naturaleza. Si lo logra, será un paso adelante inmenso… Si no, se mete la CIA, claro.

La veo muy entusiasmada con su nuevo presidente. Pero a quienes claman que Chile puede acabar como Venezuela, ¿qué les diría?

Chile no es Venezuela. Ni Boric es Nicolás Maduro. Habrá que darle una oportunidad, ¿no? Lo más importante es aplacar la corrupción, que lo devora todo. La gente gritaba en la calle: “¡No a la impunidad!”. Clamaban por la dignidad, no solo de las heridas de la dictadura, sino de quienes se roban el país.

¿Cómo se le ha revuelto por dentro en estos meses de campaña la joven que tuvo que exiliarse?

Fíjate que nada, ha pasado mucho tiempo. Vivimos en otro país, en otro mundo. Observo un pequeño guiño de Boric a Allende. Pero nunca pienso ya en aquella chica.

¿Es alguien que ya dejó definitivamente atrás?

Sí, en el fondo, cuando voy a Chile, me siento extranjera. La dictadura lo cambió por completo. Es otro país. Me siento chilena si hablo con gente, pero, si voy allá, me siento tan extranjera como en Estados Unidos, donde vivo.

¿Se define, por tanto, extranjera y nada nostálgica?

Tengo nostalgia por aquella época en que sentía pertenecer a alguna parte. Pero es una nostalgia sentimental, romántica y muy poco realista.

Por Jesús Luis Mantilla

Fuente: El País