Mujeres que marcaron huellas

Irena Sendler: «El ángel del gueto de Varsovia»

El 12 de mayo de 2008, en Varsovia falleció a los 98 años Irena Sendler, una mujer de nacionalidad polaca, que arriesgó su vida para salvar a dos mil quinientos niños judíos mientras era enfermera en la Segunda Guerra Mundial. No se consideró una heroína, su acción fue amor puro y genuino y en un reportaje dijo: «Podría haber hecho más, este lamento me seguirá hasta el día que muera.»

Cuando en el año 1939 Alemania invade Polonia, Irena trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, desde ese lugar se llevaba a cabo todo el trabajo relacionado con los comedores comunitarios. Ella desde ese cargo tuvo la oportunidad de transformarlos en un refugio y desde allí llevar adelante una acción solidaria que permitió que dos mil quinientos niños judíos se salvaran del Holocausto.

Vio de cerca las condiciones en que vivían las familias del gueto y se unió al Consejo de Ayuda para Judíos, la horrorizó todo este escenario y saber que, aproximadamente, morían cinco mil personas por mes de hambre y de enfermedades como el tifus, producidas por el hacinamiento. Ante este panorama logra que le den un pase en su trabajo para el Departamento de Control de Epidemia y desde allí comienza su labor de salvataje. De esta forma podía ingresar al gueto con un permiso de forma legal y no despertaba sospecha. Mientras estaba adentro y para no diferenciarse de los demás usaba una estrella amarilla en su brazo. Sostuvo durante toda su vida que su amor al prójimo fue un legado de su familia que desde la niñez le inculcó la enseñanza de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad. Comenzó pidiendo las madres jóvenes que le dieran a sus hijos con la promesa de que ella los iba a llevar a un lugar seguro, con alguna familia que les brindara amor hasta que todo esto pasara y que iba a resguardar muy bien su identidad, cosa que cumplió. Obviamente, a muchas mamás se les hacía sumamente difícil separarse de sus hijos, pero se desprendieron de todo egoísmo y pensando en el bienestar de los chicos cumplieron con el pedido de Irena. No era fácil encontrar quien quisiera asilar a estos niños judíos pero por suerte, con esfuerzo, consiguió toda la ayuda necesaria. La mayoría de ellos fueron a establecimientos religiosos, ya que encontró mucho apoyo en las hermanas que estaban a cargo. Para sacarlos utilizó una iglesia que tenía dos entradas, una de las cuales se hallaba al lado del gueto, los niños entraban por allí como judíos y salían por el lado ario de Varsovia como cristianos.

Por medio de códigos anotaba los nombres de los niños y las nuevas identidades y este registro lo conservaba en unos frascos que había enterrado bajo un árbol de manzanas en un patio. Su objetivo era que algún día al desenterrarlos estos chicos recuperaran su identidad y supieran de su origen. Todos estos niños la conocían con el nombre de Jolanta.
Un 20 de octubre del año 1943, la Gestapo que ya sospechaba de sus actividades, la detiene, la encarcela y la tortura. En medio de esta locura nazi, le exigían que diera el nombre de los niños y las familias que lo tenían, pero ella soporta y no los traiciona, hecho que le trae como consecuencia más sufrimiento ya que le quiebran los pies y las piernas y la sentencian a muerte. Pasó tres meses en esa prisión y finalmente un soldado que la llevaba para un interrogatorio le gritó en polaco que corriera, al día siguiente este soldado polaco fue ejecutado. Con una identidad falsa pudo seguir trabajando y cuando finalizó la guerra, lo primero que hizo fue desenterrar los frascos y tratar de encontrar a los niños que colocó con familias adoptivas. Algunos aun tenían parientes diseminados por Europa, la mayoría ya no tenía a nadie, habían perdido a todos sus allegados. Su solidaridad la llevó a seguir trabajando en Bienestar Social y ocuparse de orfanatos, servicio de emergencias para niños y asilos de ancianos. Cuando al recibir un premio su foto fue publicada en los periódicos, recibió muchas llamadas de aquellos niños, hoy adultos, que la reconocieron y quisieron agradecerle su incondicional amor. En 1965 la organización Yad Vashem en Jerusalén le otorgó el título de Justa entre las Naciones y la nombró ciudadana honoraria de Israel. Fue propuesta, merecidamente, como candidata al Premio Nobel de la Paz, pero finalmente el mismo fue otorgado a Al Gore.
Cuando estuvo en prisión en un colchón de paja encontró una estampa de Jesús Misericordioso con la leyenda: “Jesús, en vos confío”, la tuvo consigo hasta el año 1979, cuando al estar frente al Papa Juan Pablo II se la entregó a modo de obsequio. Pudieron quebrar sus piernas y sus pies pero jamás lograron quebrar  su bondad, su amor, su voluntad, su fe y su satisfacción por saber que había cumplido con su deber de ser humano ayudando al prójimo..