El origen del patriarcado, la posibilidad de un Dios con un costado femenino y los mecanismos que la cultura judeocristiana usó para dominar a las mujeres son los temas centrales de la novela “La otra mitad del universo” de la historiadora Inés Arteta, que retoma el mito de Lilit, una figura legendaria del folclore judío que fue la primera mujer creada por Dios, anterior a Eva, que abandonó a Adán cuando él pretendió someterla durante el sexo.
Tras aquella huida, la mujer se instaló en el Mar Rojo y tuvo muchos demonios como amantes. Su figura fue reivindicada por el feminismo de los 60, como símbolo de la autonomía y la rebeldía de las mujeres.
La novela de Arteta conjuga el suspenso de un thriller y el rigor de la investigación histórica siguiendo las peripecias de la protagonista, una mujer que cursa su doctorado en Historia e intenta compatibilizar su papel de esposa y madre con la investigación para su tesis de la figura de Lilit, la primera mujer de la Creación, reivindicada por una versión diferente del Génesis, a la que intenta acceder. Por eso la historia de aquella antecesora de Eva que abandonó el Paraíso para revindicar su autonomía entronca con la que vive en la actualidad la protagonista, que se debate entre los mandatos de la sociedad que le transmite su madre y su propio deseo.
“Lilit había pagado un alto costo por la libertad. Cambió la sumisión en el Paraíso por el destierro en el desamparo, aún a costa del castigo divino de ser convertida en un esperpento diabólico”, dice la narradora y manifiesta la certeza de que los hombres del relato -su marido, su tutor de tesis e incluso el sacerdote católico que sabe de la existencia del manuscrito- jamás podrán entender a aquella primera mujer.
Arteta es licenciada y profesora de Historia por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es docente de la Universidad del Salvador. En 2015 publicó el libro de relatos “Juego de mujeres”; en 2016 “La 21-24, una crónica de la religiosidad popular frente al desamparo”, y en 2019 la novela “Los caimanes”.
-Télam: ¿La novela postula que la omisión o el recorte del relato del Génesis por una mujer fue el origen del patriarcado?
-Inés Arteta: “La otra mitad del universo” se pregunta por qué nuestra cultura occidental ha sido patriarcal. Y va hacia el origen, a la Biblia, el “texto fundacional”, el que ha marcado nuestra cultura. La Biblia es una selección de libros que se convirtieron en sagrados y “canónicos”, es decir que pasaron a marcar la norma y la tradición. El Génesis es el primer libro de ese canon y nos cuenta el comienzo del mundo.
“La otra mitad del universo” juega con la idea de un texto distinto, no seleccionado para el canon, que cuenta la historia de la primera mujer creada por Dios, Lilit, que se rebeló y se fue del Paraíso antes de quedar sometida al hombre. No inventé ese texto: Lilit es una figura central en la demonología judía, en textos cabalísticos, incluso está mencionada por Isaías en la Biblia, en Isaías 34:14.
Este libro es el resultado de una búsqueda de muchos años, de correrme de un perfil de mujer que no fuera el que me habían tratado de inculcar. Si bien cuando comencé a escribir ya me había corrido de ese lugar hacía muchos años, siempre me quedó rondando la pregunta de cuándo la mujer comenzó a estar en un segundo plano en el mundo occidental y por qué fue así. Pero sobre todo, cuál fue el sustento ideológico y cultural para que se consolidara esa organización del mundo.
-T.: Así como el catolicismo asegura que en la Santísima Trinidad, Dios es uno y trino, en el libro destacás el costado femenino de Dios…
-I.A.: Para la cábala judía, la Shekiná representa el aspecto femenino de Dios. El cabalista Gershom Scholem decía que esta idea era una de las innovaciones más importantes de la cábala. A mí me parece un reconocimiento precioso de que un Dios masculino es incompleto. Pero si bien investigué muchísimo mientras escribía La otra mitad del universo, la novela es ficción, una construcción con la información que encontré y procesé.
-T.:¿Qué representó para la tradición judeo cristiana Lilit?
-I.A.: Ella es un mazkim, un demonio femenino estrangulador de niños y seductor de hombres. En el Zohar, el libro central de la Cábala, y otras fuentes se la conoce como la ramera, la malvada, la negra. Así como la Shekiná es la madre de la casa de Israel, Lilit es la de los impíos.
-T.: Sos historiadora y a la vez escritora, ¿cómo fue compatibilizar las dos prácticas? La historia encorsetaba la ficción o le daba soporte para proyectarse?
-I.A.: Las herramientas de la Historia me ayudaron a la hora de la investigación. Pero hace muchos años que me siento cómoda escribiendo ficción, porque lo que más me interesa es la narratividad, como diría Hayden White, el teórico del conocimiento histórico. Es decir: no tanto los hechos del pasado como un conocimiento científico sino como narración, como versión subjetiva de los hechos.
-T.: ¿Habías investigado el tema previamente? ¿Sos especialista en Historia Antigua o lo indagaste para la novela?
-I.A.: Indagué para la novela. El pivote de mi búsqueda fue ‘El libro de J’, de Harold Bloom, en el que postula que el autor de los textos más bellos del Génesis fue una mujer. Lo que me rompió la cabeza de ese libro -más allá de ese audaz postulado-, fue que esos textos del Génesis hayan sido mal traducidos, que no se supiera interpretar su ironía y por eso se los leyera como machistas y que, por lo tanto, fueran mal enseñados durante siglos de siglos.
A partir de ahí, leí sobre el contexto en el que se seleccionaron los textos para el canon, y también sobre la Shoá en Serbia, los campos de desplazados e Israel en los años después de la segunda guerra mundial porque era el recorrido de uno de los protagonistas, el protector del libro antiguo perdido sobre Lilit.
-T.: ¿Existe dentro de la tradición judía una conjunto de libros que no fueron incorporados a la Torah, como los Evangelios Apócrifos?
-I.A.: Existe una literatura maravillosa, riquísima, que se conoce como literatura rabínica y son todos los textos escritos por rabinos a lo largo de la historia. También hay textos apócrifos que no fueron aceptados a la hora de canonizar la Torá como manuscritos sagrados.
-T.: ¿Hay divergencias entre quienes componen “la otra mitad” del Universo? No parecen ser lo mismo la abuela de la protagonista, más asociada con la libertad y la sensualidad de Lilit que la madre, que intenta imponerle el mandato que la sociedad tiene para con su género.
-I.A.: Sin duda. La protagonista se pregunta por qué no se dio cuenta de que ella misma fue patriarcal por postergar su carrera al ser madre y que su marido no lo hiciera. Su madre es una católica conservadora y ella, por más de que se sentía distinta a su madre, igual quedó atrapada en los mismos códigos.
-T: En el relato femenino resaltás el humor como un mecanismo de burla. ¿Creés en él como mecanismo de subversión?
-I.A.: La ironía y el humor son, para mí, formas posibles de rebeldía. O incluso más: de superación. Pero no deja de ser tramposo, podemos usarlo para no profundizar en algo que nos costaría cambiar de nosotros y resignarnos. La burla es otra cosa, es dañina.
A la protagonista la burla su director de tesis, por ejemplo. Él es “la” figura machista de la novela. Él es la autoridad en un medio académico, algo que sucede mucho. Yo lo viví, por eso ese mismo personaje también aparece en Los Caimanes, mi novela anterior.
-T: ¿Se inscribe el libro en la tradición de thrillers sobre manuscritos perdidos de la Antigüedad como “El nombre de la rosa” y “El código Da Vinci”? ¿Tuviste a alguno de ellos en mente al escribir?
-I.A.: En los años 90 leí “El nombre de la rosa” dos veces. Apenas lo terminé, lo empecé de nuevo. Me fascinó. Sería un honor que “La otra mitad del universo” se inscribiera en la misma tradición.