Una pequeña exposición en Smart Gallery reúne imágenes de Hilda Lizarazu y Pompi Gutnisky, casi una veintena de fotos que conversan en su destiempo y su relación con la belleza y que abren una mirada mucho más íntima y menos conocida de las artistas: la primera de ellas en el mundo de los escenarios y la segunda, en la fotografía de interiores.
«Portfolio» presenta nueve fotografías de Hilda Lizarazu y nueve de Pompi Gutnisky.
De Lizarazu no están sus emblemáticas fotos de Charly García sino sus autorretratos (de los 80, 90 y 2000) o la serie de Juana Molina interpretando distintos personajes, en un arco temporal que va de 1988 a 1994. De Gutnisky tampoco están solamente sus imágenes de interiores -especialización en la que produce mucho con una destacada trayectoria- sino que se exhibe otro registro: viajes, retratos, personas en movimiento, detalles. «Las fotos de Hilda y Pompi son frescas, precisas y para nada pomposas. Son el resultado de mirar al mundo con amor sabiendo que una formación técnica es importante», define el curador de la muestra, Bruno Dubner.
Sobre la génesis de esta exposición en Smart Gallery que por primera vez junta a las dos fotógrafas, Dubner -un fotógrafo que «ocasionalmente practica la curaduría», como se define- cuenta: «Me encantan sus fotos y quería trabajar con ellas, visitar sus archivos, hacerles preguntas y entablar una conversación que necesariamente conduciría hacia algún lado. Quería ver una muestra de ellas que aún no existía y me preguntaba: ¿Por qué de Pompi no se destacan su ductilidad y su elegancia, quizás heredadas de sus años trabajando con Alejandro Kuropatwa, en una muestra individual?¿Por qué de Hilda únicamente se exhiben las fotos de Charly García -fotos que me encantan- y no pensar que hay un más allá de sus fotos de rock?»
Para el curador estas preguntas conducen a una cuestión fundamental porque «quien se encomienda a la fotografía, por lo general realiza encargos muy distintos: recitales, moda, publicidad, periodismo, etc. Y es una constante que las mismas cámaras produzcan distintas autopistas para una imagen, su latencia es indomable. Las fotos de Hilda y Pompi no padecen de ese problema. No son epigráficas ni tampoco, una vez descontextualizadas, intentan explicar nada. Las fotografías desconectadas de sus propósitos siempre son más interesantes. El espacio para que esas mismas fotos que se hicieron con un ímpetu tan definido pueden estar a sus anchas, es el mundo del arte. Ahí radica la belleza; no en un asunto de lindo o feo, sino un asunto de contundencia y espacio para la pregunta perpetua».
Aunque el lugar donde más se la conoce y donde hoy se mueve Hilda Lizarazu son los escenarios y la música, la cantautora inició su carrera como fotógrafa trabajando para la revista Humor y otras publicaciones de la época e incluso realizó varias tapas de discos del rock argentino, como las primeras del grupo Suéter, Los Abuelos de la Nada, Charly García y Celeste Carballo («Celeste y la Generación», el icónico disco en cuya portada la cantante prende un cigarrillo). El archivo fotográfico de Lizarazu es un extraordinario testimonio y registro de la escena del rock, de la que forma parte desde adentro.
Sin embargo, no es ahí donde posa su mirada esta exposición: «De Hilda mi premisa principal fue excluir toda foto de rock, pensando en que la fotografía que se practica en la Argentina se privaba de estudiar a una fotógrafa excelsa que trabajó en esto muchos años y desde muy joven, siempre brillando».
Convocada por la calidez «humana» y «entrañable» de Dubner, Lizarazu aceptó revelar estas imágenes que forman parte de un fuero más íntimo y que no imaginaba que algún día exhibiría al público. «Estoy poco dentro del mundo de las visuales, como saben estoy mas en los escenarios. Entonces esta invitación fue un empujón, un incentivo. Porque básicamente esta muestra es una intimidad, imágenes que no pensaba que iba a mostrar. Son autorretratos, cosas muy familiares, hay una imagen de mis compañeros del club de arte de Nueva York, antes de me volviera a vivir a la Argentina, o la etapa de los retratos de Juana que nunca los había mostrado así en una galería», detalla.
En esa misma dirección contraria a lo conocido fue convocada Pompi Gutnisky, que si bien sí se sigue desempeñando en el campo de la fotografía su metier en la actualidad es interiorismo, arquitectura, moda y life style. En la década del 80, Gutnisky trabajó en el estudio de fotografía de Alejandro Kuropatwa, luego se dedicó al cine publicitario. En 1994 montó su primera muestra individual y desde entonces participó en muchas otras, también colectivas. «Pompi -dice el curador- siempre me pareció talentosa y elegante; quería ver desfiles, interiores, trabajos comerciales, retratos porque si y todo lo que ella tuviese».
Se exhiben, por ejemplo, una serie de objetos que registró tras la muerte de su madre, como un conjunto de cubiertos; lo que parece ser una salón o habitación de un hotel de la India, o la toma directa de un beso con lengua entre dos jóvenes, entre otros retratos. En diálogo con Télam, la fotógrafa dice sobre esta selección: «Yo no me reconozco particularmente como una fotógrafa de retratos o retratista, me parece casi así como un arte mayor».
Pero para esta muestra le presentó al curador «algunos retratos que ya tenía digitalizados e incluí también fotos que a mí me gustaban, básicamente, de objetos o de espacios. Y bueno, en base a lo que yo le mostré, él hizo su mágica selección».
Aunque al principio le costó identificarlo, ahora sí ve un hilo conductor y tiene que ver con una búsqueda que estuvo siempre latente y que aparece en las fotos mas viejas como en las más reciente: «Esta sensación de las cosas que flotan en el tiempo, el tiempo suspendido o los espacios o los momentos que no tienen como una vorágine de transformación estética. A diferencia de mi trabajo comercial y cotidiano de fotografía y de espacios remodelados muchas veces por prestigiosos estudios de arquitectura y de decoración, el componente de la transformación se ve en la remodelación en el interiorismo, pero en mi trabajo personal me gusta la antítesis, como la antideco, esa sensación del tiempo suspendido, el espacio perdido, el lugar no remodelado, la no intención en lo que se refiere a los espacios habitables».
Algo similar ocurre con los retratos de Gutnisky. «Tienen una cierta espontaneidad o muy poca intervención de mi parte en cuanto a la ropa o a la pose. Obviamente está mi mirada en el encuadre pero no fueron retratos en donde los retratados pusieron mucho mucho de sí mismos. Fui casi como una espectadora silenciosa», sostiene la fotógrafa.
La mirada de Lizarazu, la mirada de Gutnisky conviven por la pregunta estética de quien las aúna en su belleza y comparten la sospecha de que corresponden a mundos más personales de las artistas. «Las obras no mienten; en todo caso dejan ver unos u otros movimientos, uno de ellos es mi pulsión por unirlas, por verlas. La única convivencia que importa es la de sus imágenes en la sala y como se relacionan. Espero que charlen como las amistades libres y felices lo hacen en las fiestas», apunta el artista.
Pero si estas imágenes se acercan a la intimidad, ¿la fotografía sólo tiene que ver con mirar el mundo o involucra una forma de estar, de sentirlo, vivirlo? Para Dubner: «Hay una fatalidad inicial en la fotografía. Su condición de ventana, su cualidad cristalina, la vuelve invisible en pos de lo que da a ver; se ve a la cosa antes que a la foto; se piensa que de estar ahí, en donde estaba la fotógrafa o el fotógrafo, se hubiera visto lo mismo. Y al igual que con cualquier otra disciplina, antes que lo que una foto muestra, lo que se manifiesta tan crudamente, inocultable, es una manera de ver y pensar al mundo. No es distinto de la pintura, la escultura o la escritura. Cualquier persona puede aplicar pigmentos sobre una tela, golpear una piedra o tipear unas palabras. Pero no cualquiera hace lo que Grilo, Vitullo o Pauls. Tampoco lo que Stieglitz, Stern o Rivas», concluye el curador.
«Portfolio» se puede visitar durante junio y julio en Smart Gallery, avenida Alvear 1580 PB.