Literatura

Haidu Kowski: «La violencia está implícita en nuestra generación»


En «El ejercicio de perder» Haidu Kowski narra la historia de Elías, un chico salido del baldío de Boedo y entrenado por una sobreviviente del Holocausto que lo convierte en el Polaco: el sicario número uno del ambiente del juego, pero también Elías es Eliahu, un niño que murió en Polonia, lo que conecta el exilio con la Shoá porque, como señala el autor, siempre «es la misma violencia con distintos ‘violentadores'».

Elías, el protagonista de la novela publicada por Odelia editora, crece en el barrio de Boedo partido por una autopista, sin el estadio expropiado por los militares, «que era el corazón de la comunidad», dice a Télam Kowski, para quien el baldío fue su segundo hogar, creció en ese espacio de miseria que al mismo tiempo era su parque de diversiones. «Quizá es la síntesis de la felicidad perdida: la alegría pordiosera. La metáfora de que todo se replica, aún en un Casino, aún en el lujo de un hotel cinco estrellas o en la China profunda», explica.

Kowski (Buenos Aires, 1974), quien vuelve a trabajar sobre los finales múltiples que tanto le gustan, «con la intención de que la historia pueda continuar en el mismo lector una vez terminada la lectura», también es autor de las novelas «Met, El muerto», «Dos días en Venecia», «Cartas de un psicópata enamorado» e «Instrucciones para robar supermercados»; así como del libro de reflexiones «Estrategias del póker para la vida» .

Foto: Camila Godoy.

Foto: Camila Godoy.

-Télam: ¿Cómo surgió este texto, tan cercano a tu experiencia con el juego?

-Haidu Kowski: Comencé a escribir la historia en un viaje en el que cubrí un torneo de póker en un hotel casino de Punta del Este. Me llamó la atención el lujo, la ampulosidad de los millonarios brasileños y la diferencia entre los jugadores de póker y el resto de los habitantes de un casino. El ejercicio de perder tiene que ver con el conocimiento de la existencia de la varianza, de la no perdurabilidad de una racha, de la imposibilidad de ganar siempre. Y en relación a la pérdida asocié de manera directa a mi infancia en plena dictadura en Argentina, la pérdida de la identidad de un barrio arrasado por los militares y la expulsión de vecinos, amigos, que vivían en el mismo trazo de la autopista. La represión no viene de lugares similares, pero los métodos de generar violencia se parecen: el Holocausto, el Plan Cóndor y hoy las corrientes migratorias por diferentes conflictos. Es la misma violencia con distintos ‘violentadores’.

-T.: La violencia es central en tu novela.

-H.K.: Es mi manera de entrar en un estado de empatía con el personaje, luego de la enumeración de hechos violentos llega un niño con conflictos de niño, que no entiende, que no llega a comprender lo que ocurre. Su familia y los acontecimientos tampoco se lo hacen fácil. Pero la violencia está implícita en nuestra generación, fuimos criados por inmigrantes o hijos de inmigrantes que vivieron en carne propia el desarraigo, el exilio, la contaminación social con lo violento. Toda esa violencia es celular, está en nuestra memoria, en el contexto, en la educación que recibimos. Así como la detesto es una columna de mi escritura, contaminada de humor y viceversa.

Foto: Camila Godoy.

Foto: Camila Godoy.

-T.: ¿El tópico del Holocausto es un tema que siempre tiene una vuelta de tuerca?

-H.K.: No tanto, la masacre sigue siendo la misma, utilizar ciertos puntos de referencia ayuda a recordar, a mantener vivo lo horrible que fue y sigue siendo. En mi caso me interesa más lo que ocurrió con las generaciones posteriores a la que sobrevivieron al Holocausto, pero también es interesante entender el por qué de semejante explosión de odio y cómo se utilizó a la gente para engendrar una matanza sistemática. Da miedo entender que ese caldo de cultivo se vivió en procesos posteriores de violencia política, a nivel mundial. Se siguió alimentando, se profesionalizó: la propaganda convertida en memes, en fake news, en nuevas formas de lavado de cerebros. Hoy todo ese mal está intacto, sigue modificando mapas, mueve agujas en contra de la razón y el conocimiento.

-T.: ¿Cómo fue la construcción de los personajes, sobre todo de Elías?

-H.K.: Me interesaba pensar en la transmisión celular de los traumas. El personaje de Elías, de pequeño, según la Bobe, tiene un parecido asombroso con un hermano que ella vio morir en la Shoá, pero no sólo es un parecido, ella le aclara: los gestos son iguales, respiras igual, hasta oles como él. Ella se confunde, cree que su hermanito volvió a la vida en el cuerpo de su nieto y le promete que esta vez no va a dejar que lo maten. El personaje está marcado por eso, el joven Elías cree que puede con todo, si ya murió una vez y aún sigue vivo. La Bobe lo convierte en quién termina siendo de grande, un cobrador de apuestas deportivas, un sicario que deviene en una especie de coach con un nuevo lenguaje de bienestar ansiolítico, donde ya no mata, ni tortura o induce al suicidio, sino que ayuda a los deudores a recuperarse.

– T.: ¿Cómo ubicarías esta novela dentro de tus obras?

-H.K.: Es un libro que me hace sentir satisfecho dentro de la línea tonal que busco y persigo. No desentona, agrega y genera la posibilidad de interés de una próxima novela. Soy de trabajar mucho los textos, pero me da mucho más placer la reescritura antes que la corrección, es decir que, aunque produzco bastante, soy lento y recién cuando me siento completamente seguro de una obra lo paso a la editorial. Esto lleva tiempo y paciencia. Para ser escritor es importante tener paciencia. Tiempo, mucha lectura y tipear todo lo que se pueda son importantes para armar una obra sólida, si estás apurado para publicar, algo anda mal en la escala de importancia.

Foto: Camila Godoy.

Foto: Camila Godoy.

-T.: Hablás de una próxima novela, ¿ya la estás escribiendo?

-H.K.: Estoy trabajando en dos novelas en paralelo. Por un lado, estoy reescribiendo una que terminé en 2008 que, con una gran premisa como punto de ataque, no terminó de funcionar. La empecé de cero, con todo lo ya escrito en la cabeza. Además, el año pasado, en plena pandemia, comencé a escribir una historia sobre padre e hija escapando al monte de un supuesto apocalipsis. Pasé con mi hija los mejores peores meses de encierro en Traslasierra, Córdoba. Fue una experiencia reveladora y estoy disfrutando mucho llevándola hacia la ficción. La pandemia ubicó a los escritores como trabajadores no esenciales, así que nuestra colaboración anduvo en las trincheras, intentando buscarle un sentido, una explicación, una realidad a la distopía. Nos merecemos unas vacaciones de tres meses completos.

-T.: ¿Y cómo la ubicás dentro de una genealogía de literatura argentina?

-H.K.: Apenas un ladrillo en una enorme construcción que está más rica que nunca. La generación de autores que vivimos el 2001 como bisagra tiene hoy un potencial narrativo que se lee, se disfruta y cruza fronteras. Un ejemplo vivo fue la última Feria de Editores (FED), con más de 200 editoriales de todo el país, cientos de autores y una infinidad de lectores activos.

-T.: ¿Cuáles son tus autores a los que siempre recurrís?

-H.K.: En la época de Letras fui un gran lector de clásicos, pero desde que armé el jam de escritura en 2006 (evento de improvisación en vivo www.jamdeescritura.com.ar) mis lecturas son en un 90 por ciento autores contemporáneos latinoamericanos. En todo ese conjunto es revelador lo prolífico que está el mundo literario. Hay obras que no fallan, algunas más arriesgadas que otras y también las hay fallidas. Me llena de adrenalina la literatura a mitad de camino, me interesa desmembrar las tramas y los juegos literarios que se intentan desarrollar. A la hora de consultar y recurrir vuelvo a: Georges Perec, «La vida instrucciones de uso» me hizo entender que la técnica del rompecabezas bien utilizada puede ser magistral; los puntos de ataque de Chuck Palahniuk son reveladores, pero no siempre puede sostener ese ole inicial; de Juan Villoro envidio su técnica y su capacidad de contar lo justo; del español Eduardo Mendoza siempre me gustó el humor que trabaja, porque no se hace el gracioso, no quiere ser gracioso y genera la risa con cosas que no lo merecen; por último Héctor Libertella, conocí su obra allá por el 2002 cuando comencé a editar la revista Pisar el césped y tuvimos la suerte de publicarlo. Pero la literatura es tan vasta que esa misma ‘inabarcabilidad’ es también algo a lo que se recurre constantemente, de manera azarosa, pueden ser infinitas las referencias.

Por Carlos Daniel Aletto

Foto portada: Camila Godoy.