Hay evidencias epidemiológicas muy consistentes sobre el hecho de que el consumo habitual de frutos secos protege del desarrollo de la enfermedad cardíaca coronaria, sobre todo mortal, y de muerte súbita cardíaca. La protección que ejercen los frutos secos es dependiente de la dosis y, con una ración 4 o 5 veces por semana, es posible reducir en aproximadamente un 40% el riesgo relativo de experimentar una cardiopatía coronaria, sea cual sea el sexo, edad, raza, estrato social y estilo de vida. Por este motivo, desde el año 2004, la FDA (agencia estadounidense que regula los medicamentos) sugiere en sus alegaciones para la salud, a la luz de los estudios existentes, que una ración diaria (40 g) de frutos secos como parte de una dieta baja en grasas saturadas y colesterol puede reducir el riesgo de presentar una enfermedad cardíaca. Cuando trata sobre las nueces, la FDA es aún más contundente y considera que las investigaciones apoyan la ingesta de una ración diaria para reducir el riesgo de experimentar una cardiopatía isquémica.
Los frutos secos son alimentos complejos con múltiples nutrientes, vitaminas, minerales y otras sustancias bioactivas, por lo que es probable que el beneficio de su consumo sea atribuible al todo y no a las partes. A partir de esta premisa, se puede intentar discernir en qué medida los distintos componentes de los frutos secos contribuyen a sus efectos saludables.
La grasa de los frutos secos es cardioprotectora por varios motivos. Por un lado, evita el consumo de otros alimentos saciantes, pero ricos en AGS y azúcares simples que son negativos para la salud cardiovascular. Por otro lado, el consumo de ácidos grasos insaturados protege la salud coronaria por sí mismo y los AGP n-3 de los frutos secos (sobre todo de las nueces) tienen un efecto antiarrítmico. A pesar de la instauración de la grasa, ésta no aumenta la susceptibilidad a la oxidación de las lipoproteínas de baja intensidad (LDL), ni siquiera en el caso de las nueces, de grasa más insaturada. De hecho, tanto estudios in vitro como epidemiológicos demuestran que la dieta rica en nueces inhibe la oxidación de las LDL y los procesos relacionados con la arteriosclerosis. Esto se debe probablemente a su poder antioxidante y puede colaborar directamente en la prevención no tan sólo de las enfermedades cardiovasculares, sino de otras enfermedades crónicas.
Cada vez hay más evidencias epidemiológicas que muestran que la adición de frutos secos a la dieta puede promover una reducción tanto del peso como de la grasa magra. Inicialmente este hecho se observó indirectamente en estudios de intervención buscando marcadores de riesgo cardiovascular. Con posterioridad se han diseñado estudios a corto y medio plazo para observar específicamente la relación entre la ingesta de frutos secos y el peso corporal. De los datos epidemiológicos disponibles se deduce la relación inversa entre el consumo de frutos secos y el peso corporal. Además, la incorporación de frutos secos a una dieta saludable no parece favorecer el aumento de peso corporal y, cuando se introducen en una dieta no controlada, si se incrementa el peso, lo hace en menor medida de la esperada. Pero además, al comparar la clásica dieta hipocalórica baja en grasa y la dieta hipocalórica alta en grasa insaturada, incluyendo frutos secos, es esta dieta la que consigue menor proporción de abandonos y mayor pérdida de peso. La explicación la podríamos encontrar en su elevado contenido en fibra, que aportaría una gran sensación de saciedad y una absorción incompleta de los alimentos.
FUENTE: Elsevier/María José González Corbella, doctora en farmacia