Desde temprana edad había sentido una conexión muy fuerte con Europa. Gracias a la influencia y calidez de sus abuelos maternos alemanes, que vivían en Múnich, al sur de Alemania, y cada año llegaban a Argentina para visitar a la familia, Carolina Aldao (36) creció escuchando el alemán y aprendiendo de la cultura alemana. “A mi hermana y a mí nos traían juguetes, nos cocinaban platos alemanes, y también nos contaban tradiciones típicas, que muchas recreábamos en Buenos Aires. Con el tiempo, empecé a sentir la necesidad de viajar al continente de mis orígenes, y experimentarlo por mi cuenta. Me parecía un mundo fascinante, pero desde Argentina lo percibía como algo un tanto lejano”.
Sin duda alguna Carolina ansiaba recorrer el mundo. Y todo proyecto que la acercara a concretar ese deseo era un paso más en su camino. Decidió cursar la licenciatura en turismo. A la par hacía cursos de idiomas dictados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en institutos públicos. Con el tiempo y mucho esfuerzo logró mejorar mi inglés y alemán, y además, aprendió italiano, portugués, francés, y también un poco de ruso y japonés.
Tras finalizar la carrera de grado, trabajó en una agencia de viajes minorista, luego en una mayorista, y un call center de una aerolínea estadounidense. “Si bien trabajaba para el turista emisor, es decir, los argentinos que viajaban al exterior, sentía la necesidad de acercarme más a quienes venían a visitar Argentina. Así fue que empecé a trabajar como guía de turismo freelance en Buenos Aires. A los turistas les encanta nuestro país, nuestra forma de ser abierta, la buena onda y ganas de ayudar. Escuchar tan lindas palabras de ponderación de parte de ellos me generaba mucha gratificación. Es muy diferente la visión que tiene un argentino sobre su propio país que la visión de un extranjero que logra apreciar los detalles y lo bonito que en la cotidianidad y frenesí del día a día, a nosotros los argentinos, se nos escapa”.
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Cuentas pendientes antes de partir
Ir a hacer una experiencia a Europa era una cuenta pendiente para Carolina. Y fue así que en 2016, tras una ruptura de una relación de diez años, sintió que era el momento de pegar el salto y animarse a cumplir su sueño, al menos por un tiempo. “Tenía bastante miedo de emprender este cambio radical sola. A mis 31 años estaba muy arraigada en Buenos Aires. Mi mayor carga era el sentimiento de culpa de dejar a mi familia y mis amigos más cercanos. La presencialidad es algo irremplazable. Partir es morir un poco, y no estar físicamente en tu país hace que te alejes de la cotidianidad de tu gente”.
Pero tampoco podía hacer caso omiso de su deseo. Le llevó un año entero planificar el viaje. Buscó trabajo en España, Italia y Portugal en el rubro de la hotelería y turismo, pero no tuvo éxito. Sentía que desde Argentina y aunque tuviera pasaporte alemán y supiera idiomas, la distancia era un impedimento para motivar a un europeo a que la contratara. Entonces pensó en ir a Europa a estudiar una maestría y perfeccionarse en su área de conocimiento y experiencia, el turismo.
Frente a su casa en Kolding, Dinamarca, donde cursó el 1er semestre
Pero las sorpresas aún no terminaba. Un 5 de abril de 2017 recibió una de las mejores noticias de sus últimos años: había quedado seleccionada para la maestría en Gestión en Turismo. Eso marcó un antes y un después en el destino de sus días. “Desde esa fecha hasta agosto de ese año, mes en que partí a Europa, mi día a día se basaba en prepararme mentalmente y organizar mi partida. Mi prioridad era aprovechar al máximo estar con mi familia y con las personas que más quería, comer cosas ricas y típicas argentinas, y seleccionar lo más imprescindible para viajar. Aprendí a desprenderme de lo material. Así que con una valija de 23 kilos y una carry-on de 8 kilos, en agosto de 2017 me mudé a Kolding, Dinamarca, donde empecé el primer semestre de mi maestría”.
Los pasaportes de los compañeros con los que compartió cursada y formación.
Sintió que Girona, España, era un buen lugar para asentarse. Allí trabajó durante un tiempo como profesora de inglés para niños”. Con un sueldo mínimo te podés permitir alquilar un monoambiente y mantener tus gastos de vida y hacer algún viaje por Europa. Aquí no hay una brecha tan acentuada dentro de la clase trabajadora”
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En Girona, España. Desde su cuenta @miconsultorioviajero, Carolina relata su experiencia, miedos, desafíos y logros de su paso por Europa.
Girona está ubicada a 85 km al norte de Barcelona y muy cerca de la frontera de Francia. Generalmente los turistas la visitan por el día desde Barcelona. “En mi caso, siempre tuve de referencia las grandes ciudades de Europa, y nunca creí terminar viviendo en una ciudad chica. Viví toda mi vida en una gran ciudad capital, Buenos Aires, y jamás me hubiera visto pasar a hacer mi vida a una ciudad de 100 mil habitantes como es Girona, donde ya llevo viviendo dos años y medio. Hoy aprecio enormemente la historia medieval que me rodea, sus calles empedradas y la tranquilidad del día a día, al igual que el verde y las montañas que me dan mucha paz. Pasé de ser una chica del cemento a amante del verde. Puedo tomarme un recreo e ir a caminar por el bosque. Para los fines de semana, tengo el mar y por otro lado montañas a las que se puede acceder en tren o auto”.
Carolina asegura que empezar de cero en el exterior no es fácil. Hay que ser muy paciente con la burocracia, y aprender a amoldarse a las nuevas costumbres para así ir encontrando el propio lugar dentro de la sociedad del nuevo país de adopción. “Una decisión de esta índole tiene que estar pensada con la cabeza y ser sentida con el corazón. Hay que ser muy perseverante en este camino para ir construyendo lentamente tu nuevo hogar”.
Fuente: La Nación
