Por Ivana Ludueña

“Entre el silencio y el shofar: mujeres que renuevan la humanidad”


Por Ivana Ludueña

«Que en este Rosh Hashaná el Dios único, que compartimos, bendiga este nuevo año con paz. En especial a las mujeres judías, hermanas en la fe y en la historia, en estos tiempos de silencios y odios».

Las noticias abruman y uno no puede estar ajeno a ellas, pensaba en esto cuando se me vinieron a la mente dos películas de finales del siglo XX, Yentl (1983, dirigida y protagonizada por la genial Barbra Streisand y que hace poco un amigo me recomendó y vi con un kit de ¡pañuelitos descartables!) y Yo, la peor de todas (1990, dirigida por la más genial cineasta argentina María Luisa Bemberg, que vi mientras estudiaba literatura en la secundaria y me hice fan de Sor Juana y sus sonetos que puedo recitar ¡de memoria!), ambas pelis son faros que nos iluminan. Si, iluminan y lo hacen precisamente desde sus diferencias culturales —una joven judía en la Europa oriental de principios del siglo XX y una monja en el Virreinato de la Nueva España del siglo XVII— encarnando un mismo gesto: pensar cuando se nos exige callar.

SER MUJERES. Ambas protagonistas lo son. No. No se trata de un accidente biográfico, sino de un sistema de exclusión. Y aquí viene el paralelismo entre ambas ¡genialidades del cine!

En Yentl, la condición de mujer queda marcada desde la escena inicial: Streisand aparece en un mercado, intentando comprar libros de estudio, y recibe miradas incrédulas, burlonas, casi escandalizadas. El narrador introduce la prohibición: “Los hombres estudian, las mujeres cocinan”. La película deja claro que el género es un muro infranqueable. Sor Juana, en Yo, la peor de todas, experimenta esa misma sospecha: el arzobispo y los frailes la ven como una anomalía. ¿Qué hace una mujer con una biblioteca de más de 4000 volúmenes? ¿Qué pretende debatiendo de teología? Su cuerpo femenino es leído como incapaz de sostener la racionalidad. Aun recuerdo lo que me impacto la toma de las miradas vigilantes de los hombres, como subrayando la condición de Sor Juana como “objeto de control”. Yentl se ve obligada a disfrazarse de hombre; Sor Juana, a refugiarse en un convento. El precio de acceder al conocimiento es negar o replegar la propia identidad femenina.

El saber no aparece como un lujo o una distracción, sino como necesidad existencial.

Hermosos son los diálogos que mantiene Yentl con su papá, allí se muestra que la curiosidad intelectual es inseparable de su personalidad. Cuando él muere, Yentl decide transgredir la norma porque vivir sin estudio le resulta intolerable. Sor Juana, escribe y en cada párrafo, en cada verso, se vislumbra que el saber es la razón de su vida.

Punto y aparte es el rol de la religión, en ambas películas éste ocupa un lugar central tanto como marco histórico como tensión dramática. En Yentl, la religión judía tradicional dicta la prohibición: solo los hombres pueden estudiar el Talmud -recomiendo que vean la peli y no se pierdan los diálogos que tiene Yentl con su compañero de cuarto del cual después se enamora (¡perdón el spolier!)-. Pero a la vez es dentro de esa tradición que Yentl busca un lugar. Ella no quiere abandonar su fe, sino participar plenamente de ella. El travestimiento le permite ingresar en la academia rabínica, compartir debates, sentir la emoción de formar parte de una comunidad intelectual. Sin embargo, vive bajo la amenaza constante de ser descubierta. La religión es entonces cárcel, pero también horizonte de sentido. En Yo, la peor de todas, la Iglesia católica se presenta con crudeza como aparato de poder. La figura del arzobispo, imponente y ominoso representa el peso del dogma que exige obediencia y silencio. Sin embargo, el convento es el único espacio de libertad vigilada donde Sor Juana puede tener una biblioteca, recibir visitas intelectuales y dedicarse al estudio. La paradoja es evidente: solo ingresando en una institución que reprime puede encontrar un margen de libertad.

Pero en ambos casos, las protagonistas no buscan destruirlas, sino abrirlas desde adentro.

El derecho a pensar hoy en día configura un derecho humano básico y universal en los papeles… pero no siempre es así y mucho menos para nosotras.

La lucha de Yentl y de Sor Juana no es solo personal: es un acto en nombre de todas. También nos enseñan algo trascendental: la renovación humana. Cada generación tiene la oportunidad de decidir si sigue perpetuando el silencio o si abre espacios de igualdad.

Y pensando en Yentl y pensando que esta semana la comunidad judía celebra el Rosh Hashaná, pienso en la imagen final de Yentl, de su viaje hacia América y veo en ello un gesto profundamente ligado a la idea de esta celebración: abandonar lo viejo que oprime y lanzarse hacia lo nuevo que promete libertad. En la tradición judía, se toca el shofar (cuerno de carnero) como llamado al despertar espiritual; respondamos a ese llamado como uno que nos invita a no resignarnos.

En la memoria de Yentl y Sor Juana, recordemos que pensar también es rezar, y que rezar es abrir caminos. Así, el nuevo año, en cualquier calendario, será un nuevo tiempo de paz, igualdad, justicia y humanidad compartidas.