La veterana activista, gestora y productora teatral Pilar García de Yzaguirre lleva “gritando” por la igualdad de la mujer desde los estertores de la dictadura franquista. A través de la creación de asociaciones, ciclos y conferencias feministas, reclamó muchos de los derechos que hoy tenemos, como el divorcio o los anticonceptivos. Medio siglo más tarde, no tiene la más mínima intención de guardar silencio.
Con su productora de teatro Ysarca, un proyecto gestionado solo por mujeres, lleva a las tablas del Teatro Fernán Gómez del 26 de febrero al 4 de abril “El Grito”. Basada en una sentencia que se reprodujo en la prensa nacional, De Yzaguirre (Barcelona, 1935) encargó a las dramaturgas Itziar Pascual y Amaranta Osorio que adaptaran a escena los ocho años de juicio que sufrió la víctima, por culpa de la visión sesgada de la sociedad hacia la mujer.
“El Grito” narra la historia de una madre que se enfrenta sola al cuidado de sus dos hijos mellizos concebidos por fecundación “in vitro” al mismo tiempo que vive una batalla judicial demoledora tras el abandono de su pareja. Este le pide que deje el trabajo para centrarse en la maternidad, pero al poco del nacimiento de los bebés, se desentiende tanto de estos como de ella. La obra es un homenaje a todas las madres que han encarado grandes dificultades en la crianza de los hijos, así como una oda a los testimonios puestos en duda por salir de la boca de una mujer.
De Yzaguirre, pieza clave en la renovación cultural de Madrid accediendo a la dirección del Festival de Otoño en la década de los 80, une por primera vez en esta función las dos pasiones que han llenado su vida: las artes escénicas y la lucha por los derechos de la mujer. Esta pionera octogenaria comparte con Efeminista qué le hizo pasar de ama de casa con cinco hijos a militante, la importancia de llevar a cabo proyectos rompedores como “El Grito” y por qué se define a sí misma como “vocacionalmente feminista”.
“No podía esperar, tenía que seguir gritando”
Pregunta.- Sus acciones la han definido como una persona inconformista y luchadora. En 1977 renunció a la subdirección General de la Condición Femenina porque no se sentía cómoda siguiendo las directrices de sus superiores varones. En el 89 dimitió como directora del Festival de Otoño de Madrid porque no consiguió regularizar los contratos de los trabajadores del festival. ¿Cree que el teatro es una herramienta de lucha y cambio?
Respuesta.- Claro que sí. Pero, en el teatro, el público es libre y puede decir “compro porque me interesa para distraerme” o “compro para informarme”. El teatro no es solamente un divertimento. El teatro tiene una serie de ideas, de ideologías, de problemáticas y de formas de vivir que te permiten informarte. El que va al teatro aprende cultura. Lo que yo he hecho con “El Grito” ha sido un esfuerzo enorme porque la época es durísima y no hay dinero ni gente con ganas de ir al teatro por el peligro por la covid. Pero, lo tenía claro, porque yo no tengo edad para esperar. Nunca he podido esperar. Y ahora, que tengo 85 años, no puedo esperar. Todo lo que pueda ser una cosa provechosa para la sociedad, lo intento hacer.
Yo nací nueve meses antes de empezar la guerra, hice la guerra, la posguerra, viví toda la dictadura y, ahora, la pandemia. En todo momento, he intentado que las cosas fueran legales y normales. He luchado menos en política porque, indudablemente, cuando estás en política consigues cambio de leyes, pero a mí me parecía que, aunque el cambio de ley era una cosa importantísima, lo más importante era que la sociedad fuera cambiando a medida de lo que la mujer y la propia sociedad requerían. Se tarda en que la sociedad y las leyes estén al mismo tiempo conformes.
Yo siempre digo y repetiré que, el feminismo es una revolución contracultural, porque lo que hay en la atmósfera es negar a la mujer y lo que se intenta hacer es que haya un cambio en el que se vaya aceptando a la mujer como un igual del varón. Pero, todo eso es cultural, años hasta que pase. Cuando yo me metí en política, no podía esperar. Yo tenía que seguir gritando.
“Quería cambiarlo todo, quería ser persona”
P.- Durante los 70 el suyo fue un nombre destacado en la lucha feminista en España. Creó una asociación mixta cuando Franco aún vivía, fundó la Asociación Castellana de Planificación Familiar y luchó por la legalización de los anticonceptivos. Usted era una ama de casa con cinco hijos. ¿Qué le hizo dar el paso para emprender este camino?
R.- Yo tuve la suerte de tener una pareja -Álvaro García Meseguer– que era un hombre abierto y sensible a todo punto de injusticia social. Y yo empecé a sensibilizarme por el tema de la mujer, porque cuando empiezo, no puedo abrir una cuenta corriente en un banco, no puedo pedir un préstamo… Bueno, ahora, lo estoy pidiendo a los bancos y no me lo dan porque tengo 85 años. Osea que en aquel momento no podía por ser mujer y ahora por tener 85 años.
El pensamiento que tuve antes de salir a militar fue el de “no soy nadie” “no puedo hacer nada” “soy una voz que clama en el desierto”. Aunque nuestras leyes son más adelantadas a prácticamente todos los países de Europa, la realidad es más lenta y la mujer avanza menos porque la propia educación que dan las madres, que somos un poco culpables, hace que la mujer no sea ambiciosa, no tenga ganas de cambiar las cosas y de luchar. Entonces, aunque las leyes ya nos permitan muchas cosas, la realidad social lo hace muy lento. Yo salí porque quería cambiarlo todo, quería ser persona.
Nunca he aceptado el “no” y sigo sin aceptar el “no”. Y, en aquel momento, todo lo que teníamos las mujeres eran “noes”. Había quien se dormía en ese “no” y las que queríamos tenerlo todo. Yo he tenido en mi casa cuatro hombres y yo he querido hacer siempre lo mismo que ellos. La diferencia tiene que ser si soy más inteligente o menos, o más creativa o menos, pero no el hecho de ser mujer. En este momento, en España, por ser mujer está permitido todo igual que el varón. Aunque no se lleve a cabo. Y las leyes las hecho los grandes juristas, que todos son hombres. Se han llegado a cosas buenas para la mujer, pero no son las mujeres quienes lo han conseguido, sino que han sido ellas las que han convencido a quienes siguen teniendo el poder.
Cultura y educación para avanzar en los derechos de la mujer
P.- De hecho, en el 76, escribió un artículo donde definía el feminismo como “pre-doctrina de un gran ‘no’ de un movimiento contracultural”. ¿Cómo lo definiría ahora y con qué mirada ve el feminismo actual?
R.- ¡Antes de la Constitución! Cada vez que lo leo, pienso “aquí está todo mi pensamiento”. Creo totalmente en lo que escribí. El feminismo es un movimiento contracultural porque va contra las costumbres de los siglos pasados, porque es desde siempre que ella -la mujer- no ha tomado parte en la organización de la sociedad. Ella ha sido víctima de un grupo de hombres que se han sentido con capacidades de poner a todos en su lugar. Y ella no ha tenido más remedio que aceptar lo que le imponía ese grupo de varones. Es una revolución silenciosa, no es agresiva, pero la repercusión tiene que ser enorme en todo.
Ahora, mantendría esa misma definición porque seguimos igual. Las leyes se aceptan y si cambian, la sociedad sigue teniendo prejuicios horrorosos. Hay millones de mujeres con ablación hecha, ¿qué está cambiando? En Europa posiblemente más que en otros continentes, pero la mujer tiene que caminar a todo correr porque le pilla el tren.
P.- ¿Qué se podría hacer para mejorar la situación?
R.- Lo primero, cultura y educación. Y que la mujer participe. Me da lo mismo que sea de derechas o de izquierdas, ella puede tener la ideología que quiera, pero que participe, en lo laboral, en lo social, en lo político… Pero, el movimiento feminista no es un movimiento político, es un movimiento cultural, que quede clarísimo. No es la posición económica ni política la que marca el amor o desprecio a la mujer, el desprecio está en todas las clases sociales.
Desgraciadamente, las que hemos intentado salir o hacer algo, lo hemos tenido muy difícil. El artículo dice “Participar y denunciar”. Es muy cómodo que te hagan el camino, pero te lo tienes que hacer tú, primero, participando, y luego ya, denunciando. No soy pesimista, pero creo que nunca viviré la igualdad, es decir, el hombre y la mujer siendo hermanos y juntos haciendo una sociedad menos agresiva y menos mentirosa.
Mujeres que sobreviven en mundos de varones
P.- Con su proyecto más reciente, “El Grito”, aúna los dos pilares que han marcado su trayectoria: la lucha por los derechos de la mujer y el teatro. ¿Cómo nace esta producción y por qué es tan importante llevarla a escena?
R.- Después de estar luchando y trabajando tantos años en dos pasiones que no son encontradas, sino que son complementarias, como el feminismo y las artes escénicas, subirlo a un escenario es muy importante. De lo que trata “El Grito” es de la desesperación de la protagonista porque no la creen por ser mujer. Tristemente, el feminismo sigue siendo en un sector de la sociedad algo que no gusta. El que -la obra- sea un homenaje a las mujeres y también un análisis de lo que es la mujer y lo que tiene que pasar para seguir sobreviviendo en este mundo de varones, es algo que no a todos gusta.
Es importante que todo el mundo lo vea. Cómo la injusticia se cuela por las menores rendijas y se convierte en algo normal. Se ha instalado la injusticia en la mujer desde hace siglos. Coger y ponerla en su sitio es una tarea de vocación, porque yo creo que soy vocacionalmente feminista. Creo que soy una persona afortunada porque he conseguido vivir y descubrir todo lo que me están haciendo a mí por ser mujer. Una directora de escena española, después de estar cinco o seis meses hablando con ella sobre la obra, al final me dejó plantada y todavía me duele el corazón del disgusto que me llevé porque alguien pudiera rechazar la lucha de nuestro propio ser. Yo quería que todo fuera un equipo de mujeres para demostrar que solas también podemos.
Aprendiz de otras pioneras
P.- En una trayectoria tan larga como la suya tanto en el mundo del teatro como en el del feminismo, ¿Cuáles han sido las mujeres más inspiradoras a las que ha conocido?
R.- No la conocí, solo la leí, pero la que más me gustó fue Simone de Beauvoir. Fue para mí una segunda madre. Ella me enseñó qué es lo que iba a pasar y cómo era la vida. Para mí es una mujer importantísima porque además, en todo lo que hizo, no practicó la violencia, ella escribía y lo que decía era revolucionario.
A Betty Friedan la trajimos a la Fundación March. La sala estaba llena por todos los lados y uno de los directivos dijo “Hay que cerrar las puertas” y Betty contestó “Si las cerráis, me voy”. Todo estuvo abierto en todo momento. Ella era un paseo por los problemas de la mujer.
P.- En su novela -“La mística de la feminidad”- Betty Friedan habla del “problema que no tiene nombre” de las amas de casa que están todo el día cuidando de los hijos y el hogar, esperando a que venga el marido a casa. Es una situación en la que usted se pudo ver reflejada porque así era su vida antes de salir a militar, ¿no?
R.- Sí, pero yo tuve suerte. Yo he tenido la facilidad de poder trasladarme mentalmente por mi amor al teatro. Estuviera donde estuviera, yo me trasladaba. Además, no tuve un cancerbero, tuve un marido buenísimo que me ayudó con el feminismo y escribió dos libros sobre el lenguaje inclusivo y la discriminación sexual. Me sentí apoyada y con todas las puertas abiertas.
En Murcia, con gente de mi asociación feminista, organizamos un pequeño ciclo para hablar de cosas que había que conseguirse para la mujer. Yo hablé del divorcio y fue un escándalo… Yo creí que sería lo menos escandaloso de la doctrina feminista y me encontré con que había zonas donde aquello era un paso muy difícil de dar. No me daba cuenta de en la España en la que vivía. Todo ha sido muy costoso; el cambio social, la apertura, que la mujer haya ido teniendo más libertad cada vez… Pero no es suficiente.