Por Ivana Ludueña
El duelo es una de las experiencias humanas mas universales y a la vez, más profundamente personales
Frente a una perdida sea de un ser querido, una separación, un cambio vital o incluso una ilusión cada persona recorre un proceso único.
El duelo no es solo sufrimiento, sino también una oportunidad de crecimiento y transformación interior. Parafraseando a Rolón, es un trabajo del alma para aceptar la ausencia y resignificar nuestra vida en ella.
No queda otra, debemos atravesarlo. Aceptemos que no se supera, se elabora.
Aprendemos a vivir con lo que ya no está.
Aceptemos las lágrimas como parte del camino y entendámoslas como una oportunidad para redefinir nuestras identidades.
Cada perdida nos obliga a reencontrarnos con nosotros mismos, a descubrir quienes somos sin lo que perdimos.
Esperanza y autenticidad.
Eso propongo. Esa fue mi receta para atravesar los duelos mas significativos que tuve en mi vida (mi madre, mi amiga Jime y mi gatita Azul).
Autenticidad a vivir las emociones sin culpas ni miedos.
Llore y lloro estuve triste, estoy triste a veces… SI…
Me rebelo ante una sociedad que impone estar bien rápidamente, alejándonos de eso que llamamos humanidad…
Atravesando mis emociones puedo valorar la vida, aprender a agradecer lo que fue y abrirme a nuevas experiencias…
Acepto la tristeza sin dramatismos ni negaciones, sino con madurez.
No existe un tiempo exacto, calculado, lineal ni universal para todos. Ni modos de “superarlo”.
Lo importante es permitirnos sentirlo, reconocerlo y darle sentido.
El duelo nos enfrenta con la vulnerabilidad y nos recuerda que todo lo que amamos es, por naturaleza, transitorio. Pero en esa transitoriedad que es la vida misma, reside nuestra capacidad infinita de amar, sanar y reconstruirnos.
Aceptar las ausencias no significa olvidar. Significa recordar sin dolor. Transformando la herida en memoria, la memoria en fuerza, la fuerza en estas líneas que escribo hoy, las palabras en eternidad.
