«El cielo está abierto»: la reflexión simple, pero profunda ante la muerte


En el campo de la metafísica o espiritualidad, es posible que las cosas en las que creemos no sean más que un efecto de nuestros deseos y necesidades; pero es más probable que nuestros deseos sean tales, en razón de cosas existentes que nuestra limitada  mente no alcanza a captar plenamente.

A menudo, por no decir siempre, las cosas del mundo succionan al ser humano adulto de tal forma que bloquean su mente, la inhabilitan para enfocarla en lo importante, en lo trascendente. La filosofía, la cuestión espiritual, y ni qué decir el tema de Dios, o de un Orden Superior creador y regulador del universo, solo parece tener un refugio en ciertas personas que, a juzgar por los dichos y hechos en todo el mundo, no constituyen la mayoría. Por eso, la minoría de personas sensibles y reflexivas, queda cautivada con la inocencia de los niños e incluso de los animales, quienes parecen percibir «cosas» que los adultos, presas del virus del materialismo, ni perciben, ni les importa percibir.

Hace pocos días atrás sucedió algo que da origen a esta reflexión: ante la muerte de un ser querido, una pequeña de apenas 4 años (que llamaremos «D.») pronunció unas palabras en el preciso momento en que se procedía a cerrar el féretro del familiar que partía. Vale reproducir el corto diálogo de apenas tres frases que significan mucho para aquel que quiere ver con los ojos del espíritu:

-¿Está cerrado? -dijo la niña cuando vio que cerraban

-Si -respondió un adulto que la acompañaba-.

-El cielo está abierto -culminó la pequeña-.

Quienes alcanzaron a escuchar, quedaron sorprendidos por cómo una pequeña de apenas cuatro años pudo haber pintado semejante imagen con palabras,  de manera espontánea y sin que ninguna persona la indujera a ello.

Con frecuencia, algunas personas ocupadas en descubrir qué sentido tiene la vida y si hay algo más allá de ella tal como se la conoce, aguardan portentos, señales magnificentes, o milagros para sentir de manera notoria que hay un Orden Superior o una Supraconciencia -como dice el médico español Sans Segarra- por cuya presencia se deduce la trascendencia, ese «algo más». Pero lo cierto es que esa «presencia» se manifiesta a cada instante para quien salga de la burbuja del mundo material y se adentre en el plano espiritual o vea las cosas desde otra perspectiva menos mundana. Es cierto que algunas cosas, como las palabras de esta niña (una visión acaso), son señales más claras, más nítidas, por cuanto ocurren en momentos precisos. Solo la pureza, la inocencia, puede ser transmisora de testimonios de este tipo que parecen triviales a los ojos del materialismo, pero que son importantes para el espíritu. Las palabras de Jesús -«Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos»- contienen una verdad reveladora profunda: solo la pureza y la inocencia no contaminada por  las falsas luces del mundo pueden percibir ciertas cosas, en este caso un cielo abierto para un alma noble.

Carl Jung, el famoso psiquiatra y psicólogo, reveló al mundo la Teoría de la Sincronicidad, es decir hechos o efectos que suceden sin una causa específica al menos entendida por la mente humana (se piensa en un persona, por ejemplo y de pronto tal persona aparece). Pero tal sincronicidad tampoco es casual. Jung decía: “La sincronicidad es la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de manera acausal”.

Tal vez  el escritor Carlos Ruiz Zafón tenga razón cuando dice en La Sombra del Viento:  “Yo creo que nada sucede por casualidad, ¿sabes?, que, en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos.”

Tampoco las palabras, o mejor dicho esa suerte de visión,  de «D.» han sido una casualidad. Todo ocurre por algo y para algo.

CAD