Por Jessica J. Báez Márquez y Daniela Isasmendi Hernández
En este artículo les queremos platicar un poco sobre la historia del arte protesta y la importancia para denunciar actos que van en contra de la naturaleza o en contra de los derechos humanos. El grafiti que se remonta desde la antigua Roma para comunicar inconformidades, cuando se rayaban muros con insignias de molestia y expresiones humanas en contra del gobierno o en contra de algo en lo que se tenía cierto descontento. En la historia del arte podemos encontrar obras artísticas que nos expresan por medio de su semántica, que muchas de ellas expresaban la inconformidad hacia la política o la sociedad según el contexto en el que se encontraba el artista. Es verdad que, desde la segunda mitad del siglo XX, el arte protesta se ha acrecentado, gracias a la búsqueda de la libertad y los derechos humanos por medio de la denuncia. En México comenzó con el muralismo mexicano y éste sirvió de inspiración para los demás países latinoamericanos. En México el arte ha sido históricamente un lenguaje de resistencia. Desde el muralismo prerevolucionario hasta las intervenciones digitales actuales. La creación visual ha acompañado los movimientos sociales del país denunciando injusticias y construyendo memoria colectiva. Tras la Revolución el muralismo impulsado por Rivera Orozco y Siqueiros convirtió los muros públicos en manifiestos ideológicos. Sus obras consolidaron la idea de que el arte debe hablarle al pueblo y participar en la transformación social. Esta tradición de compromiso ético sería retomada décadas después por artistas urbanos, colectivos estudiantiles y movimientos feministas. La obra mural que Diego Rivera hizo en el último piso de la SEP alberga los Corridos de la Revolución agraria que comenzó en 1927. La obra es un manifiesto artístico y político donde se plasman los eventos ocurridos durante la Revolución mexicana. El argumento principal trata de la unidad entre clases populares, la riqueza de la vida y tierra mexicana, así como la denuncia de la opulencia de las clases altas, representando a personalidades en caricatura. Diego Rivera incorporó amalgamando el corrido con una lectura de protesta, debido a que el arte jugó un papel muy importante como fuente de información entre los espías, movimientos e insurrectos.
A partir de los años 60s, el arte mexicano encontró nuevas vías de distancia. El movimiento del 68 impulsó expresiones críticas como el Salón Independiente. En los 60s y 80s creadoras como Ana Victoria Jiménez y Mónica Mayer unieron arte y feminismo utilizando el cuerpo y la acción pública, así como otras disciplinas como la instalación como herramientas de denuncia. La calle se volvió escenario, la experiencia, manifiesto.
En la obra El tendedero (1978) de la pionera del feminismo, Mónica Mayer, se cuestionó sobre el machismo y patriarcado que se vivía en México, sobre todo en el día a día, de muchas mujeres que salían al mundo todos los días a trabajar o estudiar y sufrían de violencia en el transporte público. En la década de los 90s, en pleno contexto del Tratado del Libre Comercio, el gobierno mexicano deseaba mostrar al mundo el supuesto equilibrio económico que en ese entonces el país estaba atravesando con el presidente Carlos Salinas de Gortari. Algunos de los artistas de los 90s, al igual que en los 80s buscaron exponer de manera independiente, creando sus propios espacios y sin apoyos gubernamentales. La obra de Betsabeé Romero también como una manifestación de protesta de instalación, desarrolló un lenguaje visual que integra arte contemporáneo y popular utilizando objetos cotidianos. Estos elementos resignificados dan lugar a un discurso que reflexiona sobre las contradicciones de la modernidad: la presión del consumo, las dinámicas de género, las migraciones obligadas, y la herencia del mestizaje y la colonización.
En el siglo XXI el arte de protesta se ha trasladado al espacio urbano y digital. Las pinturas feministas, los murales comunitarios y el arte compartido en redes conforman un lenguaje visual que articula luchas por la justicia de género, los derechos LGBTQ+ y la defensa del territorio. Incluso medios de comunicación como Voge han documentado estos procesos, subrayando cómo los mercados colectivos de acciones feministas resignifican el espacio público. La violencia actual ha dado lugar a expresiones artísticas que responden al duelo y la indignación. Protestas por asesinatos de activistas, hallazgos de fosas y feminicidios han generado intervenciones que exigen justicia. Colectivos como “Las Nombramos Bordando” transforman la memoria de las víctimas en arte participativo, mientras marchas y vigilias continúan ocupando las calles con color y resistencia. Artistas mexicanos como Rosa María Robles han presentado exposiciones en museos utilizando varios elementos con referencia a la violencia y el narcotráfico que vive nuestro país. La exposición “Navajas” fue presentada por primera vez en el 2007 en el Museo de Arte de Sinaloa “Navajas” es una exposición de protesta donde la creciente narcocultura tiene un papel importante. La exposición nos muestra de manera cruda y directa la realidad de la violencia y la narcoviolencia que se vive en México.
El debate continúa. Como se discute en el podcast Hablemos Arte. Crear arte protesta desde distintas disciplinas artísticas como instalaciones, pintura, performance y rayar monumentos o intervenir espacios públicos, resignificar los muros como territorios de voz y presencia, mueven conciencias. El arte de protesta en México sigue creciendo entre lo público y lo digital, entre el muralismo histórico y algunos espacios museísticos, pero donde las nuevas luchas feministas en un país donde la violencia persiste, el arte continúa siendo un acto de memoria, comunidad y resistencia, para dejar constancia sobre lo que sucedió y lo que aún continua pasando en las calles de México, que aún hace falta mucho por hacer y donde el arte funge como un vehículo de memoria colectiva importante para denunciar y para no olvidar.
Foto portada página de Betsabé Molina
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