«Construcción poética de un recuerdo. A Silvia Filler» se titula la pieza que escribió, dirige y protagoniza Manuel Santos Iñurrieta al frente de su equipo Los Internacionales Teatro Ensamble y que gira en torno al hecho real del asesinato de una estudiante marplatense en 1971, considerado el inicio de la violencia política moderna en esa ciudad.
Lo acompaña la actriz Marina García los sábados a las 20 en la sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543, con venta de entradas únicamente por boletería.
Hombre rigurosamente ligado al teatro político y egresado de la actual Escuela Metropolitana de Arte Dramático (Emad), Santos Iñurrieta cobró notoriedad cuando en la primera década del siglo formó «el bachín teatro» (sic), un elenco que se nutría de los postulados de Bertolt Brecht -cuando este autor había sido casi archivado por la escena local- y que añadía a sus virtudes la condición de ser estable.
Se recuerda el rigor de «Charly (detrás de la sonrisa)», «Lucientes», «La comedia mecánica», «Teruel y la continuidad del sueño», «Fidel-Fidel, conflicto en la prensa» y «Mariano Moreno y un teatro de operaciones», entre otras puestas, pero en algún momento el autor-director-actor comenzó a hacer unipersonales –«Mientras cuido de Carmela», el más notorio- y el ensamble, que llegó a cumplir tres lustros, llegó a su fin.
En «Construcción poética…» Santos Iñurrieta interpreta un personaje especial, mezcla de clown, patrón de circo y capocómico cuyo perfil oscila entre Pepe Arias y Tato Bores, constructor de un efecto de extrañamiento con su vestimenta estrafalaria, galera rotosa y nariz de payaso o zanahoria, mientras añade frases sentenciosas al tiempo que se va refiriendo un hecho trágico.
En diciembre de 1971, Silvia Filler, una joven que a sus 18 años había ingresado a la Universidad de Mar del Plata para estudiar Arquitectura, fue baleada en la frente por un grupo de ultraderecha en una asamblea estudiantil mientras la policía destacada frente al edificio se negaba a intervenir.
Sucedió durante la dictadura de Agustín Lanusse y el asesinato -que quedó impune- inauguró una época oscura de la historia política nacional: faltaban ocho meses para la masacre de Trelew.
El trabajo de la actriz Marina García se divide en dos: personifica a la adolescente Silvia con sus sueños y su realidad cotidiana, reproduce sus mohines, juega con sus ambiciones humanas; y por otra parte ayuda a Santos Iñurrieta a construir su personaje y su discurso, que por momentos entra en la dinámica de prueba y error, acción que es oportunamente subrayada por la luz de Horacio Novelle, hábil seguidor.
Con una escenografía en tonos oscuros de Diego Maroevic, la pieza es a la vez homenaje y ceremonia teatral; es difícil abstraerse de aquel hecho ocurrido hace más de medio siglo y no verlo como actual, porque a Silvia se la representa allí, en el escenario, caminando sobre la arena de la playa, mientras el personaje principal, profesoral, dedo en ristre, trata de hallar esas palabras que se le escapan, cae en fallidos y elude el contacto físico, como quien desea ocultar su dolor.
Lo de Santos Iñurrieta no va sin embargo en busca de lo emocional ni lo dramático, sino que hay un fondo de frialdad, raciocinio, señalamiento al público de que está en el teatro y que en el homenaje a Filler no hay visos de demagogia ni melodrama: es la exposición de un hecho sucedido, casi una autopsia de la memoria, que a la vez introduce el concepto social y legal de «femicidio», inexistente en los tiempos evocados.
Como en todo espectáculo de su creador, aquí los atisbos de humor quedan sepultados por lo trágico de la anécdota, traída a la memoria del público en momentos en que el olvido es propuesto como escape a cualquier angustia y sobre todo cuando otros crímenes y otras víctimas se van superponiendo en la crónica diaria para que la memoria colectiva los vaya apelmazando.
Dada su entraña política y su visión sobre el teatro, no habitual en la escena argentina actual, Santos Iñurrieta se transforma en un espíritu molesto, que en su dignidad es capaz de apuntar a los orígenes de ciertos males nacionales de los que no se habla; es de los románticos que aún sostienen que el arte puede modificar la historia o, en su defecto, la memoria histórica.
Define a su obra como «un espectáculo que se gesta a partir de la poderosa creencia del arte en tanto herramienta de transformación. Su fundamento es la necesidad de potenciar la memoria histórica, esa fuerza vital que erige la dignidad. La búsqueda de la verdad es la única posibilidad que tenemos de construir una sociedad donde prime lo justo y la libertad».
Sin ser un espectáculo perfecto y estar a medio camino ante sus explosivas anteriores creaciones, «Construcción poética de un recuerdo. A Silvia Filler» está entre lo mejor de la cartelera porteña, siempre y cuando no se busque pasatismo y simple entretenimiento.