Por Celina Cocimano
Una infancia sin elogios ni reconocimiento puede marcar profundamente la forma en que un niño percibe el mundo y su propio valor. En una etapa de desarrollo tan importante, los elogios y el reconocimiento no solo refuerzan comportamientos positivos, sino que también cumplen una función esencial en la construcción de la autoestima, la seguridad emocional y la identidad. Cuando estos elementos faltan, el niño crece con carencias emocionales que pueden impactar su forma de relacionarse consigo mismo y con los demás, incluso mucho tiempo después.
Imaginemos a un niño que, en su hogar o entorno, rara vez escucha palabras de apoyo o validación. Los esfuerzos que realiza en la escuela, en sus juegos o en la convivencia familiar pasan desapercibidos. La ausencia de reconocimiento crea en él la idea de que, por más que lo intente, nada de lo que hace es realmente importante o especial. Este niño puede comenzar a interiorizar pensamientos como «no soy lo suficientemente bueno» o «nunca hago nada bien», que moldean su autoimagen.
La falta de elogios genera una infancia marcada por el silencio emocional. Cuando un niño no recibe reconocimiento por sus logros, puede experimentar una gran variedad de sensaciones y emociones.
Sensación de invisibilidad: al no recibir palabras de aliento ni miradas de orgullo, el niño puede comenzar a sentirse invisible, como si sus esfuerzos no importaran. Esta falta de atención y validación puede generar un sentimiento de insignificancia, como si fuera fácil pasar desapercibido.
Problemas de autoestima: la autoestima se construye a través de la retroalimentación de las personas importantes en la vida del niño, especialmente de los padres y figuras de autoridad. Sin un refuerzo positivo, el niño tiene dificultades para desarrollar una autoestima sólida y segura, y puede dudar de su propio valor o sentirse inferior frente a otros.
Como no recibe elogios en su núcleo cercano, es posible que este niño comience a buscar aprobación en otras figuras o situaciones. Esto se traduce en una necesidad constante de agradar a los demás o de demostrar su valía de manera continua, a menudo a través de logros externos o la búsqueda de la aceptación en otros entornos.
Afán por el perfeccionismo: sin reconocimiento, el niño puede desarrollar un alto grado de perfeccionismo. Al creer que nunca es suficiente, intenta siempre dar más y mejorar constantemente. Pero, al mismo tiempo, este esfuerzo constante viene acompañado de un fuerte miedo a equivocarse, pues asocia los errores con la falta de valor personal.
Autocrítica severa: la falta de reconocimiento de los adultos, genera una autocrítica severa en el niño. Sin una referencia positiva de sus habilidades y logros, tiende a juzgarse con dureza y a no permitirse errores ni fallas. Incluso de pequeño, puede ser muy exigente consigo mismo, esforzándose en silencio y sin esperar recompensa.
La infancia marca la forma en que una persona se percibe a sí misma y al mundo, por lo que una falta de validación en estos años forma la base de desafíos emocionales en el futuro.
Dificultad para aceptarse y valorarse: se sienten constantemente insuficientes, dudan de su valor y necesitan demostrar continuamente sus capacidades.
Estas personas tienden a establecer relaciones en las que buscan ser validadas continuamente por los demás, lo que genera una dependencia emocional. Sus relaciones se basan en la validación.
Tienen una baja tolerancia a la crítica o el fracaso, debido a que siempre están intentando alcanzar una perfección que nunca parece llegar.
Es fundamental que estas personas trabajen en reconocer su propio valor de forma interna, sin depender de la validación externa. Por ejemplo, identificar y cambiar las creencias formadas durante la infancia, como «no soy suficiente» o «solo valgo por lo que logro», es el primer paso para construir una autopercepción sana y positiva.
Es importante que la persona aprenda a reconocer sus logros y cualidades, independientemente de lo que otros opinen. Paradójicamente, aunque buscan la validación externa, cuando la reciben pueden sentir incomodidad o desconfianza. Al no estar acostumbrados a los halagos, los perciben como poco sinceros o creen que no los merecen, lo que los lleva a minimizar o rechazar los elogios.
La falta de reconocimiento en la infancia puede dejar una huella profunda. La infancia es una etapa en la que cada palabra, gesto y reconocimiento cuenta, y todo eso que se vivencie, impacta directamente en la edad adulta. Pero no define a una persona: con autoconocimiento y herramientas de apoyo, es posible transformar las heridas y construir una vida plena, llena de significado y valoración propia.
Fuente Ohlalá
Foto portada Getty