Charlas de Candi – Una oración en la tarde que se cae


-Mírela, allí está otra vez, Inocencio, caída, apagada la tarde. Parece siempre obsesionada con caerse. Nostálgica y silenciosa, pero siempre hermosa, cae tan hondo que pareciera que…

-Y como si no fuese suficiente para ella caerse allá en el bello horizonte pampeano, Candi, donde su alma de fuego se vuelve románticamente colorado oro y se besa con el verde, ella parece buscar entre las paredes musgosas de musgosas casas de la urbe, algún alma amorosa que la rescate, que la salve de la inminente caída. No sabe que allí dan vueltas corazones que se han caído antes que ella, y que, paradójicamente, se hacen románticas bolas de luces que de romanticismo creativo tienen bastante y de infierno todo. Porque algunos corazones, sabe usted amigo, se ponen a crear en la tristeza. Fiodor Dostoievsky les hubiera llamado a esas almas, a esos corazones heridos, prisioneros, «pequeñas casas muertas, pero vivas».

-Alguien que vive en una de esas casas, que no son prisiones como las que debió padecer el escritor ruso, pero que tienen el maldito poder de hacer prisioneros y que hieren más aún el corazón que el frío de Siberia, le pidió, desde su tristeza y soledad, a un amigo en común que le hablara sobre la esperanza y sobre la vida. Es decir, le pidió que echara un poco de luz sobre esas paredes pálidas, umbrosas, sobre las que desesperadamente la vida acciona para que la oscuridad no se apropie de ellas. “¡Oh! -le respondió mi amigo- ¿cómo podría yo iluminar algo, si ráfagas de grises invernales atraviesan mi propio corazón? Sin embargo, podríamos intentar juntos una oración”.

-La respuesta de su amigo me hizo recordar a aquellos que se caen, esos que viven en las casas de la tristeza, pero que encuentran, sin embargo, cierto consuelo en la simple y significativa compañía de la bella tarde que también se derrumba. La diferencia entre la tarde y estos melancólicos, es que ella no regresará jamás, porque el día que muere ya nunca volverá a ser, pero para ellos habrá un mañana, una nueva oportunidad y a ellos se entrega enamorada la esperanza, que es el inicio de la resurrección. Y, por otra parte, como usted bien dice, es en esa tarde silenciosa y entristecida, pero bella a pesar de todo, donde encuentran algunos el camino. Porque ha de saberse que en cada tristeza, en cada dolor, hay también una oportunidad. Pero siga con su recuerdo

-Entonces mi amigo tomó de la mano a esta persona, cerró sus ojos y dijo a la Fuente de Todas las Cosas: «te suplico que me disculpes por el mal que cometí y que cometo. No tengas en cuenta mis pecados, pues si me fueran contados, ¿cómo podría ser escuchada esta oración? No te pido por mí, sino por todas las criaturas del universo que en este instante sufren, están en soledad, desamparadas, abandonadas, enfermas, empobrecidas. Mitígales el dolor, cólmalas de fuerzas, amor y esperanza. Ayúdales a levantarse para que puedan honrar la vida y participen plenamente en la maravillosa tarea de acompañarte en la creación. Por Favor, Dios nuestro y Dios de nuestros padres, que descienda tu luz sobre las paredes de esas pequeñas casas muertas y que inflame los corazones de sus adoloridos habitantes.  Te ruego, también y especialmente, que influyas en en los corazones de aquellos que están salvados de la prisión, para que no se olviden de los hermanos sufrientes. Amén»

-Hago mía la oración en estos momentos en los que tantos seres vivos padecen lo indecible en todo el mundo y también, por supuesto, en nuestra Patria.