Discriminación

Alice Milliat, una luchadora por la igualdad en el deporte olímpico


El presidente de Tokio 2020, Yoshiro Mori, realizó declaraciones despectivas contra las mujeres. En momentos en que parece que se avanza en materia de igualdad en el deporte y en distintos ámbitos de la vida de las mujeres, dichos como los del titular del Comité Olímpico Internacional (COI) atrasan. En ese marco, es importante recordar a una pionera en la lucha contra el sexismo y la discriminación en los Juegos Olímpicos: la francesa Alice Milliat.

La semana pasada padeció un cimbronazo ante las declaraciones públicas de Yoshiro Mori, el presidente del Comité Organizador de Tokio 2020, quien tuvo dichos despectivos en torno a las mujeres, a quienes menospreció señalando que hablan mucho, que demoran las exposiciones en las reuniones y que son competitivas entre sí, lo cual supone un problema. Recibió un escarnio público y debió renunciar.

El COI repudió a Mori y se separó de toda ofensa. Pese a ello y la distancia de un pasado de rechazo a las mujeres, lo sucedido es a la vez una invitación a pensar cómo fue el avance de ellas en el deporte olímpico. Y esa pelea, fundamentalmente por la inclusión, se inició hace más de 100 años. Hubo un nombre que sobresalió por encima de todos: Alice Milliat fue la primera en parársele de manos al machismo enfrentando ni más ni menos que al barón Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos de la era moderna, con una postura radical ante la posibilidad de que las mujeres pudieran participar de esta competencia.

Alice Milliat fue primero una niña francesa soñadora (nació en Nantes en 1884) y después una mujer convencida que se deslumbró al leer las noticias de los primeros Juegos Olímpicos Modernos, los de 1896 en Atenas. Desde allí se hizo una pregunta rápida y lógica: ¿por qué no había mujeres compitiendo? Allí comenzó una lucha de reclamos que consiguió, en primera instancia, que se las incluyera en tenis y golf. De hecho, entre 1900 y 1912, a las mujeres se les negó la participación en atletismo, prueba madre y central en los Juegos Olímpicos. La pista estaba vedada para ellas y recién en Amsterdam 1928 las dejaron pisarla. Milliat, originaria de una familia modesta, sin títulos nobiliarios, fue una deportista impecable: remera, jugadora de hockey, nadadora y también fundadora y parte de equipos femeninos de fútbol. De profesión traductora, sólo estuvo unos años casada, enviudó joven y cada día dedicó más empeño en conseguir igualdad de derechos. Incluso defendió el voto femenino en Francia.

Para cuando la proporción de participación femenina era de un 10% respecto de los varones en las competencias, las mujeres por fin pudieron colarse en pruebas de atletismo. Sin embargo, el hecho de que algunas no pudieran concluir o terminaran devastadas y exhaustas carreras como las de 800 metros le dieron argumentos al COI (y especialmente a Coubertin, quien presentaba pruebas médicas para aducir que no estaban capacitadas, entre la cosas más suaves que expresó) para volver a censurarlas en ciertas disciplinas. Lo que poco o casi nada cuentan las historias olímpicas es que en los Juegos anteriores, los que se desmayaron fueron hombres. Y no pasó nada.

La lucha, encabezada por Milliat, duró décadas y décadas e incluyó hacerle frente creando instituciones o competencias que permitieran ir abriendo puertas: por caso, primero el Club Femenino de París, luego la Federación de Sociedades Femeninas de Francia y más tarde los Juegos Olímpicos para Mujeres, lo que le valió intimaciones para no poder usar dicho nombre. Más tarde, con la creación de la Federación Internacional Deportiva Femenina y los Juegos Mundiales fueron otra muestra de que la mujer podía ocupar lugares fuera del hogar. En ese avance, el terreno deportivo fue cada día más un terreno para asentarse.

En tiempos en los que todas las decisiones pasaron por los hombres, que en 1984 se haya logrado la inclusión de las mujeres en maratón (42,195 kilómetros) fue todo un acontecimiento histórico. En cierta manera, esa lucha y ese legado de Alice Milliat ya estaba rindiendo frutos. Incluso algunos años después llegó otra victoria en cuanto a espacio ganado: la exremera afroamericana Anita De Frants se convirtió en 1997 en la primera mujer vicepresidenta del COI, desde donde promovió la igualdad de manera permanente. En 2010 protagonizó, por ejemplo, una fuerte pelea para impedirle a Qatar, Arabia Saudita y Brunei participar en los Juegos de Londres 2012 si no incluían al menos a una mujer en sus delegaciones.

Para cuando llegue Tokio 2020 este año (fueron pospuestos por la pandemia), si es que llegan, la representación de atletas mujeres y hombres estará bastante pareja: 49% a 51%. No es plena igualdad como sí ya se aplicó en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires 2018, pero es otro paso adelante para una institución, se insiste, arraigada en el machismo y surgida entre títulos nobiliarios y entre quienes se pensaron una casta superior. La otra gran novedad de Tokio 2020 es que no habrá abanderada o abanderado como siempre ocurrió, sino que cada país tendrá que designar sí o sí a un hombre y una mujer que avanzarán juntos delante de su delegación en la ceremonia de apertura.

“Las declaraciones de Mori han sido absolutamente inapropiadas y contradicen nuestros compromisos y nuestras agendas”, dijo el COI ante la movida de esta semana que terminó ocasionando la renuncia de muchos voluntarios y trabajadores de la organización de los Juegos por las declaraciones sexistas del japonés de 83 años, que después pidió disculpas y, cuando volvió a hablar, oscureció más el cielo. Así, no le quedó otra que dimitir a cinco meses del inicio de Tokio 2020.

Que hoy el COI hable de inclusión, diversidad e igualdad de género, que trate de igualar la participación, que solicite a los 206 Comités Olímpicos Nacionales que al menos tenga una mujer en sus filas, que establezca dos abanderados y no uno y que incluya equipos de refugiados es un avance determinante en la historia. Tiene aún muchos pendientes (hace rato que el Movimiento Olímpico le reclama eliminar la Carta Olímpica que prohíbe las manifestaciones políticas de los atletas durante la competencia), pero camina con pasos pequeños aunque necesarios. Pese a que a veces ellos sean más producto de las obligaciones de los tiempos que corren que del mismísimo convencimiento.

Dichos como los de Mori, presidente de un Comité Organizador, dan cuenta de cuánto falta deconstruirse aún en el ambiente olímpico. Es ahí, entonces, cuando espíritus combativos como los de Alice Milliat reaparecen con más y más fuerza. Esa francesa, la primera luchadora por los derechos de las mujeres en los Juegos Olímpicos y en el deporte, invita a las otras a ver que hay batallas que nunca terminan. Por el contrario. Que no se pueden terminar.

Fuente: La Capital