Por Marisa Plano*
Hay algo que siempre me duele: ver a tantos niños y niñas crecer rodeados de ruidos, pero sin que nadie escuche su voz. Se habla de ellos, se decide por ellos, se los corrige, se los apura, pero pocas veces alguien se detiene a mirarles los ojos y preguntarles qué sienten, qué necesitan o qué sueñan.
Un niño no solo pide que lo cuiden, pide que lo respeten, que lo miren con tiempo, no con apuro. Que lo acompañen en vez de juzgarlo, que le expliquen en vez de retarlo. Sus derechos no son una lista bonita en un afiche: son la llave para que su infancia sea un lugar seguro, digno y verdadero.
Cuando un niño es escuchado, cambia todo. Cambia la forma en que aprende , cambia la forma en que se relaciona con el mundo, cambia incluso la forma en que se mira a sí mismo. Porque cuando alguien lo escucha , alguien le está diciendo: «tu voz importa». Y eso, para un corazón tan pequeñito es el abrazo más grande.
Ojalá como sociedad entendamos que respetar a la infancia no es un acto aislado, es una manera de vivir. Es elegir cada día ver al niño que tenemos enfrente como una persona plena: con derechos , con emociones, con tiempos propios y con un valor inmenso.
Escuchar a un niño es una forma de construir un futuro, honrando su existencia y sus derechos. Que nunca se nos olvide que de nuestra mirada depende, muchas veces, la confianza con la que ellos caminarán el mundo. Y si aprendemos a oírlos de verdad, quizás descubramos que la infancia tiene mucho para enseñarnos sobre cómo ser mejores adultos.
*Licenciada en Ciencias de la Educación
Fuente foto kita.de
