Por Verónica Dema

Sharon Ponce de León: de llenar botellitas a programar y abrir caminos para otras mujeres


Por Veronica Dema

A Sharon Ponce de León le brillan los ojos, le canta la voz de alegría cuando habla del estudio. “Nunca pensé que iba a poder estar donde estoy hoy. Pero me lo prometí: no sabía cuándo ni cómo, pero sabía que iba a pasar”, dice. Tiene 37 años, nació en Córdoba Capital y creció en la zona sur de la ciudad, en un barrio cercano a Villa El Libertador, donde, durante mucho tiempo, el acceso a la educación superior parecía un privilegio lejano.

“Somos la primera generación de mi familia con la posibilidad de estudiar. Mi mamá fue empleada doméstica y mi papá siempre trabajó en oficios, sin estabilidad. Mi abuela era costurera. Venimos de una historia de mucho esfuerzo».

Sharon cuenta que es la tercera de su familia que pudo estudiar: dos de sus hermanos se recibieron de enfermeros, cursaron también en una escuela del barrio que presta las aulas para cursar a la noche.

Antes de llegar al mundo tecnológico, Sharon fue costurera durante seis años. «Empecé a fabricar almohadones emojis, luego de hacer un curso de corte y confección, donde aprendi a coser. Ese fue el primer producto de mi emprendimiento, y después me expandí a accesorios y organizadores», cuenta. Los fines de semana iba a ferias a vender lo que producía en sus ratos libres en la semana. Después, con la venta de una cadenita que le había regalado su abuela, compró su primera máquina de coser profesional. Pero sabía que lo suyo no era coser, que quería descubrir su vocación para desarrollarse.

Así fue que su curiosidad la llevó a tomar un nuevo rumbo en 2018, cuando participó del programa Crece con Google. Allí escuchó por primera vez hablar de la brecha de género en tecnología. “Contaron que en el mundo tech las mujeres éramos pocas y que hacía falta nuestra mirada. Me impactó muchísimo. Sentí que tenía que ser parte de eso, aunque no entendía nada de programación.”

La idea quedó dando vueltas hasta que, en plena pandemia, se enteró de que en la escuela técnica de su barrio se dictaba una Tecnicatura Superior en Desarrollo de Software, pública y gratuita. No lo dudó: se inscribió. “El primer día fue como abrir una puerta a otro mundo. No entendía los códigos, los comandos, nada, pero me encantó. Lo más lindo fue encontrar docentes que entendían nuestras realidades: madres, padres, trabajadores. Gente que después de su jornada laboral se sentaba a estudiar porque quería un futuro mejor.”

Durante los primeros años, Sharon compaginó sus estudios con un trabajo en una fábrica alimenticia. “Estuve más de diez años en la línea de producción: llenaba botellitas, ponía tapas, etiquetaba». Era la única mujer entre hombres. Ella sentía la necesidad de desarrollarse como profesional en otros espacios. Por eso estudiar le daba esperanza. Sentía que estaba apostando por otra vida.

Esa apuesta empezó a dar frutos en 2023, cuando se sumó al equipo de Mujeres en Tecnología (MeT), una organización cordobesa que trabaja para reducir la brecha de género en el sector. “Fue mi primer trabajo tech y una experiencia transformadora. Pasé de estar rodeada de hombres en una fábrica a trabajar con un grupo de mujeres que me inspiraba todos los días, hablando de innovación, de comunidad y de derechos. En MeT entendí que no solo había espacio para mí, sino que además podía abrir espacio para otras.”

Allí empezó a participar en mentorías, talleres y charlas sobre inclusión digital, y a acompañar a mujeres que estaban dando sus primeros pasos en tecnología. “Cuando una mujer entra a este mundo, no entra sola. Siempre hay una red que la sostiene, y eso cambia todo. Yo tuve la suerte de tenerla, y ahora quiero ser parte de esa red para las que vienen atrás.”

Durante la carrera también se involucró en temas de género dentro de la facultad, donde fue testigo de situaciones de violencia y discriminación. Con un grupo de compañeras impulsó un protocolo de actuación frente a la violencia de género. “No me quiero ir de la facultad sin dejar una herramienta para que ninguna otra chica tenga que pasar por lo que vivimos nosotras. Estudiar no puede ser una experiencia dolorosa.”

Hoy, Sharon está a punto de rendir la última materia de su tecnicatura —la fecha es simbólica: 4 de noviembre, un día antes de su cumpleaños— y ya trabaja en una empresa de tecnología. Su escritorio, donde antes había hilos, telas y moldes, hoy está ocupado por una notebook, auriculares y una taza de café. “Me costó años imaginarme acá. Pero cada paso valió la pena. No fue rápido ni fácil, pero fue real.”

Su historia es una de esas que iluminan el camino de otras mujeres que buscan reinventarse. “La tecnología cambió mi vida. Me dio independencia, autoestima, propósito. Yo pensaba que no tenía lugar en este mundo, y ahora quiero que otras sepan que sí lo tienen. Porque hay un lugar para todas.”

Fuente Ohlalá

Foto portada Gentileza Sharon Ponce de León y Met