Por Carolina Camacho
Parece cantado por la historia, que el hecho de que un film haya tenido tanto éxito de taquilla como fue con “Titanic” en su momento, que con los años haya quedado prácticamente en el olvido. Es que se trató de una película que la gastaron, casi me atrevo a decir que se trató de la película que mas visualizaciones ha tenido a lo largo de la historia de la cinematografía mundial, al punto de quemarla. Vale decir que su director James Cameron encaró una mega producción millonaria con notorio éxito. Para el momento, más allá de críticas favorables y no tanto implicó una gran apuesta novedosa desde la producción, la recreación del hundimiento y detalles en torno a eso, que para su época fueron muy bien mostrados.
Atrás quedaron esos años 90, más precisamente 1997, el año de su estreno en la Argentina, en los que las salas de cine estaban colmadas de jóvenes, adolescentes y no tan jóvenes sedientos de ver en la pantalla una de las historias de amor más amadas de todos los tiempos. En mi caso, pague tres veces la entrada para verla en pantalla grande, y me quede con ganas de ir una cuarta vez a ver esta película, y una de ellas la fui a ver con mi abuelo y esa es la que más recuerdo.
Los galardones que recibió la película fueron importantes y gratificantes, no así las críticas que recibieron algunos de sus actores, como por ejemplo Kate Winslet, que interpreto el personaje protagónico de Rose llevándose la peor parte de las críticas de esas que son mal intencionadas, por ser una novata y por tener kilos de más, según algunas voces.
La película tuvo una gran trascendencia, por lo que significó en si instalar en la pantalla y en el público semejante hecho de la historia verídica con esas magnitudes como fue el hundimiento del Titanic. Significó una apuesta desafiante para muchos sectores y sobre todo un golpe bajo para la soberbia mundial. El hundimiento del Titanic le dio una gran lección a mucha gente. Hubo sectores petulantes y prepotentes a los que el hecho les cerró la boca de manera contundente, y no se atrevieron a volver a hablar, por muchos años. El hecho trágico se produjo la madrugada del 15 de abril de 1912 en su viaje inaugural, cuando el transatlántico se desplazaba a todo vapor desde Reino Unido hasta Nueva York e impactó contra un témpano de hielo gigante en medio del océano Atlántico. El hecho implicó una de las tragedias más grandes de la historia, llevándose alrededor de 1.500 vidas. Parece ser que esos años antes del viaje inaugural se había hecho una gran propaganda respecto de las virtudes de idear un barco de semejantes medidas y tamaño. Se había empoderado por demás la situación de ser un “gran barco” con todos sus lujos y comodidades a bordo, al punto de llamarlo “El inhundible”, poniendo de manifiesto la soberbia humana. Ya su nombre “Titanic” fue de por si pretencioso. Pregonaron a los cuatro vientos que se trataba de un barco imposible de hundirse y además lo justificaban diciendo que estaba fabricado completamente de hierro, y brindaban cálculos numéricos que no le interesaban a nadie de la población común. Con ese preámbulo, fue infinitamente más difícil volver de ese grave error humano, que más que un error quedo registrado como una mancha en el ego de la humanidad entera.
Los ingenieros y matemáticos que formaron parte de la ideación y construcción del transatlántico eran personalidades relevantes en la sociedad aristocrática de la época y sus nombres circulaban en las portadas de los principales diarios del momento, lo que hacia que hubiera mucho en juego, sus nombres y su reputación ante la alta sociedad. Nunca, jamás de los jamases ese barco podría hundirse. Nunca sucedería porque no existía forma de afrontar semejante fracaso ante la opinión pública, eso significa que ni siquiera se barajó esa posibilidad.
Si bien a lo largo de la historia existieron infinidad de estudiosos que se dedicaron al apasionante tema del hundimiento del Titanic, y se escribieron libros y se filmaron documentales tratando de encontrar algún tipo de respuesta ante esa tragedia, este hecho representó una verdadera herida narcisista.
Hubo un condimento que aportó gran riqueza al desarrollo de la escritura del guión, había una historia de amor potente, con seres de diferentes clases sociales lo que ya de por si la hacía atractiva, y el hecho en si de las diferencias sociales que se dieron a bordo fueron todo un tema en su momento. Una primera clase recibiendo todos los privilegios para poder “salvarse” y una tercera clase a la que claramente se le hizo sentir que pertenecía a la tercera clase y que no tenían derecho a salvarse. Hubo botes solo para los de primera clase, la mayoría de las personas de la tercera clase murieron en el océano, como bien muestra la película. James Cameron quien también fue el guionista de la historia supo capitalizar esta diferencia de clases que existió a bordo del Titanic desde que el barco zarpó del Reino Unido. Las historias entre seres de distintas clases sociales siempre son atractivas según como estén mostradas, porque de alguna manera nos tocan a todos y porque a partir de esa diferencia se pueden crear conflictos potentes. Quizás allí radicó uno de los éxitos de la película.
Yo tuve un profesor de guión que siempre nos decía que una hipótesis potente era que “el amor entre diferentes clases sociales es para quilombo”, y justamente ese quilombo es lo rico para desarrollar en una historia.
Con el estreno de la película en su momento, todos nos enfrentamos con esta idea, el barco inhundible se hundió, sin nada ni nadie que pudiera hacer algo para evitarlo, y con esta idea infinidad de análisis en torno a este gigante que dejó al mundo con la boca abierta.
En la época del hundimiento del Titanic estaba en auge el psicoanálisis, y Sigmund Freud atravesaba uno de los momentos de mayor fama, por lo que existe una conexión entre estos hechos. Todos recordamos una escena emblemática de la película, que no pasó desapercibida en la que Rose (su protagonista) intenta fumar un cigarrillo con boquilla en una mesa distinguida de la primera clase mientras mantenía una conversación con el inventor y el matemático que diseñó el Titanic, y mientras se desarrollaba la cena y mostraba la soberbia de estas personas que se ufanaban riéndose socarronamente con la idea de que el barco era inhundible y se reían irónicamente reafirmando su extrema seguridad, la extrema seguridad que les daba su condición de poder, y son interrumpidos por Rose que al percatarse de esta soberbia les devuelve un comentario por demás ocurrente diciéndoles “Se sorprenderían de ver lo que piensa el Sr. Freud sobre la teoría del tamaño”, haciendo alusión a una de las teorías de Freud sobre que detrás de todo ser que alardea sobre algo o detrás de ensalzar la grandilocuencia de algo existe en realidad una gran carencia que se la asocia al plano de lo sexual. Sería algo así como “dime de que alardeas y te diré de que careces”. Con mucha elegancia y desacato al mismo tiempo Rose los trato a todos de impotentes sexuales.
Se hacia tanta propaganda respecto del gran tamaño del barco, que todos podríamos inferir que algo se estaba escondiendo detrás de semejante propaganda y alardeo. Algo así como quien se adjudica tener un miembro u órgano sexual grande por poner un ejemplo grotesco y bastante frecuente entre la comunidad masculina más precaria y carente. Decir “yo tengo un miembro grande” y salir a publicarlo, por ejemplo, es casi como decir “mi barco no se va a hundir porque yo lo digo” es exactamente lo mismo y es una conducta digna de diván, o por lo menos digna de ser analizada con lupa.
Deberíamos replantearnos el negocio de la publicidad, el audiovisual y las imágenes iconográficas, pienso que se subestima mucho al público. En el mundo de hoy ya no es tan fácil vender la grandilocuencia de algo. El mundo de hoy nos despertó a todos de un cachetazo.
Es interesante para analizarnos como argentinos. La Argentina es un país grande igual que el Titanic, con lo cual es más que predecible que si vamos directo contra un iceberg, lo más probable es que nos vayamos a hundir.
Así somos los argentinos en general, creemos que a nosotros nunca nos va a pasar, seguimos estirando cada vez un poco mas los limites de lo posible sin crear o generar verdaderas condiciones de dignidad.
La actitud petulante que acompañó a la tripulación del “Titanic” estaba destinada al fracaso. Nada puede llegar demasiado lejos con semejante actitud de soberbia. Ese transatlántico acabaría como finalmente acabó, en el fondo del mar. No existía otro destino posible para él, que morir a las pocas horas de nacer.
Luego de la trágica noticia, titular en la primera plana de los periódicos de la época el hundimiento del “Titanic” no fue una tarea fácil, implicaba hacerse cargo de una gran derrota que representaba mirar hacia adentro del alma indefectiblemente y un gran replanteo de la conducta humana.
Algunos hechos de gran contundencia en la historia, como, por ejemplo, la llegada del hombre a la luna, que fueron bañados y recubiertos de una magnífica publicidad, y hoy por hoy, algunos nos preguntamos ¿llego el hombre a la luna?, no lo sabemos, no nos consta, sin embargo, es lo que se mostró mediante un video de cotillón que solo quienes quisieron creerlo lo creyeron. El ser humano necesita mostrarse poderoso para tener otros seguidores, y en ese afán podemos observar también que necesita mentir y mentirse y es capaz de apelar a cualquier cosa con tal de sostener esa mentira en el tiempo.
Esta conducta se remonta desde la época del hombre de las cavernas, el homo sapiens obtenía poder mediante el fuego (ver película “La guerra del fuego” del director Jean Jacques Annaud), quien tenia el fuego era el mas poderoso. En el mundo de hoy el “ser o no ser” de Hamlet quedó obsoleto, hoy es “tener o no tener”, y así el capitalismo nos fue perfeccionando y domesticando para tener más y más. Dominación. Adquisición. Poder.
Un barco inhundible que se hundió, un hombre que aparentó pisar la luna, pero no sabemos. Sin mencionar la aniquilación y la desidia de la guerra, desde que el mundo es mundo, siempre el mismo afán de poder. Tal vez debemos angustiarnos profundamente en términos clínicos y psicoanalíticos y enfrentarnos con la impotencia de todo lo que no podemos o no pudimos, tal vez nos creemos más de lo que somos los seres humanos, tal vez angustiarnos nos haga ser mas humildes y merecedores de toda la naturaleza y la cultura que nos rodea, porque es claro que no valoramos todo lo que tenemos.
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