Sobre la película "No puedo vivir sin tí"

Cuando el mundo gira en torno al celular y te olvidás de lo que sucede a tu alrededor


Por Laura García Racciatti

Carlos es un argentino radicado en España desde hace veinte años y está casado con Adela; juntos tuvieron dos hijos que en este momento se están mudando a Italia para establecerse y empezar sus estudios en ese país. El protagonista tiene un serio problema de adicción al trabajo sumado a otra adicción común (y muy patológica) en estos tiempos que es la dependencia a su teléfono celular. Carlos lleva su adicción casi al extremo arruinando muchos de los momentos que naturalmente son para disfrutar por culpa del gran apego que tiene a su teléfono. Aunque esté físicamente presente en todos aquellos lugares en los que se compromete a estar, no está cien por ciento presente en ellos.

La película muestra todas estas situaciones desde un humor muy argentino, a pesar de que solo uno de los actores sea oriundo de nuestro país ya que el resto del elenco está compuesto de españoles. Además, está situada en España, específicamente en la ciudad de Bilbao, la más importante del País Vasco. Y si de humor típicamente argento hablamos, ¿de quién otro podríamos hablar si no de Adrián Suar? Nuestro eterno personaje simpático, medio atorrante que aunque esté en problemas o mandándose alguna macana siempre tiene una sonrisa en el rostro y esboza más de una carcajada en el espectador.

El conflicto llega en uno de los momentos más dramáticos del film, cuando Adela le pide el divorcio a Carlos porque siente que su marido está más comprometido con su trabajo que con su familia, especialmente con su matrimonio. Ahí Carlos queda devastado pero nunca sale del recurso que ya es impronta de Suar en cada una de sus caracterizaciones: el chiste, la ironía y la risa. Después de debatirse entre su exagerada necesidad de uso del teléfono celular, dañar la relación con su esposa y no rendir efectivamente en su labor en la empresa para la que trabaja porque su adicción se le termina yendo de las manos, y sintiendo que su mundo se derrumbó con la ausencia de su esposa (que abandonó la casa familiar), Carlos decide empezar una terapia grupal para adictos al móvil. Allí encuentra compañeros con la misma problemática que él, no pueden dejar de lado a sus teléfonos y están perdiendo momentos valiosos de sus vidas. Siempre desde la comedia, Suar deja en claro las falencias que puede tener una persona con esta patología e invita a hacer introspección y reflexionar acerca de cómo es la propia relación con la tecnología. Desde la máxima exageración, por supuesto, pero eso produce el impacto que se necesita para lograr ese análisis interno al que se invita con el guion la mostrar al protagonista en situaciones extremas por culpa del teléfono móvil. Por ejemplo, ingresar involuntariamente a una maratón que se está llevando a cabo en la ciudad por perseguir a un ratero que le arrebató su teléfono en la vía pública; otro escollo en el que se ve envuelto es cuando asiste al casamiento de su cuñada y por no desatender una llamada de su jefe que lo está por ascender a un cargo de mayor responsabilidad en la empresa, termina sumergido en una laguna ubicada dentro del predio natural donde se celebra la ceremonia para rescatar su dispositivo después de que su esposa, harta de que no lo suelte ni en un acontecimiento tal, se lo revolea al agua.
Finalmente, luego de varios encuentros con sus compañeros de terapia, de recapacitar acerca de la relación con su esposa y de reafirmar que la sigue amando, que no puede vivir sin ella corre a buscarla en medio de escenas desopilantes para no empalagar a la audiencia, recordando que la risa es el principal ingrediente en esta trama. Para saber si Adela lo acepta, habrá que ver la película y esperar hasta los últimos minutos de la cinta. No le resultará factible este final feliz luego de descuidar su pareja.

‘No puedo vivir sin ti’ es un título muy atinado partiendo de la base que el personaje protagónico no puede vivir sin su teléfono móvil pero es interesante el juego de palabras que eligió el autor para transmitir que éste tampoco puede vivir sin su esposa. Más allá de la infinidad de pasos de comedia que se ven a lo largo de la hora y media que dura la película, es ineludible sensibilizarse con Adela que se siente desplazada por un rival casi inevitable que la aleja de su marido. A pesar de todas las ocasiones en las que la risa es inevitable, y sin caer en un melodrama absoluto, el guionista, el actor principal y todos aquellos secundarios que acompañan no dejan de mostrar el mal moderno al que se enfrentan sociedades enteras de todas las culturas de este mundo: la relación cada vez más dependiente con la tecnología y los riesgos de no saber mantener un sano equilibrio en ello.

Hoy en día la vida entera sucede dentro de un dispositivo diminuto, que es casi como una mini computadora, un nexo del mundo propio: el celular. El correo electrónico, las redes sociales, las aplicaciones del banco, las plataformas para ver ficción (lo que no hace mucho abarcaba la televisión por aire y por cable), el trabajo, programas de edición y tanto más. Todo aquello nos mantiene conectados al dispositivo una cantidad abismal de horas de nuestro día pero también nos desconecta de la realidad, de nuestros afectos y de las actividades reales y presenciales que podríamos llevar a cabo. Por supuesto que la tecnología vino para traer cierta comodidad a la vida moderna, para brindarnos la cercanía que antes no teníamos con la posibilidad de alcanzar lugares impensados sin ella.
No se trata de demonizar todo lo que significa sino de hallar un justo balance en aquello que nos ofrece y dejar de lado los aspectos negativos para evitar que nos quite instantes de calidad de vida que muchas veces la búsqueda de inmediatez nos sustrae. Este es el mensaje que deja Carlos, a través de Suar, con su problemática en la exacerbación de hechos que quizás normalmente no le sucederían a cualquiera pero que tranquilamente podríamos vivir. Y tampoco es necesario llegar a ese extremo para frenar y resignificar lo que se tiene en el hogar, eso que es irremplazable y que no se encuentra en ningún otro sitio, ni siquiera en ningún dispositivo ni en ninguna aplicación por más inteligente que sea su sistema operativo: el valor de los seres queridos y todo lo que nos brindan con su presencia, poder conversar cara a cara, mirándose a los ojos, poder hacer uso de los sentidos, los abrazos; ¡eso no tiene precio!