Por Ivana Ludueña

«La RAE se ríe así: ‘ja, ja, ja’. ¿Y vos?»


Por Ivana Ludueña

Eulogia: “¿Y si probamos con el amor libre?”
Inodoro: “¿Libre? ¿Y quién lo paga?”
Eulogia: “¡Jajajaja! ¡Qué bruto sos!”
Inodoro y la Eulogia. Roberto Fontanarrosa

De todas las voces que se oyen en el mundo, la lengua que con más elocuencia y belleza nos da el repertorio más amplio del alma humana, la más constante y vocal es la nuestra: escribimos como decimos y decimos como escribimos –dijo en su discurso el escritor mexicano Carlos Fuentes-, decimos, hablamos y escribimos nada más ni nada menos, que el diccionario universal de las pasiones…

En estos días fue la siempre inquisidora Real Academia Española, en su incansable “cruzada” por la corrección del idioma, ha dictado sentencia: la forma adecuada de escribir una risa es “ja, ja, ja”, con comas, espacios y todo el decoro ortográfico posible. Y de repente, visualizo y escucho al genial Roberto Fontanarrosa diciendo: “entonces… si tengo que pensar dónde poner la coma cuando me estoy riendo, mejor no me río.”

¿Cómo decimos la carcajada? ¿Dónde encontrar en palabras el sentido real de la risa? ¿Qué se pierde cuando una emoción espontánea se envuelve bajo el dominio de la coma?
Es decir, donde encontramos la fuerza de la risa, que duele, que nos hace llorar, que nos sonroja, que nos hace SER. En suma, dónde poner esa propiedad del lenguaje que no solo informa, sino que actúa, siente. ¡Con la seriedad de la risa me rebelo! NO es lo mismo un “ja, ja, ja” que un “jajajajaj”. La diferencia no es ortográfica: es comunicativa.

Los profes del lenguaje explican que la fuerza ilocucionaria es la capacidad que tiene un enunciado de hacer algo más que decir algo. Y la risa, escrita o no, hace cosas: suaviza una crítica, expresa burla, desactiva una tensión, refuerza una complicidad o marca una burla hiriente… ¡Importa cómo suena!

Roberto Fontanarrosa mi querido y rebelde amigo -porque de tanto leerlo ya lo somos- lo entendía perfectamente: le bastaba escribir “jajajaja” a lo bestia para que su personaje explotara en carcajadas. Porque no escribía una risa: la hacía reír.
Y el genial García Márquez y su realismo con acierto proponía jubilar la ortografía entera, así que difícilmente iba a detenerse en cómo separar una risa… con su pluma genial sus podes escuchar a sus personajes reír desbordados, sin comas.

Entendemos los requisitos de escribir una risa con los tecnicismos propios de las normas al escribir un informe académico, donde la neutralidad del lenguaje es regla. Pero en la literatura, en el habla cotidiana o en un mensaje a las tres de la mañana, la risa no se mide por comas sino por intensidad.

Una “ja, ja, ja” puede sonar fría, mecánica. Una “jajaja” larga puede ser una explosión, un suspiro, un grito o una trampa.
Porque reírse —y escribir la risa— no es cuestión de norma, sino de tono. Y a veces, de coraje.