Por Georgina Buscaglia – especialista en color y cuidado del cabello
@exhalapeluqueria
Nos pasa a todas. Usamos un shampoo nuevo, una máscara que nos recomendaron, salimos del salón con el pelo brilloso, suave, sedoso… y pensamos: “¡Listo! Me salvé el pelo.”
Pero con el correr de los días, cuando ese producto se termina o dejamos de usarlo con la misma frecuencia, el hechizo se rompe. El pelo vuelve a verse opaco, seco, poroso. Y entonces aparece la frustración: “Este producto no sirve”, “Ya no me hace lo mismo que antes”, “Debe haberse acostumbrado”.
No.
La respuesta no está ni en la magia ni en que tu pelo se volvió inmune. La respuesta está en entender que la cosmética capilar no repara: compensa.
Cuando sometemos nuestro pelo a una transformación química —una decoloración, un alisado, una permanente—, lo que hacemos es modificar de forma permanente la estructura de la fibra capilar. Y ese cambio no tiene marcha atrás.
No existe en el mercado ningún producto que reconstruya el pelo como si nada hubiera pasado. No hay vuelta al pelo virgen.
Lo que hacen los shampoos, las máscaras, los tratamientos, es sostener, compensar ese daño de manera temporal. Nos ayudan a que el pelo se vea y se sienta mejor mientras los estamos usando, pero si los dejamos… el pelo vuelve a su realidad estructural: frágil, poroso, alterado.
Y no es porque el producto “dejó de hacer efecto”, sino porque nunca fue una solución definitiva.
La cosmética capilar funciona mientras se usa, igual que una rutina facial. ¿Te harías una limpieza profunda una sola vez y pensarías que ya no necesitás volver a tocar tu piel nunca más? No, ¿verdad? Con el pelo es igual.
La clave no es encontrar el producto mágico, sino tener una rutina constante.
No se trata de curar el pelo, se trata de cuidarlo. Todos los días. Cómo lavarse los dientes, cómo hidratar la piel, cómo dormir bien.
Y aunque suene menos glamoroso, es mucho más real.
Porque si algo aprendimos en este camino es que el pelo sano no se improvisa, se sostiene.