La columna de Paula Winkler

Belleza de mujer


Por Paula Winkler

“En efecto, hombres como W… pasan la vida en busca de la verdad, entran por los laberintos más estrechos, talan y destruyen la mitad del mundo bajo el pretexto de que cortan los errores pero cuando la verdad les surge delante de sus ojos es siempre inesperadamente. Tal vez porque han tomado el amor como una investigación en sí misma y se comportan como el avaro que acumula, solamente acumula y se olvida de la primitiva finalidad por la cual comenzó a acumular”. Así define al “hombre verídico”, uno de los personajes alegóricos de sus cuentos, la escritora Clarice Lispector. En este siglo, un poco confundido, una llega a preguntarse en qué estriba nuestra belleza de mujer, hemos evolucionado – dicen -. Para bien o para mal, es desaconsejable generalizar: cada mujer, única en su estilo, avara o generosa, talentosa como Lispector o ilusionada en su hacer, exhibe rasgos de pura sencillez o complejidad, ganas de modificar el mundo u obstinados motivos para conservarlo.
Se supone que nos preocupa la vida, sobre todo desde que Diotima aconsejó a Sócrates sobre el concepto del amor, aunque recién ahora se empiece a hablar de ella fuera de los claustros filosóficos. Es que nosotras amamos a los nuestros y los vemos con nuestra mirada menos breve y más detallista que la de los varones. Dedicadas al arte, la literatura, al periodismo, las ciencias, a un oficio, a ser poetas, maestras, filósofas, juristas o cuidar del nido, suelen guiarnos nuestras creencias (no solo la razón “ilustrada” del racionalismo). Y no es imprescindible que seamos intelectuales para que cada tanto, nos aparezca una ligera sospecha acerca del planeta, nuestra región y sobre las ideas: cuesta, en efecto, que quedemos atrapadas entre significados y malentendidos, preferimos nuestro sexto sentido. Buceamos así entre significantes viejos y renovados, y aún a las que las convencen los espejos de sus máscaras y los de las ajenas, cada tanto los fantasmas del amor no del todo correspondido entre amigos, amantes e hijos causan estupor y nos transforman. Antes que realizar abstracciones del amor, lo hemos experimentado como imposibilidad. Porque, verbigracia, varón y mujer siempre buscan encontrar en el otro lo que este no puede dar y viceversa. Y conocemos esta imposibilidad, lo que no impide que el deseo nos sostenga, más allá del goce repetido, “acumulado”, en las palabras de Lispector. Es cierto que la forma del amor moderno está desapareciendo. La conectividad supera la realidad presencial, los parámetros amorosos no reproducen los de nuestros abuelos ni los paternos. Sin embargo, las mujeres continuamos encendiendo la llama votiva de los afectos y de lo bello-no siniestro. Solía decir Gracián que hacen falta ojos sobre ojos para ver cómo miran los ojos. Un modo singular de ver la vida y al otro, que de momento, continúa celebrando nuestra belleza de mujer. Cuando menos, la de la mayoría.

Mi secreto (autobiográfico): para vivir y pensar armoniosa y amorosamente hay que reconocer nuestros yerros, carencias y tropiezos. Una mujer (bella en sí misma, razonable y emancipada u hogareña, académica o del llano) no le escapa a la autocrítica (menos durante o como consecuencia del ejercicio de su profesión u oficio). Sabemos de tejidos y costura, sea en tela o entramados y no nos ahogamos en los ríos de retóricas vehemencias ni en los de las sofisticadas deducciones pertenecientes a los de una (por suerte, escasa) cultura impuesta.

¡Belleza de mujer! Sin exaltaciones, ni idealizada…

Foto Clarise Lispector Fuente: O Globo – Crédito: Divulgação