Por Marta Cabeza y Laura Vilosio
En nuestras relaciones interpersonales seguramente nos hemos encontrado en reiteradas oportunidades frente a conversaciones que nos inquietan y que tenemos que atravesar, ya sea para evitar que surja un conflicto o para resolverlo si ya se instaló en la relación.
Cuando tenemos una conversación pendiente que nos genera emociones fuertes porque sabemos que del resultado de esa conversación pueden surgir consecuencias importantes para nuestra vida, estamos frente a una conversación difícil.
También puede suceder que estando en una conversación que se presenta amable o rutinaria en un principio, súbitamente, toma un rumbo inesperado que pone en juego nuestras emociones generando miedo, angustia, enojo. Estas conversaciones se transforman en conversaciones difíciles.
Tanto en el ámbito personal como profesional la resolución de los conflictos entraña afrontar estas conversaciones difíciles. Tener herramientas para hacerlo es también tenerlas para resolver conflictos.
Tengo un conflicto con otra persona cuando ambos perseguimos intereses encontrados y a la vez nos necesitamos en algún sentido. La resolución de esta situación, muchas veces, requiere de una conversación de las que llamamos difíciles.
Este tipo de intercambio es crítico, trascendental y decisivo. Son aquellas conversaciones que tenemos con personas con las que diferimos en nuestras opiniones o perspectivas sobre un tema que pone en juego factores importantes para nuestras vidas y que por lo tanto despierta emociones intensas en nosotros.
Callarnos o explotar? Hay otra forma de resolver las conversaciones difíciles
En primer lugar, mediante la reflexión: observar cuáles son las emociones que estamos experimentando y preguntarnos qué queremos para nosotros, qué para el otro y qué para la relación que tenemos. No perder de vista esos aspectos es de fundamental importancia. Así no sepamos cómo articular nuestras frases, la respuesta a estas preguntas son las que nos marcarán el tono que debemos darle a nuestra conversación y por lo tanto cómo debemos regular la intensidad de nuestras emociones. Luego, las palabras seguramente serán mucho más adecuadas que si evitamos esa reflexión.
Para reforzar nuestro manejo y buena resolución de las conversaciones difíciles podemos acudir a diferenciar cuáles son los hechos y cuáles las historias que nos contamos sobre el tema (conflictivo) de nuestra conversación. Todos nos contamos historias a partir de unos hechos determinados, esto es inevitable. Los hechos por su parte, son incontrastables. Las historias que nos contamos a partir de ellos, son, por el contrario, interpretaciones absolutamente personales. Diferenciarlos es esencial para el resultado de nuestra conversación.
De este modo, estaremos en condiciones de comenzar nuestra conversación anteponiendo los hechos y luego narrando la historia que nos hemos contado. Por ejemplo, alguien podría decir:
Ayer llegaste media hora más tarde. Hoy tu tardanza fue de casi una hora (hechos).
Comienzo a pensar que este trabajo no te interesa (historia)
Luego viene la parte más difícil, la que más nos cuesta: estar dispuestos a escuchar y, más aún, estimular al otro a presentar sus hechos y sus historias.
De lo que sigue es más importante la forma que el contenido. Hable con prudencia, con humildad y con confianza, validando el derecho a una mirada distinta. No pierda de vista lo que quiere para usted, para el otro y para el vínculo.
Conversaciones que transforman, si sabemos enfrentarlas
No salimos igual de una conversación difícil. Si han estado bien gestionadas fortalecen las relaciones, no las rompen.
Si las enfrentamos con respeto mutuo, escucha activa y claridad en el lenguaje pueden abrir nuevos caminos, restaurar y fortalecer los vínculos personales y profesionales.
No se trata solo de resolver un conflicto, sino de atreverse a mirar lo que incomoda, y hacerlo con comprensión, conexión y presencia.
Por Laura Vilosio – Marta Cabeza
Consultoras en coaching ontológico y formadoras en habilidades blandas
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Fuente foto: salud vital.cl