Por Carmen Sigüenza
Emily Dickinson (1830-1886), considerada una de las mayores poetas en lengua inglesa y una de la grandes de la literatura universal, nunca salió de su propia habitación, en su casa de la pequeña población de Amherst, en Massachussetts (EE.UU.), desde donde solo veía su jardín, el paraíso que pobló su universo habitado por un profundo conocimiento del alma humana. Observaba todo por mínimo que fuera y siempre iba vestida de blanco.
Escribió alrededor de 1.800 poemas, y solo publicó ocho en vida y sin firmar. También escribió más de trescientas cartas, misivas muy románticas sin saber a quien se dirigían, pero en 1998, año en el que se analizaron sus originales con alta tecnología infrarroja, se vio que su obra había sido alterada deliberadamente y borrada la palabra Susan.
Susan Huntington Gilbert Dickinson fue amiga, cuñada, vecina y amante de Emily Dickinson, parece ser que durante buena parte de la vida de la poeta.
Emily Dickinson fue muy admirada por el poeta y premio Nobel Juan Ramón Jiménez -ambos consideraban la poesía como fuente de conocimiento. La naturaleza, el amor, la muerte son los temas de esta culta creadora, que se formó en un seminario de la mano de su padre, en el entorno de una familia muy puritana y religiosa.
Aprendió desde botánica hasta matemáticas y religión, griego y latín, y su amor por lo pequeño, como su gran amor por las aves, sale ahora en un libro: El secreto de la oropéndola. Poemas de aves.
Un libro publicado por Nórdicas, en edición bilingüe con cuarenta y siete poemas sobre aves comunes en Nueva Inglaterra, con algunas composiciones menos conocidas y que salen ahora a la luz.
Este volumen se completa con una maravillosas ilustraciones de Esther García y la cuidada traducción de Abraham Gragera.
«Cosas que vuelan, las hay-
Horas, aves, abejorros-/Pero que las lloren otros.
Cosas que arraigan, también-
Montes, pesares, lo eterno-Mas no me incumben tampoco.
Lo que, al dominarse, florece/Sí. Los cielos. Más ¿podré?
¿Qué sigilo el del enigma!»
Visionaria, sublime, sutil, intensa, ilimitada, Emily Dickinson ve en la oscuridad, como decía el crítico Harold Bloom, para quien la poeta no ha sido superada por ninguno de sus descendientes poéticos.
Dickinson se preguntaba, «¿Mi verso está vivo?», y así lo dejó escrito en una de las cartas que escribió a su consejero literario Higginson. Hoy se puede decir: «Más vivo que nunca».
Fuente EFE (efeminista.com)
Portada del libro de Emili Dickinson. Foto: Nórdica Libros