Por Nathalie Jarast
Todos queremos que nuestros hijos e hijas crezcan sanos. Una buena alimentación y nutrición es fundamental para su desarrollo. Sin embargo, según datos de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), se estima que entre el 25% y el 40% de los niños sanos presentan algún síntoma de dificultad alimentaria durante su crecimiento, y muchas veces no son adecuadamente diagnosticadas. Una de las condiciones que ha pasado muy subdiagnosticada es la que se denomina «selectividad alimentaria».
¿Por qué? Porque muchas veces se confunde con el proceso esperable en el desarrollo. Existe la «neofobia alimentaria» por el cual las niñas o niños rechazan alimentos nuevos o inclusive alimentos que anteriormente aceptaban sin problemas. Por otro lado, el concepto de «selectividad alimentaria» refiere a las infancias que seleccionan ciertos alimentos y dejan de lado otros. Tanto la neofobia y la selectividad alimentaria son esperables entre los 12 meses y los 3 años aproximadamente, pero si no tenemos la información correcta puede convertirse en un gran problema, sobre todo si perduran en el tiempo o se acompañan de signos de alarma.
Conversamos con Sabrina Kuzawka (@sabrina_nutricion_infantil) sobre el trastorno de selectividad alimentaria en las infancias. «La selectividad alimentaria se revierte. Todo síntoma revierte cuando se desarma el problema de raíz que lo sostiene. La promoción y recuperación de la salud en pediatría, es un arte que se ejerce en equipo, articulando con amor, la evidencia, la experiencia y el sentido común, para alcanzar el fin último de todas las profesiones que nos dedicamos a la infancia: diseñar oportunidades que ayuden a construir una infancia feliz», sostiene.
La selectividad alimentaria es el rechazo persistente a alimentos de cierta textura, color, sabor, olor o temperatura. En los niños, esta aversión a determinados alimentos puede manifestarse de distintas formas, desde muecas, arcadas, vómitos, escupir la comida o girar la cabeza en señal de rechazo. El rechazo persistente de ciertos alimentos y la selectividad pueden hacer que un niño sufra de déficits nutricionales. Si bien la selectividad alimentaria es frecuente en niños con trastornos de procesamiento sensorial (TPS) o trastornos del espectro autista (TEA), también puede presentarse en menores sin condiciones neurológicas específicas.
«Se considera a la ingesta restrictiva, como expresión de un ‘trastorno de la conducta’, cuando no es posible atribuirla a causas orgánicas. En principio, y de acuerdo a este criterio, no consideraría a la selectividad que vemos frecuentemente en consulta, como un ‘trastorno de la conducta alimentaria’ en niños de hasta 10 años, cuya selectividad alimentaria persistente se haya precipitado en los primeros 5 años. La gran mayoría presenta ingesta restrictiva como síntoma de otras afecciones orgánicas, con repercusión a nivel conductual/sensorial/emocional. Cuando desarmamos la base orgánica que sostiene la ingesta restrictiva, la conducta selectiva desaparece. Por eso es importante no naturalizar la selectividad. Es preferible, considerarla como un síntoma (de malestar en algún área) hasta que se demuestre lo contrario», explica nuestra experta consultada.
Los chicos miran todo lo que hacemos. No importa cuánto digamos que hay que comer brócoli, si en casa no comemos, probablemente ellos tampoco se vean motivados a probarlo. Si desde casa ofrecemos alimentos variados, si preparamos viandas saludables, si optamos principalmente por alimentos nutritivos, por más que coman una chocotorta en un cumple, probablemente estén más abiertos a nuevos y diferentes sabores.
Pero, en los casos de selectividad alimentaria no todo depende de nosotros. «La alimentación familiar puede convertirse en un contribuyente positivo o negativo en la construcción de los hábitos alimentarios en el niño/a, debido a que estos se consolidarán con el ejemplo y propuesta que se le ofrezca en el ámbito familiar, su primer escuela, durante los primeros 5 años de vida. Siempre será conveniente que exista una alimentación saludable, que brinde alimentos reales en diversidad, dentro del estilo de alimentación que cada familia elija», asegura Kuzawka y advierte: «Pero la selectividad alimentaria se presenta también en los mejores contextos alimentarios creados por la familia. Por lo tanto, el contexto alimentario familiar/social desfavorable, por supuesto, predispone, pero hay otros factores ambientales que se conjugan, determinando su expresión».
¿Cuáles son los problemas orgánicos condicionantes de la ingesta en la selectividad alimentaria que se encuentran con frecuencia? Parasitosis, alergias alimentarias, intolerancias alimentarias, intolerancia a la histamina, celiaquía, estreñimiento, diarrea crónica, reflujo gastroesofágico, distensión abdominal, sinusitis crónica, déficit de vitaminas, minerales, carnitina, anemia, síndrome de PANDAS y desórdenes en la percepción sensorial (sabores, colores y texturas).
La selectividad alimentaria, muchas veces, también se presenta en contextos de desafíos del neurodesarrollo. «Se suele asumir que el niño con autismo, por ejemplo, presenta selectividad alimentaria porque ‘tiene autismo’, como si ésta fuera un síntoma de autismo. Pero la selectividad alimentaria no es inherente a ningún diagnóstico. Si no que abre el camino de construcción de oportunidades para encontrar y resolver la raíz del problema, que no sólo mejorará la diversidad de la ingesta, sino que tendrá repercusión positiva en la calidad de vida de ese niño/a», afirma nuestra experta.
El trabajo con el niño, entonces, será a través de un equipo de nutricionistas, pediatras, gastroenterólogos, psicólogos y terapistas ocupacionales.
Fuente OHLALÁ (somosohlala.com)