Por Mariano Suárez
Si la música aparece hoy en medios y plataformas bajo una fórmula sobrecargada de timbres y estímulos, a veces acumulados sin fundamento, la cantora Luna Monti mostró (y demostró) en la presentación en la ciudad de Buenos Aires de su espectáculo «Solita», la potencia que nace del buen uso del criterio inverso: la búsqueda del goce como resultado del hecho musical mismo, despojado del ornamento.
La propuesta, tal simple como inusual para las formas presentes de difusión musical, se consumó en el barrio porteño de Saavedra, en el auditorio de la Fundación San Rafael, que había concluido su temporada 2023 con un encuentro entre la cordobesa Hilda Herrera y el tucumano Juan Falú y, ahora, con este modo de inauguración de su ciclo 2024, postula una continuidad estética esperanzadora.
Puede observarse algún rezago en la presentación en formato solista de Monti, que lleva dos décadas como protagonista de diferentes proyectos colectivos de la música popular argentina y latinoamericana. Como lo antes dicho, otra vez, en tiempos donde proliferan atolondrados en dar un paso al frente que nadie les reclama, la prudencia en ocupar el centro del escenario es bienvenida (y, en este caso, además legítima).
La intimidad del clima propuesto, casi por definición, importa cierto desorden en el repertorio, aunque siempre bajo criterio unificador de estímulos mínimos.
El concierto se inauguró en clave latinoamericana (que luego se profundizó en el curso de la noche), con dos interpretaciones sin amplificación y con la cantora debajo del escenario («Madera a la deriva», de Jorge Drexler, y «Generación», de Fernando Cabrera»). Una suerte de declaración de principios sobre el código de escucha. Un contrato tácito con la audiencia para establecer las condiciones del disfrute.
Prosiguió – ya en el proscenio- una selección de títulos elegidos con deliberada amplitud. El apoyo tímbrico mínimo – acompañamiento de cuerdas con toma de micrófono por aire- le permitió a Monti desplegar los recursos e inflexiones de su instrumento por excelencia – la voz-, pletórica de matices que son difíciles de apreciar en la misma dimensión en otro contexto sonoro.
Allí la noche transitó diferentes climas y territorios. El pulso santiagueño de Cuti Carabajal, la infinita musicalidad litoraleña de Ramón Ayala o las formas musicales bonaerenses que siempre invocó Omar Moreno Palacios.
La voz de Monti pareció encontrar especial sintonía con las voces de otras cantoras latinoamericanas, como ocurrió con «Dueño ausente», del repertorio de Chabuca Granda, o «Acidito», habitualmente interpretada por Cecilia Todd, la inmensa cantante venezolana que atraviesa un delicado estado de salud en su país.
También composiciones propias («Otra canción para María») y de caligrafía de compositoras contemporáneas («Linda luna lunea», de Agostina Elzegbe, por ejemplo).
El ciclo «Solita», que viene presentando en distintas ciudades del país, tendrá su continuidad el viernes 8 de marzo a las 20 en el Centro Cultural Munro (Vélez Sarsfield 4650), en el partido bonaerense de Vicente López.
El concierto en el auditorio de la Fundación San Rafael terminó como empezó: a capella, con Monti mezclada entre el público, detrás de la comunión colectiva que sólo puede conjurarse a través de la música.
Tal vez algún desprevenido, castigado por la agresividad de la forma contemporánea de consumir la música (al cabo, desde los dispositivos móviles irrumpen músicas que escuchamos queramos o no, nos gusten o no, meritorias o no), se habrá sorprendido con esa forma más primaria y necesaria de aproximación al hecho estético.