Nacha Guevara, autora y protagonista del unipersonal «Nacha en pijama», que se presenta en el Teatro Astros y refleja con música y en clave de humor la experiencia de cumplir 80 años durante la soledad de la cuarentena, destacó que «la idea del pijama implica despojarse y quedarse en una versión más íntima que nunca había expuesto hasta ahora».
«Mucha gente que vio este espectáculo me dijo que es como entrar a mi casa y eso está bueno, porque soy una persona muy reservada y el pijama es lo más cercano a la desnudez, porque uno se saca lo que trajo de afuera, las distintas capas y queda en su versión más íntima y, generalmente, la mejor», dijo la actriz, cantante, bailarina y directora teatral de 82 años que lleva más de cincuenta espectáculos en su haber.
Es que en esta propuesta, que se presenta de viernes a domingos, la artista de emblemáticos café concert como «Las mil y una Nachas» o «Eva», convirtió experiencias de su aislamiento pandémico como la soledad, el aburrimiento, la nostalgia, las charlas telefónicas con Polino y la imposibilidad de festejar su cumpleaños ochenta, en un monólogo de humor que combina canciones propias y ajenas («Contigo» de Joaquín Sabina, «Yo no quiero» del Cuarteto de Nos o la canción «Ochenta y cantando»).
«Todos mis shows siempre fueron muy eclécticos -remarcó-. Si tengo algún arte es la capacidad de juntar cosas que parecen imposibles de ir juntas y que fluyan».
Télam: ¿Cómo surgió esta idea de celebrar tus ochenta años arriba del escenario?
Nacha Guevara: Estaba haciendo el «Vuelvo tour» (el espectáculo que recorría su extensa trayectoria) y me tocó festejar mis 79 en México, donde me cantaron el «feliz cumpleaños» y «las mañanitas» en el escenario. Eso creo que influyó en querer hacer algo para los 80 en un gran escenario y celebrarlo con el público, pero no se pudo porque después vino la pandemia.
T: ¿Cómo conviven la idea de festejar en un escenario con este espectáculo tan público e íntimo a la vez?
NG: Una parte surgió durante la pandemia, otra parte después, digamos que pasó por varios formatos hasta que se fue constituyendo como algo un poco más coherente. Por distintas razones no se pudo hacer y guardé el guion en un cajón, que es donde se ponen todos los proyectos no realizados. Hasta que unos cinco o seis meses atrás, buscando otra cosa, lo encontré, lo volví a leer con más objetividad porque ya había distancia y me di cuenta de que era divertido, tenía potencial y me dije: «¿por qué no?». Lo llamé al productor Norberto Baccon y eso que estaba en un cajón se volvió un espectáculo que empezó como un concierto y se fue volviendo cada vez más teatral con algunas canciones.
T: ¿Cómo fue el proceso de armado? ¿Ese unipersonal que mezcla el humor y la intimidad estaba previsto desde el vamos?
NG: Eso estaba en la esencia de lo que había escrito pero con los ensayos se fue modificando porque al ser mío el texto podía hacer con él lo que se me antojara, no tenía que consultarlo con el autor porque era yo. Además, conté con la ayuda de Norman Briski, que lo leyó conmigo, me hizo sugerencias y venía una vez por semana a observar el progreso. Pero fue un proceso de mucha libertad porque no tenía compromiso con nadie más que conmigo y el espectáculo.
T: La obra aborda desde el humor temas sobre los que suele haber mucho prejuicio, como la edad, la soledad, el lado B de la fama. ¿Te costó mostrar ese costado en una obra tan personal?
NG: Es que hoy solo se muestra lo que suponemos que va a agradar, que va a tener éxito o va a generar más seguidores, pero hay muy poca verdad ahí. Yo no me di cuenta de cuánto tenía de verdadero mi espectáculo hasta que lo hice frente al público, que es el que te enseña. Yo lo digo al final del espectáculo: el público es el que me ha enseñado a actuar, el que cada noche me enseña para dónde ir, dónde está el punto alto, qué hay que arreglar, y no es con risas y aplausos, es un lenguaje mucho más sutil que, si el actor está preparado para escucharlo, porque no siempre sucede, el público es el maestro.
T: ¿Te sorprendió la reacción de los espectadores en este espectáculo?
NG: Sí. Todavía no termino de comprenderla del todo porque es distinta de todas las reacciones que he recibido en más de cincuenta años de escenario. No sé bien cómo explicarlo, pero este espectáculo produce mucha empatía con el público, aunque siempre he tenido un público hermoso, si no no hubiera tenido tantos años de carrera.
T: Esa empatía puede venir de esa mujer que mostrás, que cumple 80 años pero a la vez se la ve muy «infantil», en un sentido lúdico…
NG: Un adulto que conserve el niño: eso es el mayor regalo que me he hecho a mí misma con este espectáculo, esa capacidad de jugar, hacer el ridículo, no pensar en la opinión ajena, eso es un niño. Y ese niño lo llevamos todos adentro, lo que pasa es que está cubierto de miles de cosas que hemos incorporado voluntariamente o no desde que nacimos. El niño se va borrando. Actuar es jugar pero no siempre está tan claro como en este caso. Recuperar la inocencia y olvidarse que te están mirando, ese es el arte más grande de la vida, no solo del escenario.