(Por Héctor Puyo) Hace medio siglo, el 14 de marzo de 1972, ocurrió en Nueva York lo que muchos críticos consideran un hito del cine: la presentación mundial de “El padrino”, de Francis Ford Coppola, simultánea en cinco salas de Manhattan, con miles de espectadores que hacían fila bajo una lluvia descomunal.
“Parece un funeral italiano”, comentó alguien de la televisión ante el bosque de paraguas negros que cubría cuadras y cuadras, haciendo un guiño acerca del carácter del filme, que en Buenos Aires se conoció recién el miércoles 20 de septiembre.
La forma de exhibición de películas era distinta entonces, no había estrenos simultáneos internacionales ni existían las multisalas, por lo que se realizaba una lógica jerarquización: “El padrino” no era cualquier película, se vendieron miles de ejemplares del libro original de Mario Puzo y las radios repetían a toda hora el tema principal compuesto por Nino Rota, que con los años se convirtió en un clásico.
Por entonces, Coppola no figuraba aún en las ligas de los grandes directores, que en su mayoría estaban vivos porque el cine era un arte aún joven, y fuera de algunos títulos de los que muchos hablan y pocos vieron, como “Demencia 13” (1963), su único antecedente comercial era “El camino del arco iris” (1968), con bailes y cantos a cargo de Fred Astaire y la entonces popular Petula Clark.
El filme creó o cimentó el estrellato de figuras que fueron importantes en la década –Al Pacino, Robert de Niro (en la primera secuela), James Caan, Diane Keaton, Robert Duvall, John Cazale (por entonces pareja de Meryl Streep, muerto prematuramente), Talia Shire, Morgana King.
El tono de la película, que algunos críticos de entonces calificaron de “grandilocuente” u “operístico”, no hacía otra cosa que trasladar a la pantalla el espíritu de la gran ópera italiana, llena de excesos, crímenes violentos, pasiones y fidelidades desenfrenadas que quienes no tenían conocimiento de esa vena peninsular no podían entender.
Por otra parte, sorprendía la reaparición como gran estrella de Marlon Brando, un actor que fue un vendaval de sensualidad viril en “Un tranvía llamado Deseo” (1951) “¡Viva Zapata!” (1952) y “Nido de ratas” (1954), todas de Elia Kazan, y luego eligió compromisos menores mientras la prensa enfocaba sus desvelos matrimoniales con la actriz bengalí-británica Anna Kashfi, con la mexicana Movita Castaneda y luego con Tarita Teriipaia, a la que conoció en la Polinesia cuando fue a filmar “Motín a bordo” (1962).
Su primera aparición en el cine fue, sin embargo, en “Vivirás tu vida” (1950), en la que interpretaba a un lisiado de guerra que intentaba llevar una vida normal e incluso tener relaciones sexuales con su esposa (Teresa Wright), pero le hizo la vida imposible al director Fred Zinnemann porque, siguiendo las pautas del Actors Studio se internó un mes en un hospital para tullidos bélicos. Así marcó una conducta que influyó en otros colegas que llegaron a ser famosos.
Como era bello y deseado por las multitudes, Brando cedió al gran espectáculo con “Desirée, la amante de Napoleón” (1954), comedias como “Ellos y ellas” (1955), de Joseph L. Mankiewicz, y a las edulcoradas “La casa de té de la luna de agosto” (1956), de Daniel Mann, “Sayonara” (1957), de Joshua Logan, entre otras, pero sus trabajos se adocenaban.
En “El padrino”, pese a un maquillaje que le agregaba años, Brando volvió a demostrar que era uno de los grandes, aportó una presencia patriarcal e inventó una forma de hablar que era la síntesis del inglés con entonaciones itálicas que había escuchado desde pequeño, cuando solía imitar a las personas que le llamaban la atención.
Allí era Don Vito Corleone, jefe de una familia mafiosa en la Nueva York de la primera mitad del Siglo XX y la película abre con la fiesta de casamiento de su hija, en la que el Technicolor de los años 50 enaltece las ropas y el jardín donde se realiza y que levantará la vara a partir de entonces de cómo se deben pintar las épocas en la pantalla.
La décadas pasadas están fotografiadas –por Gordon Willis- a través de una textura apastelada, en la que los colores suelen ser invadidos por el sepia y que aportaba ciertos filtros nebulosos, como si todo estuviera filmado desde la memoria.
En cuando a Corleone, quien desde joven debió aniquilar a otras bandas mafiosas que le disputaban el mercado, no necesariamente por mano propia, era un hombre afable y contenedor bajo su propio techo que sacaba a relucir sus mecanismos de muerte y destrucción en la selva de asfalto.
Según apuntes extranjeros, durante el rodaje de la película los auténticos mafiosos aún pululaban por allí aunque muchos vivieran fuera de Manhattan y algunos miembros de la “cosa nostra” trabajaron en el rodaje, entre ellos el que interpreta al guardaespaldas de Corleone.
La mayoría del barrio “Little Italy” fue reconstruida en estudio. Ni siquiera la Quinta Avenida que se ve es la original. Y para muchos italoamericanos ver la película fue sentir la nostalgia de una Nueva York que nunca llegaron a conocer.
La preparación de la película no fue fácil: las “familias” italianas que sí tenían algún contacto con las organizaciones ilegales no estaban de acuerdo con que se hablara de ellas: hubo amenazas telefónicas a los productores, a Puzo y Coppola y hasta se habló de tiroteos misteriosos durante la noche frente a las oficinas de Gulf & Western, filial de la compañía Paramount.
Por las dudas, Joseph Colombo, el poderoso capo de una las cinco familias que controlaban la ciudad de Nueva York, creó la “Liga de Derechos Civiles de los Italoamericanos” para “protestar contra la persecución de los italianos y el estigma de los estereotipos mafiosos”.
Así, a comienzos de 1971, el productor Albert S. Ruddy se reunió con Colombo y su hijo Anthony e hizo algo insólito: les entregó el guion de 155 páginas y les aseguró que la película no afianzaría estereotipos y que bajo ningún concepto se escucharían las expresiones “mafia” ni “cosa nostra”.
“El padrino” creó un género y tuvo innumerables repercusiones: hubo imitaciones parodias y hasta la serie televisiva, “Los Soprano” (1999–2007) que invirtió inteligencia, humor y sagacidad rodeando aquella historia fundante.