Con recursos como la toma recurrente y metafórica de una naranja pelada en forma de serpentina, diálogos breves calcados de la novela para preservar su potencial pero también con ciertas libertades respecto de la letra impresa para garantizar la tensión audiovisual, «La hija oscura» (The Lost Daughter), la ópera prima como realizadora de la actriz Maggie Gyllenhaal, es una adaptación a la pantalla grande de una de las novelas de la misteriosa escritora Elena Ferrante y se convirtió en una de las más vistas en Netflix a fuerza de algoritmo y de recomendaciones de boca en boca.
«La hija oscura» recrea el viaje de una mujer a una playa en Grecia (Italia en la novela), donde su encuentro con una joven madre le dispara recuerdos y sensaciones de sus años al cuidado de sus dos pequeñas hijas y la decisión drástica de abandonarlas; vive el presente estival marcada por los dolores y las incertidumbres del pasado.
«La figlia oscura», el título original en italiano, es la tercera novela de la serie de textos reeditados en 2011 como «Crónicas del desamor» y Gyllenhaal no solo contó con la aprobación de Ferrante para emprender la adaptación al cine sino que también recibió algunas indicaciones y pedidos de la autora.
El contacto entre ambas fue por correo electrónico y la autora insistió en que la actriz no sólo dirigiera la película sino que también arriesgara y pusiera su impronta en el material original. Aclaró, además, que esa propuesta jamás se la hubiera hecho a un director hombre.
«El contrato estipulaba que yo debía ser la realizadora o el contrato quedaría nulo. Ese gesto me tocó mucho y le propuse que leyera el guion una vez que estuviera terminado», contó Gyllenhaal en la conferencia de prensa del lanzamiento de la película sobre cómo fue el proceso de adaptación.
Tras leer el guion, Ferrante -autora de «La amiga estupenda», «Un mal nombre», «Las deudas del cuerpo» y «La niña perdida»- respondió con pocos comentarios y con un gesto simbólico de respaldo: su visto bueno para que la película modificara detalles del final de la historia.
«Leí la novela hace muchos años. Y la primera sensación fue que la protagonista estaba realmente jodida. Pero después me di cuenta de que me sentía identificada. Entonces, ¿la que estaba jodida era yo o tal vez había allí una experiencia que muchas lectoras podíamos compartir? Una experiencia de la cual casi nadie habla: la experiencia femenina en el mundo, una verdad oculta sobre la cual debería ser posible hablar en voz alta», contó Gyllenhaal sobre qué la sedujo del texto.
Fueron, más precisamente, los días en los que la madre decide abandonar a sus hijas los que la interpelaron para pensar una adaptación al cine. «Estaba como quien está conquistando su existencia y siente un montón de cosas a la vez, entre ellas un vacío insoportable. Me di cuenta de que no era capaz de crear nada mío que pudiese equipararse a ellas», sostiene la protagonista de «La hija oscura».
«Es una historia acerca de muchas de esas cosas sobre las cuales las mujeres hemos decidido permanecer en silencio de manera colectiva», reflexionó Gyllenhaal sobre ese tramo de historia. Contó, además, que la posibilidad de filmar la película le generaba una ilusión muy específica: salir de la experiencia solitaria de la lectura y llevarla a la pantalla grande para que así exponer el tema a la discusión familiar, entre amigas o en el marco de la pareja.
La actitud que Ferrante asumió frente a la adaptación de Gyllenhaal tiene un correlato en lo que sostiene sobre el rol de las mujeres en las distintas disciplinas. En un artículo que escribió para The New York Times en 2020, la autora resaltó la importancia de que las mujeres le den voz a sus historias: «Nosotras, las mujeres, hemos sido empujadas a un segundo plano, hacia la sumisión, incluso cuando se trata de nuestro trabajo literario. La historia femenina, contada cada vez con más habilidad, cada vez más extendida y sin complejos, es lo que debe asumir ahora el poder».
Tal vez sea paradójica esta defensa del rol de las mujeres en la literatura y de la necesidad de que esta agenda esté presente con su propia decisión de esconderse detrás de un seudónimo. Ferrante, en cambio, cree que es justamente ese alejamiento el que le permite sostener la idea de autoría y el valor de la obra por sobre el de los caprichos de la industria editorial.
«La frantumaglia», un libro editado en 2018, recopila las entrevistas que concedió Ferrante en los últimos años y varios de los emails que ha enviado a sus editores. En las entrevistas, el tema de la identidad está siempre presente. La autora argumenta que en un comienzo se trató de mera timidez, pero que a partir del éxito de sus textos decidió que debían hablar por sí mismos y no contaminarse con la presencia del autor. Hace alusión a su deseo de intangibilidad, critica a los medios y a las editoriales por su afán de pretender que el autor se convierta en una mercancía y arremete contra aquellos libros mediocres de autores que por tener fama merecen mayor atención que los libros de calidad de aquellos que no la tienen.
En uno de los artículos «Mujeres que escriben», Ferrante expresa: «En el imaginario, el valor de recorrer el mundo luchando con la palabra y las acciones sigue siendo cosa de intelectuales de sexo masculino. Por una serie de reflejo condicionado de la cultura, a las mujeres se les sigue asignando el balcón desde el que contemplan la vida que pasa para después contarla con palabras indefectiblemente trémulas».
«Leer y escribir ha sido siempre una forma de apaciguarme», confiesa la protagonista de «La hija oscura», en una línea que bien puede ser el punto de confluencia con Ferrante, Gyllenhaal y la lectora-espectadora de esta historia.
Por Ana Clara Pérez Cotten