-¡Ya basta, Inocencio, ya basta! Deje de matar mariposas, deje que la vida fluya alegre, contenta. Deje que la vida sea.
-¡Oh!, advierto una metáfora, un mensaje encriptado detrás de esa expresión-
-He escrito algo que titulé: «Yo, el exterminador de mariposas». Escuche: «No sé en qué lejano universo, en qué parte del otro lado del tiempo, se produjo esta herida que sangra eternamente. Tal vez viene de la fuente que me dio la vida, acaso se hizo gen y habitó para siempre en mi naturaleza cuando el soplo de la existencia me invitó a este mundo.
El pensamiento racional, ufano de conocimiento, pletórico de Freud, de Lacan y de otros genios, dice que fue en mi niñez Pero ¿qué es la niñez? ¿Cuándo es la niñez y cuándo ya no es? ¿En mi niñez? ¿Allá, cuando cruelmente, armado de una rama de arbusto, emprendía una batalla insensata, desigual, homicida, contra las inocentes mariposas que anhelantes del disfrute de unas pocas horas de vida, se precipitaban muertas en el espacio víctimas del golpe mortal propinado por un monstruo incomprensible?
Sí, tal vez fue en mi niñez ¿Pero cuál de ellas? Yo, el exterminador de mariposas, hoy, como aquellas pobres criaturas inocentes, recibo tal vez el golpe del niño universal quien con una rama intangible, invisible, me arroja sin piedad al vacío, teniendo como único destino el piso de la vida. Todo aquí, al fin, es causa y efecto, acción y reacción.
Mi dolor, me ha dicho el tiempo que es no más que un pedazo de vida que a veces se vuelve sabiduría, es el dolor de aquellas mariposas, mis lágrimas las de ellas. Ahora lo comprendo; yo, en realidad, he dejado de ser yo, solo soy ese montón de mariposas abatidas siempre por el exterminador que hay en mí, sueños yacientes, inermes, sobre la tierra. Yo, yo soy esos dolores que van cayendo en el espacio de la primavera para hacerse muerte.
Yo, el maldito exterminador de mariposas, de tantas mariposas. Yo, un miserable exterminador arrepentido.
-He de tratar, amigo mío, de no andar por la vida matando mariposas.