Por Mayra Aguayo, Licenciada en Nutrición (UBA) (MN 8113). @nutrición.sinrestricciones
¿Se puede comprar salud envasada? Con respecto al sobrepeso y la obesidad el negocio es prometedor: casi el 60% de la población adulta argentina componen este grupo. Esto asume un gran desafío tanto para la salud y las políticas públicas y para los profesionales que trabajamos vinculados a estas.
Si existiera realmente la panacea de la obesidad no estaríamos en esta situación, para comenzar. Pero claro, frente al bombardeo constante de dietas milagro, antes y después mágicos, pastillas, frutas exóticas, tés, jugos, planes de X días, hierbas que bajan el colesterol y la glucemia, que curan o revierten enfermedades tan graves como el cáncer (la lista sigue) y el consumidor cada vez más confundido: esta vez quizá, sí funcione ¿o no?
El acceso a la información es de las cosas más valiosas que nos da internet, pero hay que tener mucho cuidado de dónde sale esa información: sesgos por conflicto de interés, pseudociencia, exagerar determinados beneficios o traspolarlos de forma tendenciosa; suelen ser las bases de estas soluciones que prometen, pero nunca cumplen.
La alimentación es una de las acciones que más atraviesa nuestro día a día: no hay otra actividad o ritual que realicemos diariamente, tantas veces al día. Es, además, parte fundamental en el mantenimiento de la buena salud y también en el tratamiento de muchas enfermedades. Entonces, lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos, como un gesto de amor y autocuidado, es comer aquello que nuestro cuerpo necesita. Nuestra alimentación debe adaptarse a nuestros gustos, a nuestra rutina, debemos disfrutarla y no tener sentimientos negativos asociados a ella, para que, de esta forma, sea sostenible en el tiempo. Contamos con varias estrategias terapéuticas a nivel nutricional. Siempre digo que la mejor estrategia es aquella que se puede sostener: el plan que funciona es aquel en el que puedo permanecer.
Los procesos de cambios de hábitos son muy complejos e implican varias áreas cognitivas, además del desarrollo de nuevas habilidades. No es fácil y puede ser muy frustrante. Detrás de todo hábito hay algo aprendido e incorporado que debemos desaprender o modificar. Para esto, siempre me gusta mostrarles a mis consultantes uno de esos memes gráficos de «expectativa vs realidad»: uno cree que el proceso va a ser lineal, recto y ascendente siempre acercándome al objetivo. Y la realidad es un poco más accidentada: algunas comidas y algunos días lo haré bien, otros no tanto. Y ahí es donde surge el aprendizaje. El proceso es de avances y retrocesos: a medida que incorpore hábitos y aprenda, va a predominar el avance.
Respecto a los fármacos, actualmente son pocos los disponibles que cuentan con evidencia real sobre la pérdida de peso. Y todos estos se indican acompañados de lo que llamamos «cambios terapéuticos del estilo de vida». Entonces, finalmente lo que funciona es llevar un estilo de vida saludable: gestionar correctamente el estrés y las emociones, realizar chequeos periódicos de salud, realizar actividad física más de 150 minutos semanales (recomendación mínima de la OMS), y claro, la alimentación: elegir alimentos reales (lo más parecido a como los encontramos en la naturaleza) que son altos en nutrientes y evitar los alimentos procesados y, sobre todo, los ultraprocesados, que, por el contrario, son bajos en nutrientes vitales y altos en aquellos que nos enferman más: azúcares, sal, grasas saturadas y trans.
En cuanto a los suplementos nutricionales para pérdida de peso o grasa puntualmente, no hay evidencia contundente para ninguno de ellos: en el mejor de los casos no hacen nada. Pero también pueden generar ansiedad o taquicardia, no vale realmente la pena poner en riesgo el bienestar cuando lo que hay para ganar es tan poco. El riesgo más grande está en aquellos preparados sin rotulado donde la persona no sabe lo que está consumiendo realmente y qué impacto puede tener en su alimentación.